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Antón Castro

GUILLERMO GÚDEL: LAS SOMBRAS DEL VIVIR

Guillermo Gúdel (Coscojuela de Fantova, Huesca, 1919-Zaragoza, 2001) nunca hizo correr ríos de tinta. La suya fue una existencia silenciosa, de alguien que va y viene, que atraviesa la vida, cargado de versos y de espanto, como de puntillas: ha sufrido tanto que no quiere despertar a las sombras. Ahora acaba de aparecer el libro “Guillermo Gúdel. Biografía de un poeta esencial” (DPZ: Colección Benjamín Jarnés) de Antonio Gracia-Diestre. Nació en la Casa Aguilar de la población oscense, pero pronto despertó al estupor del mundo: su padre, que había sido un aventurero en Barcelona y ahora estaba cargado de hijos, falleció demasiado pronto y su madre, María Pilar Martí, cogió a algunos de sus hijos, los llevó a la estación de Barbastro y los abandonó. Pronto se descubrió que estaba desequilibrada y que bebía en exceso.
Los niños partieron a la Residencia Provincial de Huérfanos de Huesca. Allí pasó varios años Guillermo Gúdel, con su bata de dril, con Joaquín el ciego, con José el cura, con Bombita, que amaneció muerto una mañana, o con el regente e instructor Perfecto Pérez. En nueve años sólo recibió dos visitas de sus familiares. Cuando llegó la Guerra Civil, vio sobrevolar los aviones, percibió la agitación y el desorden, y un día “un bombardeo se coló por el tragaluz y descuartizó a seis niñas”. Siempre que podía, Guillermo Gúdel y sus amigos iban a bañarse al río Flumen. Jamás pudo olvidar el día que había visto el río Cinca: “Me pareció un descubrimiento tremendo”, le confesó a su biógrafo.
De Huesca, donde había frecuentado la Imprenta Aguarón, se trasladó a Zaragoza, al Hogar Pignatelli. Había algo que no se podía quitar de la cabeza: la ejecución de su amigo Blas Montull, que era un modesto pintor de brocha gorda. A orillas del Ebro, ya de inmediato fue llamado a ejército e ingresó en, 1938, en el Batallón de Cazadores de Montaña Tarifa Número 9, con el cual estuvo en Teruel, Albarracín y La Puebla de Valverde. Entre unas cosas y otras, abandonó el traje caqui en 1944. Trabajó en la imprenta de Teodoro Berdejo Casañal, luego ganó la plaza de corrector de la Imprenta Provincial y también se empleó los domingos en la misma tarea en “Hoja del Lunes”, semanario en el cual publicará bastantes de los 250 artículos que ha catalogado Gracia-Diestre. Por entonces conoce al poeta e impresor Luciano Gracia, con quien fundará la revista “Poemas”, e irá frecuentando a los poetas, narradores, cinéfilos, profesores (como José Manuel Blecua, nada menos) y artistas que se congregaban en torno al café Espumosos y luego en el Niké, como Miguel Labordeta, Manuel Pinillos y Julio Antonio Gómez.
Guillermo Gúdel, sin prisa, casado ya con Mercedes Rodríguez, irá desplegando una vena poética intensa y humanista, transida de melancolía y de dolor, de filosofía y de aspiración a la belleza. Publicaba sus libros en octavo como un miniaturista; de entre los suyos prefería “Policromía goyesca” y “Asiduo ofrecimiento hasta el olvido”. Visitó a Vicente Aleixandre (ya en 1956, el Nobel elogió su obra), participó en tertulias literarias y fue gentil, bondadoso y solidario con los jóvenes poetas en las páginas de “Hoja del Lunes”. La vida no le dio demasiadas alegrías, y eso se ve de nuevo en el libro de Antonio Gracia-Diestre. Al visitar en sus últimos años Casa Aguilar de Coscojuela de Fantova repasó de golpe, a la velocidad de la luz, su atribulada vida, el arrebato de los versos. Y creyó que regresaba a un edén imposible, al lugar de donde no habría querido partir jamás.

1 comentario

José Luis Gracia Mosteo -

Magnífica exégesis de Guillermo Gudel, un hombre bueno, escrita por un hombre sin duda bueno. Guillermo era angélico, generoso y dolorido; alguien que quería que nadie viviera lo que él habia vivido; un samaritano literario; un eterno niño abandonado y perdido. Recuerdo ahora aquel poema maravilloso y triste que escribió unos años antes de su muerte, su última casa, la que nunca perdería:
La antigua barca de Caronte
espera entre la oscuridad.
La hora terminal ha llegado.
Deshauciada,
el alma desciende
a los terrestres fondos.
Todo
se encuentra oscuro.
No hay regreso.
Los dioses surgen taciturnos
con sus desdeñosas efigies.
No lloran ni sonríen.
Graves,
olvidan seres y dominios.
No se adornan.
Soberbios jueces,
reyes de las sombras,
vigilan
la insondable casa,
el hogar
definitivo de los hombres.

Por fin había hallado Guillermo un hogar que nunca perdería. El que le negaron cuando era niño. El definitivo. Allí estará con Ricardo Vázquez-Prada, con Román Ledo,con Félix y tantos como le leyeron e incluso quisieron. Allí, pero aquí, le visito, persiguiendo uno a uno sus libros pequeños, humildes, diminutos. "Edición especial de 300 ejemplares", dicen. Felices pero trsites versos, los contenidos, tan escasos de eco como largos de aliento y hondura.