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Antón Castro

LA ÚLTIMA SONRISA DE ÁNGELA LÓPEZ*

LA ÚLTIMA SONRISA DE ÁNGELA LÓPEZ*

Existen en las ciudades seres que forman parte del paisaje, de las calles, de la memoria. Seres a los que encuentras aquí y allá, casi siempre con una sonrisa en la boca, con un bello gesto de ternura y de ánimo, asomados al constante asombro. Vivir es asombrarse a cada hora. A Ángela López la conocí en los tiempos de “El día de Aragón”, aquel diario que fue una factoría de aprendizaje, de sueños, de entusiasmo absoluto, aquel diario en el que hice amigos para siempre. Qué cantidad de cosas hacíamos allí, con más ilusión que conocimiento, qué arrebato por contar la vida, qué inocencia que tenía algo de ultraje a la realidad: pensábamos que un periódico puede cambiar una sociedad. Un día, alguien me presentó a Ángela López, que estudiaba la presencia de la mujer en la ciudad, la huella de los jóvenes, si Zaragoza era una ciudad acogedora y positiva. Necesitaba explorar, conocer, necesitaba intercambiar su sonrisa. Era una mujer cosida con delicadeza y con curiosidad.

Luego, se vinculó a la asociación La Sabina y más tarde pasó a presidir el Consejo Económico y Social de Aragón (CESA), que publicaba aquellos libros verdes que a todos parecían fatigarnos antes de abrirlos. Ángela siempre mandaba una nota, impregnada de cariño, y te invitaba a un acto, te pedía que leyeses tal o cual artículo, reparaba en una entrevista que le había gustado. O un texto: sí, hombre, aquello que escribiste de Umbral y Sampedro, que se odian por la Academia. Y a veces, incluso había subrayado tal o cual frase. Siempre le quise hacer una entrevista extensa, pero jamás se prestó a una entrevista personal. Íntima, como las que me gustaba hacer entonces. En primer plano. Jamás me molestó; al contrario, nos veíamos, nos reíamos, hablábamos de esto y de aquello, del compromiso, de su cariño por Latinoamérica, de la ciudad, de otras mujeres de fuego y seda, de libros, y quedábamos como viejos amigos, como cómplices con un secreto. Aquel diálogo postergado. “No quiero verme desnuda en el periódico”, me escribió una vez en una tarjeta. Luego, ante mi insistencia, añadió: “Creo que aún no estoy preparada”. Más tarde, conocí a Tim Bozman, su marido, que usaba un humor diferente al suyo, y que era muy amigo de mis hijos Daniel y Aloma. Recuerdo una vez que hablé con Ángela de hijos. De hijas. De su hija tan amada.

Hace algunas semanas alguien me dijo que Ángela López estaba enferma. Gravemente enferma. Pensé que debería verla. Escribirle una nota, tomar un café en uno de esos tranquilos bares que tanto le gustaban para iluminarlos con su sonrisa y su mirada chispeante. Falleció esta mañana. Y me da mucha pena todo: Zaragoza, que pierde a la navarra que más la ha querido (o que la ha querido con locura y con algunas sombras también); ella, que se despide de todos nosotros tan joven; Tim, su bastión y su consuelo y el consolado por ella a su vez; me da pena todo, también los amigos que tanto la queríamos de veras y aquella entrevista que nunca pude hacerlo. Cierro los ojos un instante, busco una carpeta de entrevistas extensas, de las de entonces, y me imagino por un instante que ahí, entre esos papeles, aparecerá un retrato de Ángela López y un titular del tipo: “Me siento de aquí para siempre”.

El destino tenía que haberle dado más meses de alegría y lucidez. Le habría encantado ver y contar la Exposición de 2008. Estoy seguro.


[He escrito esto, cuando cae la noche y el cielo se preña de estrellas, mientras suena “Cinema do mar” de Carlos Núñez. Hay una canción que se titula: “Quiero ir ao mar”. Quiero ir al mar. Adiós Ángela.]

3 comentarios

Manuel Contreras -

Qué bellas palabras de despedida, Anton, y qué pena no haber tenido la oportunidad de conocerla mejor..., qué buena ocasión para recordar que "somos el tiempo que nos queda". Y también, qué tiempos inolvidables aquellos de El Día de Aragón...

Marianna Martinez A. -

conocí a Angela prácticamente llegando a Zaragoza a estudiar desde Venezuela. Y sí, realmente quería mucho a Latinoamérica, me contó su experiencia en los barrios de Caracas y lo que marcó su vida en esos momentos y me identifiqué con ello. Me ha gustado mucho la reseña que has hecho sobre su persona y su legado nos deja matices sobre lo que es vivir la vida con entrega y hacer las cosas con la certeza de hacer lo que te nace hacer. En algún lugar mejor seguirá esparciendo destellos de vitalidad. Estoy segura de ello.

Diego de Rivas -

Muy bonita tu semblanza de Ángela. Desconocía su historia y su vida, que según escribes y recuerdas, vivió apasionadamente. Le gustaba vivir la vida y esos momentos que la misma nos brinda. Descanse en paz.

Gracias Antón.

Saludos