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Antón Castro

ABRIL PADILLA O LOS SONIDOS DE ZARAGOZA

ABRIL PADILLA O LOS SONIDOS DE ZARAGOZA

Abril Padilla llega con su abrigo negro y la sonrisa en los labios como si fuese una actriz francesa. En algún bolsillo lleva una batidora de cocina de acero inoxidable con la que hace maravillas: lo mismo es un instrumento de percusión que un arpa. Con un suave o rápido gesto, Abril desencadena en instante una espiral de sonidos, de vibraciones, de estremecimientos que también se ajustan a los perfiles de su fragilidad. Su madre Mabel Denis –socióloga y cómplice constante, la criatura que conoce antes que nadie sus proyectos y los alimenta; por cierto, Julio Cortázar se llamaba en realidad Julio Denis- le puso ese nombre porque cuando tenía quince años vio una película donde había una niña que se llamaba Abril. Una década después, cuando su hija vino al mundo, recordó de súbito el nombre. Cuando fueron a inscribirla, en el registro civil tenían sus dudas, hasta que una funcionaria descubrió que en 1950 había nacido en Buenos Aires o en Argentina otra Abril. “Siempre he tenido ganas de conocerla e indagué algo, sin obsesionarme”. Su padre, Enrique Padilla, era militante político de izquierda y, cuando llegó la dictadura de Videla, hubo de emigrar a Francia, donde prolongó su familia con otra mujer. Abril bromea: “Me fue dejando hermanos por el mundo”. Tenía seis años cuando él partió y apenas le dio tiempo a mitificarlo: Padilla era amigo y vecino de Ernesto Sábato, al que iba a visitar a Santos Lugares, y de vez en cuando veía al autor de “El túnel” y “Sobre héroes y tumbas”.

 

         En la familia había otros seres que le ayudaban a crecer, de modos bien distintos. Por un lado estaba su abuelo paterno, que encarnaba el mundo del rigor, era aviador, y fue uno de los hombres que ayudó a cambiar los ferrocarriles ingleses por otros argentinos. “Ahora, son españoles”, señala. Y también su abuelo materno, Carlos, que era camionero “y tenía una voluntad, un deseo artístico no canalizado. Poseía como un gesto de artista al que no le daba ninguna importancia. Lo mismo se atrevía a tocar la guitarra que a construir una marioneta. Pero había algo en él que me gustaba mucho: recuperaba cosas en las basuras y las metía en un cuarto no muy grande. Para mí aquello era como el tesoro. Yo iba allí a escondidas y buscaba lo que me podía servir para algo”. A los cinco años su madre le apuntó a clases de música y de danza, aunque pronto se cansó de la lectura musical, “quizá por vagancia, no sé, quería tocar pero no leer. La escritura musical es imperfecta: no refleja la realidad perceptiva del sonido. Hay cualidades que no se pueden escribir”. También estudió en el Conservatorio flauta travesera, completó la carrera y en 1985 entró en un Taller de Improvisación y de música experimental. Ahí empezaba a fraguarse su futura trayectoria.

 

En 1983, Argentina había recuperado la democracia. La década de los 80 fue un tiempo de esperanza, de “ahora ya se puede”. “Es cierto. Se dio una gran fuerza colectiva, una energía de creación. Habíamos teatro en la calle, los centros culturales se llenaron de gente, y todos pensábamos que en los 90 se iba a consolidar todo ese abono; sin embargo, ese fruto no llegó nunca. Todos parecían haberse desgastado y habían caído en el desencanto y en la desilusión”. En medio de aquel clima de desolación, Abril Padilla ingresó en la Universidad de Buenos Aires donde realizó dos cursos de Música Electroacústica, estimulada por los hallazgos y la inspiración de Luigi Nono, Stockhausen o sus contemporáneos Eduardo Kusnir y Mauricio Kaguel. Éste solía decir: “En un mundo tan serio y tan dramático, cómo podía tomarme la música en serio”, y parecía responderse a sí mismo optando por una creación llena de ironía, humor y crudeza. Abril recuerda alguno de sus espectáculos, que “eran la explosión del intérprete”, como aquel en que presentó una obra que iba dirigiendo y dándole forma fumando en pipa: el humo era como la batuta que marcaba el ritmo.

