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Antón Castro

ENTREVISTA CON LINA VILA

Hablaba aquí el otro día de Lina Vila (Zaragoza, 1970). Acaba de regresar a Zaragoza tras dos años en la Casa de Velázquez. En medio queda mucho trabajo, el premio Isabel de Portugal de pintura de 2003 y la muestra "Me llamo rojo", que hemos podido ver en el monasterio de Veruela, y sus nuevos trabajos para Salamandra Gráfica. Reproduzco aquí para los interesados el acta de una conversación con ella.

“El cuerpo también es un laboratorio de miedos”

¿Recuerda desde cuándo le atrae el arte?
-Desde que tuve la primera caja de colores. De inmediato fui a un taller de pintura de un familiar lejano. Fue un gran placer poder dibujar en una cartulina grande, usar las ceras, jugar con el color. A los ocho años dije: “De mayor sólo querré estudiar Bellas Artes”.

¿Le marcó especialmente la figura de su padre Pedro Vila?
Creo que sí, pero más tarde. Tiene un modesto taller de reparación de motores, es un aragonesista entusiasta, amante de su tierra, defensor de algunas tradiciones como la alfarería. Tenía una gran curiosidad por todo, pero tardé en darme cuenta. Es observador, ha leído mucho y es autodidacta. Hace poco descubrí que escribía poemas y que investiga. Acaba de presentar un vídeo sobre la sabina: tiene ideas utópicas. Todo ello ha sido un feliz descubrimiento.

Sigamos: ¿cómo fue su evolución?
Estudié aquí con Cano Peñarroya, que fue básico para mí: me enseñó a dibujar desde el clasicismo más absoluto, lo cual me sirvió para aprobar el ingreso en Bellas Artes en Barcelona.

¿Qué ocurrió en Barcelona?
Barcelona es uno de los lugares ideales para vivir. Me gusta mucho por su arquitectura, por la propia gente y por el movimiento cultural, diferente al de Zaragoza. Me fui en el curso 1988/1989, y vivía sola por primera vez, me enfrentaba a unos estudios que me gustaban muchísimo. Yo no quería dar clases, claro, soñaba con dedicarme a la creación.

¿Qué pintores admiraba en aquel momento?
Toulouse-Lautrec sobre todo. Y Goya desde siempre: las “pinturas negras”, “Los desastres de la guerra”... Eso lo había aprendido en casa. Y en cierto modo, comencé con una obra impresionista y derivé hacia una estética más expresionista, con algunos destellos surrealistas.

Creo que en aquellos años en Barcelona estudió con Alicia Vela y vivió con la joven artista María Buil, que le precedió en la Casa de Velázquez.
-Con Alicia Vela hice grabado. En cuestión de concepto me enseñó mucho. Me insistía mucho en la idea de obra única o múltiple, en la pérdida del aura. Me decía que más que la formación técnica incluso, era imprescindible la formulación conceptual, la idea. Y eso me influyó mucho. ¿María Buil? Vivimos un tiempo juntas cuando hacíamos un curso de postgrado: “El dibujo como instrumento científico”. Es una gran pintora. Nos seleccionaron para una muestra.

-¿Cuándo volvió a Zaragoza y cómo se planteó la carrera?
-Regresé en 1995. Monté el estudio poco a poco, pintaba todo lo que podía y daba algunas clases para sobrevivir.

-Quizá la exposición que la dio a conocer fue la de Casa de Morlanes hace un par de años casi. Se titulaba “La vida y sus sombras”, y anunciaba un mundo desapacible, inquietante... ¿Por qué, de dónde procede todo eso?
-Viene del miedo a la muerte, al paso del tiempo...

-¿No me diga que le perturban esas cosas a su edad?
-Sí. Y me explico: crecí con mi abuela materna, Juana, la vi envejecer, la vi morir. Fue una persona muy especial para mí. Creo que todas estas obsesiones vienen de ahí. Era ciega. La dibujaba constantemente, cientos de veces incluso. Era mi modelo más constante. Y la conciencia de la finitud me ha llevado a reflexionar sobre el paso del tiempo, la vejez, las herencias inmateriales, los lazos de la memoria.

-¿Explicaría todo eso otra constante de su obra: la fragilidad?
-Tal vez. Percibo la incertidumbre de estar aquí, lo vulnerables que somos, me duelen las guerras. Hay demasiadas cosas que no puedo entender...

-Ese desamparo es doliente, metafísico. ¿Por qué ha elegido el cuerpo como forma constante de expresión y de investigación?
-Viene de una evolución. El cuerpo es el contenido: es la sombra y es el interior, y a mí me interesan cosas como el cuerpo desechable y renovable, la idea de lo sano y lo insano, la utopía de permanecer. No quiero ser una artista ensimismada, no quiero mirarme el ombligo, aunque reconozco que no soy expansiva y que miro mucho hacia adentro...

-A veces, da la sensación de que está usted próxima a Frida Kahlo, a Cindy Sherman, a Marina Abramovic...
-Quizá haya alguna semejanza, con Frida Kahlo especialmente (le interesaban el cuerpo, el dolor, los órganos interiores y sus sombras), pero yo intento buscar mi camino: si salen muchas mujeres en mis obras es porque es lo que conozco, pero no es un discurso feminista. El cuerpo también es un laboratorio de miedos: yo no tengo conciencia católica, no creo que después de la muerte venga el paraíso, entonces ese tránsito me parece doloroso y punto. Caemos todos muy pronto en el olvido. Hay una artista que no ha nombrado y que me gusta muchísimo: Louise Bourgeois.

-¿A qué se debe que titule muchas de sus obras “Vanitas”?
-Quizá porque es una palabra que define nuestro estado mental. Tenemos la vanidad de pensar que vamos a estar aquí siempre cuando somos de condición efímera, y yo lo expreso mediante la presencia de la calavera barroca, el reloj de arena...

-Sorprende en usted el empleo de tantas técnicas o disciplinas: dibujo, fotografía, instalación, pintura...
-Sobre todo me siento dibujante. A veces, lo que no puedes expresar con el dibujo, lo haces con la pintura. Con frecuencia se queda corta la dimensionalidad, y optas por ensancharla, aunque la obra sólo se acaba cuando la ve el espectador. En cualquier caso, creo que aquí no tenemos una formación técnica importante. Al menos yo.

-¿Cómo valora su estancia en la Casa de Velázquez?
-Me ha venido muy bien. La dedicación al arte es completa. No tienes que hacer encargos, que también ayudan a vivir: trabajas, experimentas, desarrollas una gran libertad y estás en un ambiente ideal, casi monacal, con artistas, con buenos talleres y bibliotecas, en Madrid. Es como si eso, comparado con esta ciudad ideal para vivir que es Zaragoza pero deficitaria en términos artísticos, te ahorrase pasos. En Aragón debemos potenciar la educación artística, crear talleres en los museos y ayudar a que la gente abra sus mentes.

-¿Y qué significó el premio Isabel de Portugal de pintura de 2003?
-Me ha ayudado mucho: fue un estímulo para continuar y vencer algunas zozobras.

2 comentarios

olga massaguer -

Hola soy una antigua compañera de Lina Vila de Bellas Artes en Barcelona,no tengo su mail y me gustaria ponerme en contacto con ella ya que hace mucho tiempo que no nos hemos visto. Si fuera posible que le proporcionaran mi mail les estaria muy agradecida.
Muchas gracias
saludos
olga

Miquel Matute -

Hola,quisiera ponerme en contacto con Lina Vila. Es posible que le proporcionen mi direccion e-mail? Les estaria muy agradecido.
Gracias de antemano.
Un saludo