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Antón Castro

LA CONDESA SANGRIENTA BATHÓRY, SEGÚN GARCÍA SÁNCHEZ

LA CONDESA SANGRIENTA BATHÓRY, SEGÚN GARCÍA SÁNCHEZ A Javier García Sánchez (Barcelona, 1956) siempre le ha interesado la patología del mal, los personajes límites, esos seres cuya existencia se desliza por un túnel perturbador de sombras y, a menudo, de homicidios. Eso le ha ocurrido en libros como “Última carta de amor de Carolina von Günderrode a Bettina Brentano”, en “La dama del viento sur” o en su monumental “El mecanógrafo”. Gran apasionado del ciclismo, es autor de la novela “Alpe d’Huez”, y las enfermedades más o menos enigmáticas le interesan casi siempre hasta tal punto que criaturas dolientes y escindidas son los protagonistas, en su mayor parte, de la veintena de novelas que ha escrito. Hace poco presentaba en Zaragoza su novela “Ella, Drácula” (Planeta), la increíble historia de Erzsébet Báthory, la condesa húngara que torturó y mató a cerca de un millar de muchachas, con las que cometió orgías sangrientas y ritos satánicos. “Madre de cuatro hijos, al principio, se untaba la sangre, luego se bañaba en ella y acabó bebiéndosela. La suya es una historia increíble, de la que escribieron Alejandra Pizarnik, Marguerite Yourcenar, que barajó dedicarle un libro completo, o Valentine Penrose, autora de ‘La condesa sangrienta’, una bella biografía literaria”.

Javier García Sánchez cuenta la historia de esta mujer a través de un sacerdote, Janos, que habla en primera persona. “Como escritor ya estoy acostumbrado a luchar con el mal. Y de este personaje, en el que vengo trabajando hace casi 20 años sin atreverme a dar el paso, me interesa la perfección poética del mal. Reconozco que hay una suerte de fascinación maligna del escritor que yo soy, del narrador que es el sacerdote, hacia ella. Mi novela, esencialmente narrativa, es un intento filosófico de acercarse a las raíces del mal, a la crueldad. Aquí se cuentan sus torturas, el deleite de la contemplación del dolor ajeno, el placer de hacer sufrir. Esta mujer dice: ‘He nacido para hacer daño’. En realidad, no soportaba matar a sus víctimas, sólo disfrutaba con el dolor. Es de una abyección absoluta”.

El sacerdote va contando su metamorfosis: cómo al principio, mientras vive su marido, lleva una vida discreta, pero luego, ya viuda, se convierte, en una loba, en una serpiente, en un dragón, en un animal perfecto. Ella, que conoció seguramente la historia de Vlad el Empalador y la de Gilles de Rais, es la auténtica Drácula. Sacaba a sus víctimas en sacos tras haberlas torturado en alguno de sus castillos. Practicó juegos lésbicos, conoció las drogas, tenía pavor a envejecer, frecuentaba a brujas espantosas, mordía a sus sirvientes. Acabó descuidándose y al final se descubrieron sus crímenes, aunque antes tildó de locos a aquellos que la denunciaban. Fue emparedada y tuvo una agonía larguísima. El sacerdote reconstruye la historia y hace el retrato de una época, cuando los poderosos iban de un castillo a otro. “En literatura me gustan los límites, el vértigo. Si no estás un poco loco no puedes dedicarle tantas horas a este oficio de solitarios. Me gusta dar saltos al vacío y esta novela me lo ha exigido. He hecho, además, un gran esfuerzo literario en el sentido estilístico y del lenguaje empleado. No me ha importado emplear giros del barroco, esta historia sucede en el siglo XVII. Y me ha ocurrido una cosa curiosa: a algunos lectores y amigos se les atragantaban mis libros, y con éste eso no les ha ocurrido”.

Javier García Sánchez no va a abandonar estos mundos: está terminando una colección de seis novelas de terror psicológico, la primera cuenta la historia de un vigilante de un pabellón oncológico y la última gira en torno a los extraños acontecimientos del submarino Kurks. Pero ya casi ha concluido un proyecto en el que lleva muchos trabajando: la novela “K-2. Estructura de la ausente”, inspirada en hechos reales en el ascenso a esa montaña, donde murieron tres aragoneses, y García Sánchez les va a rendir un homenaje explícito en una obra de ficción de amor, alpinismo y tragedia.

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