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Antón Castro

MANUEL PERTEGAZ: ORDEN, ELEGANCIA Y ESTÉTICA

MANUEL PERTEGAZ: ORDEN, ELEGANCIA Y ESTÉTICA

Es bien sabido que Teruel, lejana y sola, es tierra de iconoclastas: ahí están Miguel de Molinos de Muniesa; Francisco Loscos, botánico de Samper de Calanda y farmacéutico de Castelserás; Luis Buñuel de Calanda, por no recordar a Miguel Juan Pellicer, célebre por la resurrección de su pierna, muerta y enterrada, y luego abandonado por todos; Segundo de Chomón de Teruel. Y entre ellos también podría figurar Manuel Pertegaz, creador de moda, natural de Olba. Allí nació en 1919; dicen que jamás se ha olvidado de esa localidad que ya lo ha nombrado Hijo Predilecto.        

Si la infancia es ese tiempo mágico, casi siempre paradisiaco, al que retornamos desde cualquier punto del universo, es lógico que el menudo y tímido Pertegaz tuviese en su memoria la villa turolense. Residió en Olba hasta los diez años, en que se marchó a Barcelona. A los doce ya trabajaba en una sastrería y pronto haría su primer diseño, que estrenó una amiga en una fiesta principal. Su carrera, al menos contemplada ahora, fue vertiginosa: en 1942 inauguró su primera casa de moda en Barcelona. Su ídolo entonces era Balenciaga y su esplendor inicial, porque no ha cesado hasta ahora mismo su prestigio, coincidió con el de Pedro Rodríguez. A Pertegaz le gusta decir, medio en broma, medio en serio, que mientras Rodríguez inventó la mujer pantera, él creó la mujer cisne. ¿En qué consistía exactamente? Uno de los logros más importantes de Pertegaz ha sido el de aristocratizar la confección, conferirle glamour, buscar la belleza visual, la suavidad de las formas como si de una foto de Cecil Beaton se tratase. Y con la mujer cisne lo consiguió: mujeres de cuello esbelto, cintura y tobillos finos, de escaso busto y trasero hermoso pero no exuberante --Pertegaz le confesó a la periodista Ima Sanchís que les rogaba a sus propios modelos: "No saquéis pecho ni pompis"--, que acababan tranformándose en cisnes.

Una de sus criaturas preferidas debió ser Audrey Hepburn, cisne, garza, ninfa o encarnación de todas las aves ideales, el arcángel femenino del cine y del siglo de asombroso esqueleto y miembros airosos, candorosa y refinada, a la que casi todo le sentaba bien. Reveló Pertegaz una anécdota curiosa de la intérprete de Sabrina, Dos en la carretera y Desayuno en Tiffany's: era profundamente coqueta e insegura, una vez que se había puesto el traje, de inmediato se miraba al espejo para alisar el flequillo.        

El éxito de Pertegaz fue apabullante, tanto en España, donde contaba con dos talleres, en Madrid y Barcelona, con más de 700 empleados, como en el extranjero. Tras fundar en 1948 unos desfiles de moda en Madrid, salió a Estados Unidos en 1954, donde recibió el Óscar de la Moda en Harvard. Realizaba hasta cuatro colecciones al año y exportaba sus tejidos y diseños a medio mundo: Inglaterra, Suiza o toda América del norte. En el fondo, intuía el carácter fugaz de la moda y seguramente suscribiría estas palabras de Coco Chanel: "Un vestido no es ni una tragedia ni un cuadro; es una encantadora y efímera creación, no una obra de arte eterna. La vida tiene que morir, y deprisa, para que el comercio pueda vivir".         

Su casa era de las más visitadas, por actrices, aristócratas y mujeres del espectáculo. Y entre ellas Ava Gardner, a quien vistió en los últimos tiempos. Pertegaz ha dicho que carecía de complejos, que era la mujer soñada por cualquier modisto. Y esta visión también coincide con la que tenía el dramaturgo y cineasta Edgar Neville. Ava Gardner, a mediados de los 50 en España, era capaz de beber todo el whisky posible e imposible, y al final, inesperadamente, solicitaba una botella de Anís del mono. Eso sí, como cuando fuese a la habitación de su hotel no estuviese el bar lleno, montaba en cólera. Sin embargo, si recibía una llamada para una película, tres o cuatro semanas antes se marchaba a Estados Unidos y comenzaba a someterse a una dieta estricta y practicaba tenis y natación hasta que recuperaba el peso y su esplendente beldad. Edgar Neville le confesaba al oscense Pepín Bello: "Era increíble. Poseía una máquina perfecta".   

       Manuel Pertegaz también sucumbió ante la clase y la sencillez de Jacqueline Kennedy. Al parecer en Francia, en el humilde establecimiento Chez Ninot, dos jóvenes diseñadoras copiaban sus modelos con la autorización del aragonés, hasta que por fin Jacqueline prefirió al sastre original, que le seguía haciendo prendas simples que a ella le sentaban impecablemente. Una de las frases más polémicas, o más famosas, de Pertegaz fue: "Para ser elegante hay que ser rico". Le costó disgustos y críticas, pero insiste en ello, sin rechazar la apostura natural de sus modelos: "Lo bueno suele costar". La sentencia no está demasiado lejos de las ideas de Coco Chanel acerca del dinero y la moda. En El aire de Chanel, le confesaba al poeta y narrador Paul Morand: "Quiero decir esto a las mujeres: no os caséis nunca con un hombre tacaño". La declaración es del invierno de 1941 en Saint--Moritz y muy distinta la época a la de ahora. Por cierto que Coco Chanel no le causó buena impresión a Pertegaz: iba embadurnada de colorete hasta las orejas y se teñía el pelo de negro azabache. Tampoco le deslumbró el vanidoso Christian Dior, aunque tal vez coincida con él en que ambos son los forjadores de un lujo discreto y apostaron por la revitalización sutil de la feminidad.       
 

  Pertegaz se ha confesado tímido, indeciso con las mujeres, volcado en el taller, y amante del orden y la estética. Vive rodeado de dos pastores alemanes y cree que su oficio está emparentado con el alma de la poesía, que es --como la moda: el tejido, su textura, el color y sus melodías, la línea o corte-- uno de los alimentos esenciales del gusto y la sensibilidad. Cuando se casó Letizia Ortiz pensó en él para que le diseñase su vestido de boda: Manuel Pertegaz ahí sigue, vivo, soñando la belleza, buscando nuevos cuerpos que le evoquen la perfección del cisne.

 

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