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Antón Castro

"EL ARAGONÉS ERRANTE" EN EL MAESTRAZGO

Son las siete de la mañana. Nos espera el Maestrazgo: nuestra morada de ayer mismo, un viejo laboratorio de sueños, de palabras y de paisajes que nos preña la memoria. A Diego y Jorge los esperan sus amigos del alma: Chimo y Ángel Cruz Miralles, hermanos, futbolistas y encargados ahora de la piscina municipal de La Iglesuela del Cid. Y a mí me esperan algunos amigos como Pedro Rújula, Cristina Mallén, Ignacio Peiró y Mariano Balfagón. Jorge y Diego eligen la música para las tres horas de ida y para las tres horas de vuelta: Bunbury, Carmen París, Pablo Milanés, Bruce Springsteen, Boby Dylan y Paul Simon. ¡Cómo son los niños de ahora: qué aficiones tan extrañas! En el alba dura de luz necesito tararear algo para no dormirme: me atrevo con “Que tengas suertesita” y “Los restos del naufragio”. Y con “Jokerman”, y la hiedra del Ebro que aplaca la sed y despierta una pasión caníbal, y me atrevo con “Yolanda” y “Para vivir”. Paul Simon me invita a bailar, y siento pena de no llevar también a Franco Battiato, creo que es mi mejor compañero al volante. Así pasamos el viaje de ida, cantando a pleno pulmón: filin y jotas desafinadas. Diego, que va de copiloto y es prudente, no dice nada pero piensa: “Qué mal canta mi padre. Así no hay quien pueda dormir”. Y no se duerme. Su hermano, descontento con la música, decepcionado porque no me gusta el “Tom Joad” de Springsteen, cae rendido.
Tres horas eternas de viaje tras las camiones por carreteras aún terribles. ¡Cuántos recuerdos agolpados en cada curva! ¿Cómo es posible –me digo, ya fatigado- que hiciese esta ruta dos y tres veces a la semana hasta hace muy poco? Híjar, Alcañiz, Calanda, Mas de las Matas, Aguaviva, La Balma, Forcall, Cinctorres, Las Cabrillas -advierte Diego, al mirar, abajo, las colinas aterrazadas: “Volvemos a los Andes pero con buitres”- y La Iglesuela. Allí se quedan ellos hacia las diez y diez, a su albedrío. Irán a la piscina, verán a sus amigos, se encontrarán con las primeras novias, nadarán y ayudarán, cuando caiga la primera hojarasca del crepúsculo, a limpiar la piscina. Simón, el exconductor del “Caimán”, se alegra de verlos y les tiende la mano. Los hombres no se besan. La Peña del Morrón los mira tan hacendosos y nostálgicos: allí, a su abrigo, empezaron a crecer con prisa y entre amigos imprescindibles: Chimo y Ángel, Raúl, Óscar, Lomero, José. Fiesta grande de jueves: con ellos, Diego jugó una final de fútbol sala de Teruel, en Andorra, lo recuerdan y lo celebran entre chapuzones y chucherías. Me olvido de ellos por completo, o casi por completo, y asisto a las dos sesiones del curso “Historia y literatura”, que organiza la Universidad de Verano de Teruel -cuyo director Amado Marín también asistió- y que dirige por segundo año Pedro Rújula.

La jornada se inició el miércoles con dos grandes figuras: José-Carlos Mainer, que dejó a todos (una treintena de alumnos) boquiabiertos con su erudición y su elocuencia, y Jordi Gracia, que habló entre otras cosas de Javier Cercas y “Soldados de Salamina”. Ayer el curso, que tenía como protagonista el carlismo, se trasladó a Cantavieja, “la amada de Cabrera”. Mariano Balfagón, que ha ampliado su hotel y ha puesto sauna húmeda y seca, sala de fitness y ha llevado la sofisticación a tres nuevas suites de su casa (una de ella, con inmensa foto de Gloria Swanson, envuelta en alfombra de tigre, se llama “Los seres imposibles”), hizo de anfitrión con el alcalde Miguel Ángel Serrano, Fernando Romero (hermano del alcalde de Andorra, Luis Ángel Romero) y Ángel Hernández. Los alumnos y profesores fueron recibidos en el salón de plenos del Ayuntamiento: afuera, con su aire de grandeza eterna, piedra y leyenda, se veía la plaza de Cantavieja. Alguien creyó que sonaba el tambor de la vieja alborotada del escudo y Angelines de Andorra, que se apunta a todo, mostró su entusiasmo con la belleza mudéjar y gótica del salón de madera oscura.
Pedro Rújula habló de los libros de viajes de los extranjeros que habían estado en las guerras carlistas. Dijo que podían clasificarse en tres tipos: el viajero ilustrado, que buscaba la información; el viajero romántico, que perseguía la emoción; y el viajero accidental, que por lo regular era un militar que luchó en algunos de los bandos, carlista o liberal, y que seguramente había estado ya en las diatribas de la Guerra de la Independencia con los franceses o los ingleses. Recordó que muchos de los textos aparecían en revistas o periódicos y que todos ellos constataron que la I Guerra Carlista se trataba de una “guerra a muerte”. Nombró a Gustave D’Alaux, Frederick Hardman, Joseph Augustin Chaho, fascinado por Zumalacárregui, “el inventor de la leyenda de Aitor y de Aitor mismo”, C. F. Heningsen, Dembowsky o Félix María Lichnowsky, un personaje extravagante y culto que fue testigo de la Expedición Real de Carlos V, además de oficial del ejército prusiano y destinatario de la II Sinfonía de Beethoven.
Magi Sunyer habló del carlismo en la literatura catalana, y citó al fascinante Josep Robrenyo, que escribió unos deliciosos y delirantes diálogos, y murió de una manera novelesca durante un viaje por el Caribe. El barco en el que viajaba quedó encallado y él y otros pasajeros de a bordo murieron de hambre y de sed. También citó a Marià Vayreda, hermano del célebre pintor de “El grupo de Olot” y a Raimon Casellas, entre otros. A Casellas, como a Canetti, recordó Sunyer le interesaba mucho “algo tan moderno como la fuerza de las multitudes”.

