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Antón Castro

NUESTRO HERMANO EL CIEGO

NUESTRO HERMANO EL CIEGO

 

 

Los ciegos siempre han tenido una personalidad especial: intuyen el mundo de la luz desde una noche de nieblas, a veces turbia, con leves destellos de claridad imprecisa; a veces oscura y tenebrosa como el corazón de un pozo. Los ciegos asumen su desgracia o el golpe de infortunio que le suministró la vida e intentan alcanzar su lugar en el mundo. Y lo logran. Se afirman en su condición de seres humanos de una pieza -demediados en uno de los cinco sentidos- con una dignidad inquebrantable, con curiosidad, con un mundo propio que tiene un minucioso código de detalles, objetos y sensaciones. Ven el universo sin verlo: a través de recuerdos inventados, mediante el uso de la imaginación y la afinación de los otros sentidos. Lo ven porque lo reinventan, lo sospechan y lo alzan en su reino de oscuridades con la precisión de un agrimensor. La intuición caza en el silencio inquietante o en medio de la vorágine del ruido. Un ciego siempre asombra a los videntes: atisba lo que ocurre por la voz, el sonido, la caricia, los olores, y construye una realidad a su medida. Un ciego lucha con las adversas sombras del destino y la perpetua noche en que vive, que conlleva incomodidades y vulnerabilidad cotidianas, pero tampoco se resigna: intenta probarse día a día que puede remontar su invalidez y desarrollar su inteligencia, su capacidad de trabajo, su deseo de convivir y amar y procrear con absoluta normalidad.

 

         La ceguera es una de las metáforas del mundo. Alude a la fragilidad y al conocimiento. Los escritores y los pensadores acuden a ella a menudo para abordar la percepción de las cosas. Alguien que ve perfectamente puede estar ciego porque no capta el fulgor y la paradoja de la realidad que le impregna la pupila. Alguien que está ciego físicamente puede deducir lo que ocurre y extraer de su entorno lecciones definitivas. Homero era ciego, peregrino de los caminos y quizá uno de los mejores cronistas de su tiempo mediante el uso de fábulas, en caso de que hubiera existido. Viviese o no, su valor simbólico en la cultura occidental es determinante: él, que debió precisar una amorosa mano que guiase sus pasos, es como un lazarillo que alumbró nuestra sensibilidad. Constituye una imagen mítica. Todos lo hemos visto sin verlo: hemos creído en la fuerza arrolladora de sus ficciones. Jorge Luis Borges, que vivió lejos de las estaciones de la luz prácticamente desde mediados de los 50 y tenía la facultad de adivinar los monumentos y las plantas, se sintió fascinado por los ciegos: a él, que se sabía de memoria cientos de libros y de párrafos y de discursos del héroe, le leían sus discípulas y colaboradoras, María Esther Vázquez, Margarita Guerrero o María Kodama, y edificó un vasto universo que no excluía la ceguera. Ernesto Sábato redactó un  prodigioso “Informe para ciegos”. Daniel Castelao veía a los ciegos deambular por los caminos y las plazas, con sus cantares y su violín, y los consideraba “mis hermanos”. Saramago también pensó en esta amputación en “Ensayo sobre la ceguera”. Gesualdo Bufalino es autor de un libro, "Tommaso y el fotógrafo ciego" (Anagrama), que empieza como yo habría soñado: "De niño me encantaba el rumor de la lluvia. Por las mañanas, sobre todo, en la duermevela, cuando la sentía llegar confusamente a mis oídos, entre los vapores de un sueño plomizo, con el estrépito de una pajarera; o bien emulando el ruido de pisadas, de muchos pies, como en una marcha o un sálvese quien pueda".

         Nosotros también consideramos “nuestro hermano” a Ángel Gari Lacruz, el antropólogo oscense que nos ayuda a interpretar, con sus libros y su actitud, el universo de la brujería, de la simbología religiosa y el lenguaje más o menos oculto de los conjuros o los mitos. Resulta increíble su esfuerzo, su lucidez, su pasión por la vida. Ángel Gari vio hasta los ocho años, y hoy es decisivo para explicar los enigmas del Altoaragón, y no pensamos sólo en su antológico libro “Brujería e inquisición en el Alto Aragón en la primera mitad del siglo XVII” (Gobierno de Aragón, 1991), sino en otros títulos y artículos que ha ido derramando por aquí y por allá en monografías. Gari es un experto en fotografía, un apasionado del cine; ha sido, y es, el maestro irreductible de Eugenio Monesma, es requerido como animador de tradiciones, cultos y rituales. Maneja el Internet, el correo electrónico, nada a diario y es un buceador de archivos.

Domina el braille y es un insaciable lector. Nos resulta mucho más fácil entender este complejo y fascinante territorio gracias a sus pesquisas. Es el director del Museo de Abizanda y está vivo, aunque las suertes de la enfermedad le hieren cada vez un poco más. Tiene sus lazarillos y amigos íntimos en el estudio y en la existencia (su mujer Pilar García Guatas es su ángel tutelar, el impulso diario de ilusión, dignidad y ternura que no decrece), y estos días le hemos visto como animador de las “Noches mágicas” que ha vivido Huesca. Un hombre así, que tiene algo de brujo o de mago, a veces da miedo, pero es un miedo humanísimo, próximo y necesario, porque nos asombra su fe en el conocimiento y esa voluntad indomable de probar a los otros y a sí mismo que, salvo el revés definitivo de la muerte, casi todo es superable. Él podría decir con Borges: “La ceguera me ha enseñado a pensar más, a sentir más, a recordar más y a leer y escribir más”.

 *La foto es de Jorge Luis Borges.

2 comentarios

Para Chema -

Querido amigo: Sospecho que era Chema Gutiérrez Lera, el gran dibujante y escritor de mitos. Un abrazo.AC

Chema -

Alguna vez tenía que ser... te leo pero nunca había comentado, hoy me estreno por obligación de amistad hacia Angel, para asentir a todo lo que dices, Antón, y añadir que Angel Gari también es un apasionado de los dibujos, y que para mí siempre ha sido un placer VER con él los míos, porque mientras se los describo y acompaño su mano por las líneas, me lleva él a encontrar trazos e intenciones que no había creído dibujar antes de enseñárselos. Realmente, un bruxón. Gracias, Antón.