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Antón Castro

UNA ENTREVISTA CON CARLOS SAURA*

UNA ENTREVISTA CON CARLOS SAURA*

“Vivo el cine como una aventura” 

 Carlos Saura tiene un fogoso espíritu adolescente. Es un inconformista constante con una habilidad especial para la creación. A su reputación como cineasta, se le suma en sus últimos años su condición de escritor -acaba de aparecer la novela “Elisa, vida mía”-, y la recuperación de su trayectoria de fotógrafo en antológicas o en libros como “El rastro” o “Flamenco”. El Festival de Cine de Huesca le rinde un gran homenaje en un proyecto coordinado y concebido por Chus Tudelilla y Paco Algaba.

Hace unos días, cuando presentó la novela “Elisa, vida mía”, un periódico lo presentaba como un hombre hiperactivo.

¿Hiperactivo? Bueno, estoy activo, no puedo parar, se me acumulan los proyectos. Quería escribir esta novela, me perseguía. La idea de Círculo de Lectores / Galaxia Gutenberg era publicar todos mis guiones, pero les dije que antes me gustaría hacer la novela de “Elisa, vida mía”, que creo que es muy diferente al guión. El argumento es el mismo, pero hay aspectos más desarrollados.

Como el personaje de Carmen Alvarado, la mujer asesinada, ex amante de Luis. Al lugar del crimen acude cada 22 de septiembre su asesino en moto...

Sí, de eso se hablaba en la película, pero los personajes estaban sólo abocetados y aquí se cuentan más cosas. No se sabía muy bien si era real o una invención del protagonista, Luis, que encarnó Fernando Rey, y creo que es un personaje decisivo en la trama.

Esa obsesión por el crimen, porque hay algunos crímenes y suicidios más, ¿nace de su última película, “El séptimo día”, basada en la matanza de Puerto Hurraco?

En absoluto.

¿Ni siquiera de su vieja pasión por las novelas policíacas?

Tampoco. Más bien está relacionado con mi próxima novela, “Ausencias”, donde cuento la historia de un coleccionista de cámaras fotográficas, que en eso se parece a mí. La fotografía quizá sea el mundo que mejor conozco. Y también está vinculado a una serie de cuentos que estoy escribiendo sobre fotografías y fotógrafos. La foto tiene esa cosa misteriosa que me intriga: tiene la virtud de convertir el presente en pasado de inmediato.

Eso mismo lo dice en el libro.

Hasta que no aparece la fotografía no teníamos una imagen del pasado, de los hijos, de la familia, de las cosas. La fotografía ha significado una verdadera revolución de la vida. Ha eliminado una serie de posibilidades imaginativas de nuestro pasado porque, de alguna manera, lo fija.

¿Es cierto que “Elisa, vida mía” parte de una fotografía que le regaló su entonces suegra Oona O’Neill?

¿De dónde ha sacado eso? Ahora recuerdo, sí, que, en la casa de Charles Chaplin, la madre de Geraldine tenía un álbum de su madre, la mujer del dramaturgo Eugene O’Neill. Era una cosa un poco esquizofrénica. Ella había recortado las fotos y las había colocado sobre un fondo negro, y tenían comentarios en letra blanca. La madre de Geraldine aparecía siempre desenfocada, como si se hubiera movido. Me pareció atractivo e inquietante. Los álbumes familiares me fascinan.

Es una recurrencia de casi todo su cine. He tenido la sensación de que en el libro están condensadas muchas de sus obsesiones. Por ejemplo, su forma de entender la vida y el cine como un ejercicio de representación a la manera calderoniana. En la novela, se representa “El gran teatro del mundo”.

Me ha fascinado mucho esa obra, es una cosa maravillosa ver cómo los personajes se rebelan contra el autor, algo que luego harían Luigi Pirandello o Bertolt Brecht, es como si pidieran su propia autonomía, aunque luego lo importante es cómo se hace el papel. Sé que esta es una moral muy discutible. Cada uno debe hacer bien el papel que le toque, aunque sea el de miserable.