Por la tarde, Ramón Cabrera i Griñó protagonizó muchos minutos. Se habló de la Casa del Bayle, donde vivió, de su enigmática enfermedad, que también narró Juan Perucho en “Las historias naturales”, se habló de sus amores con Margarita Urbino, la hija del impresor del “Boletín Oficial del Reyno de Aragón”, Desiderio Urbino, y de dos o tres tesoros que habían quedado enterrados en Cantavieja y en Beceite. Luego ya vino una visita a Mirambel, esa localidad varada en el tiempo, un pueblo de postal, un paraíso con palacios para el turista que llega y busca el convento de las Agustinas, la imponente Casa de Aliaga o Castellote, o los restos del mesón donde Pío Baroja pernoctó en 1930 mientras preparaba “La venta de Mirambel”.
Cristina Mallén explica la historia del pueblo de las cinco puertas, amurallado, invoca su pasado templario y cita la historia de amor entre una monja y un capitán que inspiró parte de la trama erótica del libro de Baroja, la pasión de Carmen de Abarca y el capitán Montpesar. Y ante la iglesia recuerda el macabro gesto de El Serrador –un carlista incontrolado, casi un bandolero de su tiempo- durante la I Guerra Carlista. Uno de sus soldados fue abatido mortalmente desde la torre. Y él, enojado, con toda su partida, incendió la iglesia con un montón de liberales dentro. Los que lograron salir por la ventana se morían al golpearse contra el suelo; los demás, perecieron por asfixia y en medio de las llamas.
En Mirambel se rodó una buena parte de “Tierra y libertad” de Ken Loach. Cuando se estrenó la película en la población, Loach –austero, vegetariano y delicado- prometió venir, pero le fue imposible porque estaba rodando “La canción de Carla” en Nicaragua. Mandó una nota manuscrita, donde explicaba claves de la película y agradecía la colaboración de la gente, había muchos actores improvisados. En la última línea decía, aludiendo a una escena de la película: “Y volveremos a Mirambel a matar al cura”. Esa frase se omitió en la ceremonia en el Pabellón Municipal. Ayer vimos donde el cura de la ficción era abatido en una especie de huerto, muy cerca del imponente edificio consistorial de estilo napolitano, de trazado renacentista, y el preciso reloj de sol.
Volví a La Iglesuela a buscar a Diego y Jorge. Ensayamos una nueva ruta en medio de un paisaje estremecedor: El Cuarto Pelado, Fortanete, el vertiginoso descenso hacia Villarroya de los Pinares con un sol de fuego y de desierto melancólico, Miravete y Aliaga (seguimos el cauce del Guadalope), y luego Hinojosa de Jarque, Montalbán, Muniesa, Lécera, Belchite. Rectas interminables en una noche serena. Carmen París se fatigó de cantar y Diego, al fin, aprendió el ritmo secreto de la jota. Jorge creyó que nos habíamos perdido en Jarque de la Val o en el Parque Escultórico de Hinojosa de Jarque -ese taller de esculturas al aire libre que concibió Florencio de Pedro- y combatió el miedo, o quizá el pánico, con el sueño. Ni se dio cuenta de que repetí tres veces “El aragonés errante”.

3 comentarios

rurher -

En Jarque de la Val no se puede perder nadie...en todo caso se encuentra a uno mismo.

Jota -

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¡Caray Antón! :o

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JD Dueñas -

Casi se alegra uno de no haber estado allá para poder leer una crónica como ésta.
Magnífica.