 

         “Buscaba llegar hasta lo más simple del gesto musical. Un instrumento musical es bellísimo, es una maquinaria perfeccionada a lo largo del tiempo. Otra cosa bellísima es el gesto puro; cuanto más rudimentario es el objeto más puro es el gesto”, dice Abril, y lo explica improvisando un concierto de café con su batidora de acero inoxidable. Recuerda que ya en 1999 compuso una pieza, “La mosca”, para batidora, piano y violoncello, que no llegó a grabarse, e influyó en otros creadores. Ahora, en París, un amigo suyo está a punto de estrenar otra pieza con corcho blanco, batidora, contrabajo, clarinete y violín. Una fecha clave en la vida de la compositora e intérprete fue el año 1994: su padre regresó al país y fue asesinado en un confuso e inesclarecido crimen. El Gobierno argentino no realizó investigación alguna y Abril decidió irse a París a comenzar una nueva vida. “La justicia no se ha puesto en marcha desde antes de la llegada del golpe militar. Sigue vacía de contenido. Creo que, como decía alguien, que puede decirse que en Argentina hay una relación entre la justicia y la salud mental. Nuestro país vive instalado en la impotencia”. Ya en París decidió vivir de la música: estudió en la Universidad de París y optó por la creación de espectáculos con objetos o con la flauta. Así nació el grupo “Corriente de oro”, que emplea objetos como lámparos o relojes y es reclamado de distintos lugares.

 

En un concurso musical de carácter europeo, Pepigneg, que tiene como coordinador entre nosotros al compositor y profesor Agustín Charles, Abril Padilla fue seleccionada para realizar un proyecto musical y eligio una obra musical basado en los ruidos y sonoridades de Zaragoza, que se estrenará el próximo enero en la sala “Luis Galve” del Auditorio. “He grabado ya unas 20 horas. Grabo y salgo a escuchar. Vuelvo muchas veces al mismo sitio: me gustaría pasar inadvertida, ser como algo neutro o invisible, pero no siempre lo logras. He estado en la depuradora de aguas, en la lavanderías, en la plaza del Pilar. ¿Qué me parece Zaragoza? Hay varias cosas que me han impresionado. En primer lugar, el espacio: aquí hay lugar para caminar. También  me encanta el Mercado Central. Y, por otra parte, cuando llegué era la semana del Pilar: capté la calle, la gente, la euforia, la exaltación, los desfiles, los bailes, las tradiciones. Otro tema que me preocupa y me sorprende es la relación de la gente con el Ebro. Esa parte me parece muy bella, pero ¿por qué la espalda le da la espalda al agua? El Ebro no genera ruido pero sí transmite una sensación”.

 

Abril ha trabajado en el Laboratorio de Sonido del Centro Cívico de Delicias, con la ayuda de Daniel Ríos, Carlos Estella y su equipo, y ya están ultimando una obra que durará unos 20 minutos y que recogerá sonidos directos, entre ellos el cierzo (“aquí las radios no tienen ese sonido directo, sino de archivo”) o las campanas del Pilar, y de creación musical propia con objetos. Hay algo que quiere trasladar a la composición: la calidad humana de la gente que la ha recibido con los brazos abiertos, “tanto que a veces da miedo”. Aunque lo que más le gusta es que “todos, todos te desean que todo te vaya bien”. Improvisa un nuevo concierto de segundos y resuena el misterio de Zaragoza, la melodía del ruido y la furia que huye de una batidora de cocina.     

1 comentario

rosana mabel ortega -

hola abril no se si te acordas de mi yo trbajaba en la casa de tu papa cuando paso lo que todos ya sabemos mi vida no fue la misma desde entonces yo nunca me olvide de ustedes y hoy gracias a la tecnologia parece que te encontre espero que te acuerdes de mi quiero saber si tenes idea de como puedo localisar a matilde y goyo y agñes me encantaria poder saber de vos de tu vida estuve preguntando a cristina y a la abuela y me contaron de vos contestame porfi te quiero nunca te olvide. ustedes formaron parte muy importante de mi vida