También decía Agustín Sánchez Vidal, me parece, que “Elisa, vida mía” nació del encuentro con la Égloga I de Garcilaso, y de una grave enfermedad de su padre...

A veces se escriben cosas rarísimas sobre mí, y yo las encuentro estupendas. Es cierto que existió una dolencia de mi padre, luego superada. En todo lo que hago hay mucho de autobiográfico, cosas que transformo a mi antojo, que fantaseo sobre ellas. Y eso ocurre en “El séptimo día”, en “Buñuel...”, en “Dulces horas”, en todas partes. Fantaseo sobre conversaciones, recuerdos y sueños.

Lo que parece muy evidente es que cada vez se siente más cómodo en la escritura.

Desde luego. Lo que he pretendido en este libro es la reiteración de las cosas. Cuento un mismo episodio de formas distintas cada vez. Mis personajes son obsesivos como yo, y aquí nunca se sabe con certeza lo que es verdad o lo que es mentira. No sabes bien si Elisa cuenta una historia o la imagina, y esa atmósfera, esa mezcla de estados de ánimo y de hechos, me resultaba muy atractiva.

Usted señala que hay que ponerle un límite a la imaginación.

Es cierto, porque si no te pierdes. Y eso vuelve a ocurrirme en “Ausencias”, donde dedico un capítulo exclusivamente a hablar de cámaras fotográficas, que es un hobby para mí, una pasión. A mí me gustan las máquinas mecánicas o analógicas, tengo alrededor de 600 o más, pero ahora para trabajar me inclino por las digitales porque me gustan mucho las impresoras, el retocado, el trabajo en photoshop, la rapidez. Soy un experto en photoshop.

Aún está reciente su deslumbrante libro de fotografía, “Flamenco” (Círculo de Lectores / Galaxia Gutenberg, 2004).

Me he quedado sorprendido yo mismo. Eran fotos ocasionales que había ido haciendo en mis películas, así, un poco tal como venían. Y ahora al verlas reunidas en un libro tan lujoso me ha resultado verdaderamente placentero. Ha sido un regalo.

Sigamos con las obsesiones de su novela, de su cine y de su vida. Por ejemplo, hablemos de la música. En “Elisa, vida mía”, suenan Erik Satie, Rameau...

Soy un completo amateur, pero me gusta mucho la música francesa. Bueno, más a Elisa que a mí, que soy un enamorado de la espléndida música alemana.

¿Un amateur, señor Saura? ¿Quién le va a creer tras haber leído su prólogo a “Flamenco” o haber visto “Carmen”, “Sevillanas”, “Tango” o “El amor brujo”?

Sí, un amateur, aunque tengo muy buen oído.

Ha dicho en algún lugar que su padre cantaba a Carlos Gardel y a Imperio Argentina. ¿A quién canta Carlos Saura?

No canto nada, pero me hubiera gustado tener una voz maravillosa, o sencillamente buena, para entonar canciones. Escucho todo tipo de música, clásica en especial, pero también música actual. Soy un poco extraño en mis gustos. Me gusta un poco de todo: la música popular de los distintos países, Bruce Springsteen, Tom Waits, aunque no todo. Me ocurre algo curioso: cuando escucho una sinfonía tengo poca paciencia, es como si quisiera ir directamente a lo que me va a gustar. Eso me ha pasado con un cuarteto para violoncello de Brahms, que he utilizado en una de mis películas favoritas: “El sur”, basada en el cuento de Borges.

Insisto un poco más con la fotografía porque en los últimos años hemos visto muchos proyectos suyos de esta disciplina: el ya citado libro “Flamenco”, pero antes vimos más de 150 obras de fotoperiodismo en Barcelona, en la línea de Eugéne Smith o Ramón Massats, o sus fotos para el volumen “El rastro” de Ramón Gómez de la Serna.

