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Antón Castro

ACTA BREVE DE UN ENCUENTRO CON ALFONSO ZAPATER

ACTA BREVE DE UN ENCUENTRO CON ALFONSO ZAPATER

Alfonso Zapater llega al bar donde nos hemos citado. El camarero sale a recibirlo, le da la mano y las gracias por todo “lo que ha hecho y ha escrito de nosotros y de esta ciudad. Llevo en este oficio más de 40 años –le dice el camarero- y el primer revuelto de mi vida se lo serví a José Oto, al cual usted conoció bien”. Y tan bien que lo conoció: Oto, aquel cantador de jota que tuvo un entierro increíble, casi tan multitudinario como el de Joaquín Costa, frecuentaba la casa de los Zapater en el molino de Urrea de Gaén y tal vez en el de Aguaviva, cerca de Mas de las Matas. Alfonso, siendo niño, lo veía a menudo y no sólo eso: su propio padre, Alfonso Zapater Cerdán, un formidable bailarín que ganó el máximo galardón de baile en siete ocasiones, era su acompañante más asiduo.        

“Yo nací en Albalate del Arzobispo, en julio de 1932, pero a los ocho meses ya me llevaron a Urrea de Gaén, donde mi  padre era molinero a orillas del río Martín. Allí me crié. La infancia la pasé  entre Urrea y Albalate, donde iba a párvulos al convento de Santa Ana, y asistí a clases hasta que se produjo la Guerra Civil. Mi padre se marchó a Francia de inmediato, y había una razón: ni era republicano ni nacional, no estaba comprometido con el sindicalismo ni con nadie, pero tenía una amarga experiencia. A su hermano Enrique, sin previo aviso, lo  mataron en Belchite. Medía 2.02 metros, y lo fusilaron porque entraron en la fábrica de harinas en que trabajaba, le preguntaron por el jefe, y les dijo que  no estaba en ese momento. Interpretaron que lo estaba protegiendo y le dispararon”. La Guerra Civil dejó otros recuerdos espeluznantes en el niño: una noche percibimos un silencio sepulcral en la Cuesta de las Losas, donde yo había nacido, y de repente vimos por la calle a unos 40 hombres escoltados. “Al cabo de un instante, oí los disparos, oí la descarga en el cementerio. Y no sólo eso. Siendo niño, y no le aseguro, vi matar a un hombre que lo llamaban ‘El Cachules’. Recuerdo que iba con mi madre, y en desde un rincón le dispararon. El moribundo se agarró a la saya de mi abuela, y le oí que le decía: ‘Tía Alberta, el Rata ha sido’. Y yo eché a correr muerto de miedo”.
       

 
¿Qué ocurría con su padre? Se había quedado en La Junquera, y por allí ayudó a salir a muchos republicanos, entre ellos, La Pasionaria y Juan Negrín. “La Pasionaria les decía: ‘Sois los más fieles guardianes de mi España’. Y Negrín comentaba: ‘A España la invaden pero el triunfo es nuestro’. A mi parte le dieron un pasaporte para poder marcharse a México, pero por entonces entabló amistad con un jefe de Falange de Figueras, que le expidió un certificado de buena conducta. A pesar  de todo, como también llevaba aquel pasaporte para México, lo metieron a un campo de concentración a San Juan de Mozarrifar, y luego a la plaza de toros de Teruel con el objetivo de desescombrar el Seminario. Al cabo de unos meses, lo soltaron en libertad y sin cargos”. Por distintas razones, los Zapater alquilaron el molino de Aguaviva, que está  muy cerca de Mas de las Matas, y allá se fueron. “Mas de las Matas fue muy importante en mi vida: allí conocí a mi profesor fundamental e inolvidable, José Miguel Balbín, que aún vive a sus 91 años. Allí hice mi primera comunión y allí empecé a escribir versos con nueve años. Y organizaba mis primeros recitales, algo que a mi padre no le gustaba demasiado.  En realidad, no sé si era eso o que leyese tantos libros. Luego volvimos a Urrea, y allí el profesor don Ángel Gargallo le dijo que ya no me podía enseñar más. No era verdad”.
        

Más tarde, Alfonso Zapater cayó enfermo, se entusiasmó con los toros y creyó que era como la reencarnación de Manolete, que acababa de morir en Linares… Pero ésa es otra historia, a la que volveré.

1 comentario

gabriel villuendas -

para mi ,alfonso es una figura
intectual de gran valor humanitario y artistico