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Antón Castro

MICROFICCIÓN. POR ISABEL VERDÚ

MICROFICCIÓN. POR ISABEL VERDÚ

EL MICRORRELATO: UN GÉNERO EN AUGE

 

Por Isabel VERDÚ

 

Todo lector un poco avezado recuerda el famoso cuento de Monterrosso con el que se inició el imperio del microrrelato: “Cuando despertó, el dinosario todavía estaba allí.” Pues bien, el dinosaurio ha crecido, se ha reproducido y ahora ya puebla las librerías, congresos y talleres de escritura en España.

Si bien la existencia de textos cortos se remonta al inicio de la literatura, pero como apéndices o curiosidades, hoy van ganando terreno como un producto especialmente propicio para la sociedad vertiginosa en la que vivimos. Sin embargo, se trata de un género de naturaleza difícilmente delimitable, todavía sin un canon definido. De hecho no resulta clara ni siquiera la nomenclatura con la que  identificarlo: de ahí que haya oscilado desde el “relato hiperbreve” hasta la “microficción”, la “minificción” o el “microrrelato”, como lo llamaremos provisionalmente. Inclusive resulta cuestionable el hecho de que pertenezca al género narrativo; para que se constituya como tal, basta  una condensación particular del lenguaje que provoque una impresión estética en el lector; así, el microrrelato se hallaría en la frontera entre lo narrativo (porque está escrito en prosa y suele predominar la acción sobre la adjetivación) y lo poético (pues los recursos usados se focalizan en la fuerza expresiva del lenguaje y no en la “historia” en sí explicada). De alguna manera, la microficción se aproxima a la estética surrealista que preconizaba Breton según la cual el chispazo de la belleza creada  era mayor cuanto mayor era la distancia entre las imágenes superpuestas; dicho de otro modo, para estos templos de la palabra en miniatura, su mayor baza es la ruptura de las expectativas, la desautomatización de lo habitual que se produce en su mirada.

Para Fernando Valls, máximo estudioso del microrrelato en lengua española, este tipo de texto necesita un “lector activo”, en la línea cortazariana, que pueda responder a las elipsis e interrogantes que se le plantean. Valls publicó en el 2008 Soplando vidrio y otros estudios sobre el microrrelato español, en Páginas de espuma, el trabajo más completo que se ha publicado hasta el momento sobre la cuestión, donde repasaba el estatuto genérico del texto, las polémicas habidas durante los últimos años, y sintetizaba los pincipales hitos en las manifestaciones del mismo, desde Juan Ramón Jiménez  hasta la actualidad.

La misma editorial, de joven andadura, Páginas de espuma (especializada en relato y microrrelato) ha publicado recientemente Por favor sea breve 2 (continuación de la primera antología publicada hace 10 años) y la obra completa de la argentina Ana María Shua.

El proyecto de Clara Obligado, la antóloga de “Por favor, sea breve” 1 y 2 es el de reunir un corpus de autores representativos del género en lengua española. Su segunda antología, más depurada aún que la primera si cabe, persiste con la misma técnica de ordenar los cuentos de modo decreciente: de mayor extensión (una página y media a lo sumo) a menor, de modo que los últimos rozan prácticamente el silencio. Toda antología resulta por definición parcial e irregular, puesto que muchos autores se hallan ausentes (Max Aub o Antón Castro, entre otros) y no todos manifiestan la misma calidad, pero no hay que negarle el mérito de la variedad de épocas y registros. Aquí encontramos textos de una sola línea, ocurrencias que nos recuerdan a las greguerías de Gómez de la Serna, como el de Care Santos: “Le abandoné porque ya no sabía qué regalarle” o el llamado “Novela de terror” por Andrés Neuman: “Me levanté recién afeitado.”  Entre estas páginas se dan cita numerosos autores consagrados en activo y de ambos lados del océano Javier Tomeo, José María Merino, Ramón Acín y Juan José Millás, pero también se nos brinda la ocasión de leer a autores menos conocidos, como los aragoneses Fernando Aínsa, Fernández Molina y Patricia Esteban Erlés  (con su maravillosa variación del dinosaurio monterrosiano, “Mascota”) o a posibles precursores, como Gómez de la Serna o Perucho.

