"VIAJES Y NOVELERÍAS" DE FERNANDO SANMARTÍN
Hace muchos días que quiero hablar de un libro que me ha conmovido y que releo con auténtico placer: Viajes y novelerías de Fernando Sanmartín, un autor al que sigo con auténtico fervor. Lo hablábamos ayer con Daniel, mi hijo, y con Pepito de Antígona. Es un escritor discreto, de saberes ocultos, de una curiosidad nada ostentosa, con una gran capacidad de absorber matices y fundar metáforas, y un modo no sé si decir oblicuo de entrar en los pequeños detalles. Por ejemplo, a él no lo conmueven los conciertos de Viena del primero de año, sino el concurso de esquiadores en todas sus variedades. Y le conmueven los hoteles, los trenes, los tranvías de Lisboa, ciertas mujeres de enigmática mirada, tal vez toda las mujeres del mundo, los viajes y los diarios. Él ya he escrito varios: Los ojos del domador (Olifante, 1997) y Apuntes de París (Xordica, 2000), que fue mi libro de cabecera a orillas del Sena. Otro libro espléndido es "La infancia y sus cómplices" (Xordica, 1992): el viaje en el tiempo a los inolvidables días de la niñez y adolescencia en Zaragoza.
Viajes y novelerías (AMG Editor. Logroño, 2004) es un libro de todo: un falso diario, un almacén de sensaciones, un manual de sutilezas varias, un compendio de artículos redondos, una guía personal (Oslo, Dublín, París, Londres, Estrasburgo, Lisboa, su vieja y nueva Zaragoza. Vuelve del Sahara y dice: Viajes para viajar a la conciencia), una visita a algunos de sus escritores predilectos entre los que se hallan Bioy Casares, González Ruano, Juan Manuel Bonet, James Joyce, Juan Luis Panero, Cees Nooteboom, al cual conocí y entrevisté por extenso gracias a Fernando, lector de libros como Desvío a Santiago o En las montañas de Holanda... Y por todas partes asoma la prosa pulcra, trabajada en sustantivos y verbos con admirable elegancia, de Fernando Sanmartín, un escritor de pasos breves, de libros delgados, de joyas esculpidas con mano feliz de sombra, un autor que destila las palabras con vocación de enólogo, con sabia paciencia de poeta que desembarca en un vértigo interior donde la calma es el naufragio.
He aquí un libro especial y con algo de espectral. Dice Fernando: Me gusta ir solo en un vagón de metro o en un autobús. No lo oculto. Aunque sea hacia un destino equivocado. Y me gusta porque es otra manera de acurrucarse, otro silencio, otra forma de que aparezcan las novelerías. Como la contraseña de lo invisible. Ante mis ojos de lector, Fernando Sanmartín, ganador con este tomito de 69 páginas del IX premio Café Bretón, se agiganta día tras día. Ha elegido una senda y la transita con certezas, con sensibilidad, con una vocación decidida de compromiso por una forma incomparable de belleza y de ironía. Y además, y sé que éste no es un mérito literario, lo hace sin molestar, sin atropellar, sin proclamar vanidad alguna. Es como si dijera: salgo de paseo, como Robert Walser, y si queréis verme ahí estoy, bajo la copiosa arboleda del camino, anudado al canto de los pájaros...
Viajes y novelerías (AMG Editor. Logroño, 2004) es un libro de todo: un falso diario, un almacén de sensaciones, un manual de sutilezas varias, un compendio de artículos redondos, una guía personal (Oslo, Dublín, París, Londres, Estrasburgo, Lisboa, su vieja y nueva Zaragoza. Vuelve del Sahara y dice: Viajes para viajar a la conciencia), una visita a algunos de sus escritores predilectos entre los que se hallan Bioy Casares, González Ruano, Juan Manuel Bonet, James Joyce, Juan Luis Panero, Cees Nooteboom, al cual conocí y entrevisté por extenso gracias a Fernando, lector de libros como Desvío a Santiago o En las montañas de Holanda... Y por todas partes asoma la prosa pulcra, trabajada en sustantivos y verbos con admirable elegancia, de Fernando Sanmartín, un escritor de pasos breves, de libros delgados, de joyas esculpidas con mano feliz de sombra, un autor que destila las palabras con vocación de enólogo, con sabia paciencia de poeta que desembarca en un vértigo interior donde la calma es el naufragio.
He aquí un libro especial y con algo de espectral. Dice Fernando: Me gusta ir solo en un vagón de metro o en un autobús. No lo oculto. Aunque sea hacia un destino equivocado. Y me gusta porque es otra manera de acurrucarse, otro silencio, otra forma de que aparezcan las novelerías. Como la contraseña de lo invisible. Ante mis ojos de lector, Fernando Sanmartín, ganador con este tomito de 69 páginas del IX premio Café Bretón, se agiganta día tras día. Ha elegido una senda y la transita con certezas, con sensibilidad, con una vocación decidida de compromiso por una forma incomparable de belleza y de ironía. Y además, y sé que éste no es un mérito literario, lo hace sin molestar, sin atropellar, sin proclamar vanidad alguna. Es como si dijera: salgo de paseo, como Robert Walser, y si queréis verme ahí estoy, bajo la copiosa arboleda del camino, anudado al canto de los pájaros...
3 comentarios
De Anton -
anónimo -
Cide -
Bueno, tienes que compartir hoy ese honor de hacerme agradable el desayuno con Felix Romeo y sus habas, y con Carlos Pintado y su reivindicación de una calle para el Padre Juan Bonal.
Resumiendo: ¡Feliz Navidad! a ti y todos los habituales de este blog.