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Antón Castro

EL PERIODISMO, CAMINO DE PERFECCIÓN

Retorno a “Heraldo”: todo está patas arriba. Dentro de unos meses, la redacción será más práctica y más bonita. Ya nada es igual en el periodismo para mí: soy un reportero a la deriva, como si me hubiese olvidado lo que mejor sabía hacer: preguntar, escribir, contar historias, buscar la transparencia del corazón humano. He envejecido de súbito y he perdido la lucidez y casi la capacidad de trabajo. No es sólo la derrota fugaz de aquel que vuelve de vacaciones. Este sería un momento ideal para dejarlo todo y dedicarme a la literatura. O a encarnarme en el alma errante de Patricio Julve, ese fotógrafo escurridizo. Sé que esto no debería decirlo ni aquí ni en ningún sitio. ¡Qué bonito es tener talento! O tener poco y administrarlo bellamente, con sosiego, sin conciencia del límite, sin aspirar a ninguna genialidad. ¿Qué le lleva a uno a estar desubicado, a perder cada hora o cada cierto tiempo confianza en sí mismo? ¿Qué le lleva a uno a tener el pánico del aprendiz, del perfeccionista que duda de sí mismo, que ha visto la fragilidad de frente y se vuelve temeroso, enfermizo, taciturno? A veces me imagino que tengo el talento del límpido amanuense y me siento feliz. Despierto y...

Me encuentro con los compañeros. Con los jóvenes becarios, con los sueños del reportero que empieza, con el hastío. Con Gervasio Sánchez, que se lamenta de que el Ayuntamiento no haya reparado en modo alguno en el gran proyecto para la Zaragoza del futuro que presentó Ricardo Calero con sus grandiosas sillas de la palabra y la convivencia. Y me encuentro con algunas notas: Giménez Corbatón, Víctor Pardo, Mariano Chueca, Lorenzo Oliván, Javier Quiñones, que me envía un texto sobre José Ramón Arana (en sobre aparte, siempre tan delicado, me hace llegar un montón de fotos. Tendré que decirle que no tenemos suplemento de “Artes & Letras” hasta después del Pilar. Hoy me lo han dicho). Por encontrarme, en medio del desorden absoluto de mis muchísimos papeles y volúmenes, me encuentro con una caja de diez libros del pianista Luis Galve, un libro que he escrito con Rafael Salinas. Seré sincero: el mérito casi total es suyo porque ha trabajado muy bien, a fondo y con admiración. Chaco Morais me pide un texto para opinión y recreo el cuento de Man, el alemán de Camelle. Estuve en su museo, en su asiento, lo vi –amasado con aire salobre y pena- con su ademán de Simbad que retorna a casa desde las islas.

Al final de la noche, en el VIPS, he ido a buscar libros de fotografía (el otro día compré en A Coruña uno admirable de Philippe Halsman: “A retrospective”, puramente extraordinario) como siempre, me encuentro a Román Escolano. Su colección de grabados –la que donó sin nada a cambio al Gobierno de Aragón- está en Albarracín y pronto viajará a Rubielos de Mora. Y quizá, andando los días, viajará a Fuendetodos, donde se está trabajando en un gran proyecto de Museo del Grabado. Román Escolano, un sabio del arte que se curtió sigilosamente en las oficinas de Ibercaja, se marcha a veranear a San Sebastián con su mujer. Explica por qué: “Quiero ver a los artistas vascos, que están muy cotizados, que están en alza”. Esta vez no añadió: no como los nuestros. No como los nuestros, que declinan...

P.D. Rosa Borraz me envía, con un abrazo, el catálogo de gran formato de “En la Frontera”. No está mal. No está nada mal, aunque el arte entre nosotros pasa por un pésimo momento de promoción y difusión y en absoluto de creación. Debiéramos hacer un buen inventario y una buena muestra de artistas jóvenes, más o menos jóvenes, exponerlos aquí y llevarlos por el mundo. También me llega el catálogo de Lina Vila, con quien tanto quiero... Trabaja, con su sentido habitual de la inquietud y el extrañamiento, sobre el rojo y expone sus logros, desolada poesía, pregunta con heridas, en el monasterio de Veruela. Lina es dulce, acariciable, pero en el fondo de su alma o de su cerebro hay un nido desapacible de escorpiones, un fogonazo de heladas sombras...

Continúo con la traducción del poemario de Miguel Anxo Fernán-Vello: “Territorio da desaparición”.

II
LA DESAPARICIÓN

I
Es difícil establecer un léxico
que transparente la lenta ruina interior de las casas,
la oxidación ininterrumpida de los campos,
el espíritu de la muerte en la iluminación de las ciudades.

Sea que estamos en el proceso
en el que avanza la desaparición.

Y no hay pausa en este monólogo que va mordiendo el tiempo
con su ácido frío,
la náusea azul de los días como un golpe
amordazado en el pensamiento.

Los poderosos cantan en el coro de la ignonimia.
Celebran sus bodas con esa música turbia
que roza el último hilo de aliento
de un condenado al silencio.

Sea que en el túnel de la vida nos dirigimos a lo desconocido
y nos ciega la máquina insondable de la tristeza.
Ni siquiera la voz del poeta nos salva
cuando caemos en la noche
y se abre la herida blanca de la desolación.

Es la hora del implacable negocio con perfil de serpiente,
del festival de las multitudes vaciadas por dentro,
de los grandes patrocinios que huelen a húmedo papel en
penumbra.
Existe un mapa de aldeas olvidadas
que mueren todas las mañanas
cuando el mercurio de la luz petrifica de repente
la extensión de la ausencia.
no hay ojos para ver ese mar de soledad,
su quemazón verde que nace en el recuerdo.

Hablan las mujeres en una lengua que se oculta
en el brillo de la savia,
en una belleza antigua que ahora es dolor sin nombre,
mudo dolor en el viento inclinado de las tardes,
dolor rojo que se clava en la sangre.

Se adivina la sombra de un pozo en las sienes,
una fiebre que crece y nos trae en el cuerpo
el tacto gris del miedo.

Porque estamos temblando en la raíz del destino,
el vértigo que hierve,
la desaparición.

1 comentario

Mari -

Desubicado, dices... ¿Qué se podrá decir de mí, entonces, que tengo el miedo del aprendiz porque lo soy, pero con casi cuarenta años?