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Antón Castro

AUTORRETRATO EN SOMBRA DE PEDRO AVELLANED

AUTORRETRATO EN SOMBRA DE PEDRO AVELLANED

Pedro Avellaned (Zaragoza, 1936) es un artista en un sentido integral. En su biografía se rastrea una inmediata pasión por la creatividad indesmayable. Antes de abrazar la fotografía de manera definitiva, hizo casi de todo: vivió en el palacio encantado de Sástago, cuando resonaban las bombas y algunos disparos caprichosos; más tarde, frecuentó las salas de cine casi a cualquier hora y dirigió el Grupo 29 de teatro, con el cual montó piezas de Lorca o Valle-Inclán, entre otros. Pero además, también realizó numerosos cortos como “La gitana”, “Palabras a sangre y fuego” o “Tiempo de metal”, e hizo muchos pinitos de actor en numerosas películas, entre ellas “El aire de un crimen” de Antonio Isasi. Más tarde, a principios de los años 70, se trasladó a Barcelona y allí empezó a dedicarse de lleno a la fotografía. Combina el collage con el retrato, como se ha visto en series como “Memoria íntima” o en su colección de aragoneses contemporáneos que expuso con el Gobierno de Aragón. Pedro Avellaned y Rafael Navarro han sido seleccionados constantemente en los últimos tiempos en las exposiciones nacionales e internacionales; sin ir más lejosa Rafael Navarro lo exponían no hace muchos meses en el Instituto Cervantes de Milán y a Avellaned en Roma. Rafael Navarro inauguraba semanas atrás la colección Cuarto Oscuro de las Prensas Universitarias de Zaragoza (coeditada con las Cortes, la Diputación de Huesca y el Ayuntamiento de Zaragoza), que dirige el profesor y poeta Antonio Ansón, con el proyecto “En el taller de Miró”, y hoy, a las 18.00, en la carpa de la Feria del Libro, Avellaned presenta “Cinco Lunas”, un proyecto fotográfico que él ha definido como “una síntesis de mi mundo personal, un proyecto muy elaborado, en el que he puesto toda la intención y todo mi saber fotográfico y artístico. ‘Cinco Lunas’ nace como yo he querido que nazca”.        

El libro tiene toda una secuencia iconográfica: el propio Avellaned dice que tiene algo de viaje al infierno dividido en cinco partes: “Luna tierra”, “Luna sueño”, “Luna carne”, “Luna sangre” y “Luna negra”. Como si de García Lorca se tratase, Avellaned juega con el carácter simbólico de la luna: su sentido de fertilidad, su carácter nocturno, su misterio, la fría claridad sin lumbre, pálida, y las connotaciones dramáticas que hay en ella. El volumen se abre con una pregunta y una respuesta: “Qué es la razón?”, pregunta André Breton. “Una nuve comida por la luna”, responde Paul Éluard.

Como si fuera un drama de Shakespeare en cinco actos, en la primera parte Avellaned presenta la noche y la nada, el paseante noctámbulo que tiene también una dimensión de pájaro solitario. Y nos propone, de entrada, una especie de arsenal de gozos para la vista (muros, paisajes, texturas, peces, cruces, pliegues del campo y del alma) y en uno de los poemas del libro habla del “beso espeso y sangriento”. En “Luna sueño” nos encontramos con una dimensión onírica, planteada con vidrios, brillos, esculturas, rostros, celajes umbríos. Aquí se observa una ficción fantasmagórica: ese cuento de sombras o de terror en que se zambulle el protagonista; el eco de Edgar Allan Poe. “Luna carne” está centrada en el amor y el sexo, y Avellaned escribe: “Me vendían la soledad y la he comprado”. Y anota también: “El amor no es sólo dos cuerpos volando en el infinito”. En “Luna sangre” parece evocar a un niño muerto, a un feto, y visualmente las secuencias están presentadas mediante un collage puro. Y “Luna negra” está llena de pájaros, de peces, de cadáveres entrevistos, imágenes que acaban conformando un autorretrato.       

 “Cinco Lunas”, no debe olvidarse, es un libro de fotografía y cada página es un documento gráfico de una expedición íntima y desgarradora que el fotógrafo, o su alter ego, realiza en esta especie de novela visual. Por algún lugar, con evidente intención, hay una máscara.

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