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Antón Castro

LA MAGDALENA, POR JACQUES VALAT

LA MAGDALENA, POR JACQUES VALAT

Hay gente a la que ves una sola vez y le tomas un cariño infinito. Es el cariño que nace de la admiración, de la complicidad, del reconocimiento al trabajo bien hecho. Eso me ocurre con Jacques Valat, al que conocí a principios de 2005, hace más de un año y medio, cuando expuso “Zaragozanos”. Luego, esta misma primavera, publicó “Rostros del Pirineo” y ahora expone en la Casa de los Morlanes su nuevo proyecto: “Mira tu barrio: La Magdalena”, donde capta el universo de trabajo de distintas dependencias y asociaciones vinculadas con el Ayuntamiento de Zaragoza. Ahí están, entre otras, la Casa de la Mujer, el Centro Municipal de Servicios Sociales, el Albergue, el Centro Municipal de Promoción de la Salud “Amparo Poch”, el Centro de Tiempo Libre “Gusantina”, Cáritas. Las fotos llevan textos de vecinos del barrio y de trabajadores de Acción Social. La muestra está inscrita dentro del  ámbito  del reportaje, y refleja sobre todo seres humanos en su más rabiosa y sincera cotidianidad.
Jacques Valat, que es un hombre atento y cariñoso, me manda una nota: le gustó mucho el reportaje que emitimos el otro día sobre su exposición en “Borradores” (Televisión Aragón, y que se redifunde mañana por la noche), donde se veía sus fotos y el lugar donde se habían hecho con un nuevo montaje muy original de Javier, cámara, y Ana Catalá, como redactora y actriz de reparto.
 Rescato aquí el texto que le dediqué a Jacques Valat en este mismo blog hace algún tiempo, con motivo de “Zaragozanos”. Explica su mundo, su concepción de la fotografía y de la vida. En cierto modo, este texto también ilumina la muestra “Mira tu barrio: La Magdalena”. 

JACQUES VALAT RETRATA ZARAGOZA

La primera vez que Jacques Valat vino a Zaragoza fue en 1963 y tenía diez años. El único recuerdo nítido que conserva de entonces es un pequeño restaurante del paseo de Independencia y un sabroso bocadillo de calamares a la romana. “Jamás he podido olvidarlo. Es para mí como la magdalena de Proust”, recuerda. Luego, la vida le ha llevado por distintos derroteros. Se inició como periodista cultural en “La Nouvelle Republique” de Tarbes, y alternaba la información escrita con la fotografía. Con el paso de los años, fue afirmándose en el fotoperiodismo.  Ha viajado por medio mundo: ha libros de paisajes y retratos, libros de reportaje, ha expuesto aquí y allá, ha trabajado con Eduard Boubat o Jean Dieuzaide (“uno de los fotógrafos más grandes del siglo XX, era capaz de hacerlo todo”, señala). En su intenso y apasionante archivo de miles de fotos hay trabajadores de medio mundo, estampas de guerra, pesca del atún, retratos o trabajos específicos sobre los moradores pirenaicos. Todo ello ha aparecido en periódicos, revistas y catálogos. A lo largo de todos estos años, ha ido acrecentando su pasión por España, por el castellano, de tal forma que cada vez que pasaba por Toulouse siempre tenía una duda: ¿se dirigía hacia Pau o París, o tomaba los caminos hacia Barcelona? A los 50 años, decidió modificar el rumbo: aceleró hacia España, en concreto hacia Huesca, donde vive desde hace algún tiempo y donde trabaja con artistas como Enrique Torrijos (que asiste a la conversación), Isidro Ferrer, o los editores de Pirineum, Sergio Sánchez y Juan Gavasa.“Me trasladé a Huesca porque yo trabajaba mucho en Francia, pero también quería hacerlo en España. Quería abrirme a nuevos mercados. Y elegí una ciudad próxima al Pirineo, sobre el que estoy ahora haciendo un trabajo de retratos nada pintorescos, Huesca, que a la vez estuviese muy cerca de Zaragoza”. Jacques Valat ha mantenido indemne su pasión por esta ciudad, y ahora acaba de probarlo de nuevo en la muestra “Zaragozanos”, que se expone en la Casa de los Morlanes. Son 120 fotos, tomadas en doce días de noviembre, “y dos de las fiestas del Pilar”, con una cámara digital Fuji, muy profesional, de trece millones píxeles, que han sido reproducidas en ploter. “Me gustaría hacerle una confesión inicial: la diferencia entre España y Francia es la energía que hay aquí. A la gente en mi país sólo parece interesarle el ocio, el tiempo libre, pero no se vive con la energía, yo diría frenética, con que se vive en España. Aquí hay trabajo, voluntad de hacer cosas y de innovar. Y eso es muy atractivo para un profesional”.
Jacques Valat había hecho un trabajo sobre la gente de Pau, que conoció Paloma Martínez, y ésta se lo sugirió a Vicente Almazán, responsable de la agencia BBDO, quien realizó gestiones durante un año en el ayuntamiento para hacer un proyecto semejante con Zaragoza. Y así, con toda celeridad, en doce días, trabajando de ocho de la mañana a diez de la noche, y a veces hasta mucho más tarde, Valat logró lo que había soñado: contar una historia. “Eso es lo que me interesa de la fotografía: contar una historia que además sé que es real. Utilizo la técnica y la experiencia del reportero, y casi puede decirse que toda la muestra es como una instantánea. He captado, por decirlo así, dos mil años de historia en doce días, y creo que las imágenes tiene un carga potencia de memoria”.

Jacques Valat está fascinado con Zaragoza. Abducido por un embrujo que a menudo no se ve. Dice que inicia todos sus trabajos con una idea matriz o principal, y que se deja arrastrar por ella. “De Zaragoza, me atrajo la luz. Tuve la suerte de que en noviembre de 2004 hubo quince días de estupenda luz, una luz preciosa e increíble, más bien baja, que permitía que las sombras se reflejasen en el pavimento. Y yo me he inspirado para hacer sombras con un objetivo de 28 mm., que me ha permitido estar cerca de la gente y a la vez atrapar el contexto, el entorno. Como fotógrafo me dejo llevar por la intuición y por la sensualidad, sensualidad que yo encuentro en el color, la forma y la luz. Ha sido la luz la que ha despertado mi sensualidad”.

Jacques Valat destaca que mientras hacía sus fotos –de bomberos, de basureros, jardineros, funcionarios del ayuntamiento, bailarines, informáticos, de gente corriente que paseaba por calles- comprobaba “la hospitalidad y el calor de los zaragozanos, las ganas de participar, la amabilidad. Además, Zaragoza me ha recordado mucho a Chicago con sus edificios con columnas, con las estatuas, con los tejados que acarician el cielo. Zaragoza me ha parecido muy norteamericana”.
 

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