Por otro lado, aunque ciertamente en este tipo de escrito predominen  la libertad y la disparidad de dispositivos, algunos elementos, como explica Francisca Noguerol en su prólogo, son  recurrentes en estos autores a la hora de construir sus artefactos: la fantasía, la confusión entre realidad y ficción, el terror, tratado con indiferencia; la preponderancia de la imagen; la subversión poética del lenguaje; pero también el humor y los juegos metaficcionales y lingüísticos: breves boutades que violan el marco narrativo convencional  al introducir la figura del lector o el autor, o  que nos demuestran algún artificio literario. (Como la elisión de alguna grafía, en el caso genial de “Cazadores de letras”: “¡Huyamos, los cazadores de letras est´n aqu´!”)

 

Este mismo relato es el que sirve de título a la voluminosa obra que recoge la “minificción completa” de la autora argentina Ana María Shua. “Cazadores de letras” comprende las obras “La sueñera”, “Casa de Gheisas”, “Botánica del caos”, “Temporada de fantasmas” y “Fenómenos de circo”. Mi consejo: no se deje amilanar por el grosor de la obra. Tómese como un cofre que contiene tantos perfumes de aromas diversos como momentos de diverso orden vale la pena dedicarle a la lectura. Léase brevemente, pero con intensidad, en una butaca, mientras prepara la comida, en el médico, en el metro. Le aseguro que cada página le será una bocanada de inspiración. Shua tiene ese poder: el de hipnotizar con su palabra. Después, el lector se acostumbra a la modulación intermitente de su melodía, y esas palabras  se apoderan de él, transmitiéndole una pasión contagiosa que abre nuevos cauces para percibir cuanto nos circunda.

Y el mérito es doble porque no se trata sólo de la coherencia interna insobornable de cada texto. Cada libro sostiene su propia lógica, crea una red de sentidos que se va completando a cada página de modo que, aunque pareciera paradójico, provoca una ávida intriga en el lector, deseoso de conocer cómo se va desmadejando el hilo argumental. Por ejemplo “Sueñera” nos conduce por todo el campo semántico del sueño: parte de los laberintos del insomnio para después conjugar todas las posibilidades sobre la confusión entre sueño y realidad, sin menoscabo de personajes y situaciones fantásticas ni de la prosa poética más acerada (“Apenas cierro los ojos, me caigo.”); tampoco son ajenas a ella los homenajes a grandes magos del relato como Kafka o  Sherezade. En Casa de Gheisas declina toda la morfología del deseo, simbolizada en las diferentes cortesanas que habitan esta casa de Gheisas y su relación con los hombres que van a visitarlas; así la más deseada siempre es “La que no está” o “la mujer del prójimo”; y el máximo secreto para la seducción es “reservar una zona intocable o prohibida” sea un rincón de la piel o “el primer lunes de cada mes” o “cierto verano de la adolescencia”.

De todas maneras, la coherencia lograda en los primeros libros no se mantiene a un mismo nivel en los últimos, donde se da una mayor disparidad temática y textual, como en Botánica del caos o Temporada de fantasmas, que resultan menos seductores para una lectura continuada.

La visión de Shua es fundamentalmente la del extrañamiento. Los objetos cobran vida (y ya no se sabe si hay que pedir consejo a la almohada o al edredón), las personas súbitamente se tornan monstruos o animales. Se invierten continuamente los parámetros de la realidad, de modo que las plantas se plantean cómo hay que cuidar a las personas para que no se marchiten, o alguien se pregunta si los ratones deben dejar su diente debajo de la almohada al perderlo. Asimismo, sus páginas aparecen sembradas de juegos conceptuales y metaliterarios (como la imagen del escritor sufriendo ante la confusión de géneros en que se halla inmerso) pero también de felices hallazgos poéticos, apoyados por numerosos  recursos como la elipsis, la analogía, la paradoja, la transformación del sentido figurado en real...

Si todavía no lo han hecho, lean microrrelatos. Les serán todo un descubrimiento.  Déjense bañar por lo audaz de sus propuestas y recordarán, con Novalis, que “toda palabra es un conjuro”; un conjuro capaz de derribar los diques de la realidad y transformarla en un lugar apasionantemente imprevisible.

 

 

*Este artículo de la profesora y escritora Isabel Verdú apareció, con algunos retoques por cuestión de espacio y edición, en ‘Artes & Letras’ de Heraldo de Aragón. Isabel Verdú reside en Barcelona y tiene antecedentes aragoneses y familia en Zaragoza. Colabora asiduamente con ‘Artes & Letras’ desde Barcelona. La foto es de Rodney Smith.

 

2 comentarios

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Hace bastante tiempo me interesan esta clase de artículos, su temática, su estilo y utilidad, así que artículos como este son bienvenidos y consientes de un valor incalculable.

Saludos.

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Noto que es una obra fantastica, que se tendfra mucho exito ya que es creada de la manera mas profecional.