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Antón Castro

HISTORIA DE UN BRIGADISTA EN SEGURA DE BAÑOS*

HISTORIA DE UN BRIGADISTA EN SEGURA DE BAÑOS*
LEYENDA Y MUERTE DE HY GREENFIELD


El pasado es como un fortín de vivencias y de acontecimientos que de repente se abre y despliega, uno a uno, sus tesoros ante los ojos de los hombres, en su cerebro estremecido por esa agitación de la memoria y del destino. ¿Quién iba a decirle a Tomás Ferreruela que un muchacho joven, de apenas 21 años, norteamericano de Nueva York, brigadista, al que apenas vio pasar moribundo en plena Guerra Civil, iba a reaparecer su vejez y adueñarse de sus recuerdos? ¿Quién le iba a decir que Hy Greenfield “retornaría” casi como un fantasma más de 60 años después? ¿Y cómo iba a imaginarse que sería su propio nieto, Ramón Ferreruela, licenciado en Físicas, el que iba a recordar la historia y escribirla en la revista “Lindazos”? Recuerda Tomás aquel duro día de febrero de 1938: una de los edificios próximos a la Casa del Lugar se había convertido en hospital republicano, donde ejercía de enfermera su hermana Ángela. Los soldados, algunos pertenecientes a la Brigada Abraham Lincoln, como Hy Greenfield, combatían en la afueras, en La Pedregosa y La Cespedilla, monte bajo con pinares, contra los sublevados de Franco. Y de repente, apareció un grupo con tres jóvenes en camilla, pero uno de ellos parecía malherido. “No recuerdo el rostro ni nadie dijo su nombre. Algunos milicianos nos dijeron a los zagales: ‘Venga, venga. Fuera de aquí’. Y tres o cuatro horas después, volvió a salir la camilla con el joven ya muerto en dirección a la fosa común del cementerio. Es casi todo lo que recuerdo”.

En realidad, Tomás Ferreruela, nacido en 1920 en Segura de Baños (Teruel), recuerda más cosas: a sus padres, Ramón y Juliana, que se dedicaban a la labranza y a la ganadería: lo mismo trabajaban el trigo, el centeno, la avena o la cebada que se esforzaban con las ovejas, las cabras, las gallinas y las cebadas. Constituían una familia más bien modesta con otros dos hijos: Ángela, la enfermera ocasional, nacida en 1917, y Patricio, nacido en 1924. Tomás creció jugando en el trinquete a la pelota a mano, a las tabas y a escondecucas. “Fui poco a la escuela. No aprendí a leer hasta que fui al servicio militar. La primera carta me la enseñaron a redactar mis compañeros. Me sentí tan impotente que durante los seis años que estuve en el servicio militar, me llamó Franco hacia abril de 1938, hice lo imposible por asistir a las clases, y al final dejé el ejército con el cargo de cabo”. Cuando llegó la II República en 1931, en Segura de Baños había un casino republicano y una taberna que frecuentaban los de derechas. Había algún que otro amago de enfrentamiento. Y él desde muy pronto se sintió inclinado hacia las ideas republicanas: tenía dos tíos maternos, Juan José y Vicente Martínez Rojo, que le insuflaron los ideales de la libertad y la democracia. “Mis tíos marcharon a Francia y volvieron años después cuando Franco autorizó la vuelta de aquellos que tuviesen las manos manchadas de sangre”. Tomás rememora los desórdenes de la Guerra Civil: hubo muertes por ambas partes, aunque Segura de Baños quedó en el bando republicano hasta la primavera de 1938. “Cuando estalló la guerra yo iba de pastor y a trabajar con los machos. Como tenía más fuerza que mi padre, llevaba la munición, la comida o la cena a los combatientes. Hacíamos lo que nos ordenaban los militares y el alguacil del pueblo. Eso no sólo lo hacíamos nosotros, sino otra mucha gente del pueblo. Yo andaba con nuestras dos caballerías, casi de continuo, y pasaba mucho miedo: las ráfagas del enemigo siempre te soplaban cerca de las orejas. Ésa es la pura verdad. Yo estuve en primera línea de fuego desde el inicio de la guerra hasta el final”. Luego, dos meses después de la muerte de Hy Greenfield, fue llamado a filas: permaneció de guardia en la cárcel Modelo de Barcelona, estuvo en el Alcázar de Toledo, donde se hizo fuerte el general Moscardó, y participó en una embajada de soldados españoles, “fui seleccionado por mi altura”, dice, invitados por Benito Mussolini que fueron recibidos por Pío XII, “al que le di mano”. Y estuvo en San Lázaro y en la Aljafería en Zaragoza, con las Flechas Verdes en Ateca, “con mando italiano”, y, finalmente, en Larache, Tetuán y Melilla, “que fue lo peor de todo: no había más que miseria, mosquitos y calor”.

Luego, de regreso a casa, hacia 1944, recompuso su vida como campesino, al principio, y luego como peón caminero y como gran cazador de perdices. Hace dos años, recibió una visita inesperada: Jay Greenfield, hermano de Hy, el brigadista, vino con su esposa Judy, otro amigo norteamericano instalado en Madrid, Tom (que tiene algo de “buscador” de brigadistas norteamericanos muertos en combate), a rendir el último homenaje al muerto, al que había visto por última vez en la casa familiar de Nueva York cuando tenía cinco años. Tras mucho buscar por aquí y por allá, dio con sus restos. Para el acto, había publicado un opúsculo con poemas de Ben Jonson, William Wordsworth, Langston Hughes, Pablo Neruda y Dolores Ibárruri, “La Pasionaria”. Le dedicaron un “Kaddish”, una oración fúnebre en hebreo, colocaron una placa en el cementerio y una piedra en la fosa común donde se supone que está enterrado Hy con otros compañeros.

“Es curioso. ¡Cuántas vueltas da la vida! En todos estos años no habíamos hablado para nada de este asunto”, resume Tomás.

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