Siempre he fotografiado por puro placer. Al principio, más que seguir a nadie, era un reportero que quería hacer un libro sobre la España de los 50 / 60, una España tremenda, apasionante, hermosa, y ahí sí había coincidencia con algunas cosas de Ramón Massats, pero aquello se quedó en agua de borrajas. Y ahora sigo haciendo fotos de familia, de los paisajes de donde vivo, retrato mi entorno, la mudanza de las estaciones, hago cientos de fotos que sólo me sirven a mí y que, en algunos casos, como ocurrió en “El séptimo día” (que sirvieron también para la localización del pueblo donde se rodó), puedo utilizar en mis películas. En todo caso, hago con las fotos un carné de notas y de recuerdos. Es como un diario íntimo.

Esa película levantó una gran polémica y usted recibió algunos insultos. ¿Qué ocurrió luego, en su estreno en Mérida?

Es cierto, hicimos una proyección en Mérida para despejar algunas incógnitas y que se viese que obramos de buena fe. No había razón para el malestar. Vino gente de Puerto Hurraco y pueblos próximos, y la acogida fue magnífica. No vino el presidente Ibarra pero sí otras fuerzas locales, y luego no quisimos abusar de lo ocurrido. Dejamos que la película siguiese su camino. Tuvo un gran eco en Canadá, en Toulouse, donde acaban de hacerme un homenaje, y en Londres, de donde acabo de volver. Estoy muy contento. Ha sido muy agradable y gratificante.

¿Sigue siendo su lema aquello de “Hay que arriesgarse”?

Lo sigo diciendo. El cine es una aventura, y así lo vivo. Y la literatura, y la fotografía, y la pintura. A mí me gusta siempre ir más allá. Improviso mucho en los rodajes, cambio cosas, no tengo ningún respeto a los guiones, no respeto ni mis guiones, y ahí tiene un ejemplo: se han publicado algunos y les he añadido algunas cosas. No respeto el guión original, lo haya hecho otro o yo.

¿Ni siquiera respeta a Rafael Azcona?

Tampoco. Ni los de Ray Loriga, que escribió para “El séptimo día” unos diálogos frescos y peligrosos, me gustaban mucho, por ejemplo, los de las niñas. Entiéndame, trato de respetar al máximo los guiones, pero es un material de trabajo susceptible de cambios. Yo no conocía a Ray Loriga, ni había visto su película ni había leído sus libros. Un día me llamó el productor Andrés Vicente Gómez y me dijo que Ray Loriga había escrito un guión sobre Puerto Hurraco y que había dicho que debía rodarlo yo. Lo leí y vi que era estupendo. Me daba envidia que no lo hubiera escrito yo, ésa es la verdad. Luego, ha sido un rodaje comodísimo entre espléndidos actores.

¿Sigue pensando que se lo debe todo a los franceses y a los alemanes?

Sí, les debo muchísimas cosas. A Cannes, a Toulouse, a Berlín. España es un país muy raro. Pero la consideración que se tiene de mí también ha oscilado, va por oleadas. Ahora parece que estoy mejor visto. Los jóvenes, tal vez piensen con razón: “Y este pesado, ¿por qué no se va ya?”. Pero también veo un respeto que no veía antes, aunque nada tiene que ver con lo que ocurre en Canadá o en Toulouse: ahí la gente se levanta, te aplaude y realmente te quedas conmovido. Tampoco es necesario ese derroche en España, ni lo pido ni me inquieta que no se produzca. A veces pienso que para entender mi obra había que reorganizarla de nuevo olvidándose de las fechas. Así todo encajaría mejor y se vería que hay una gran coherencia. Al principio, me acusaban de monótono o repetitivo, y ahora de dispersión. Creo que todo puede deberse a la inconsciencia o a una curiosidad infinita. Hago lo que me gusta, y aún tengo películas, novelas o libros de fotos en la recámara.

¿Y qué fue de aquel viejo sueño de Felipe II?

¿Cómo que sueño? Tengo el guión escrito y es uno de esos personajes que me atraen muchísimo. Sería como otro ensayo personal, como Buñuel, San Juan de la Cruz o Goya. Casi me resulta vergonzoso que no exista una película sobre él, un personaje tan fascinante como odiado, centro del huracán, y tal vez pionero de la unión de Europa.

¿Veremos alguna vez en cine su guión “¡Esa luz!”, que presenta semejanzas con la vida de Amparo Barayón y Ramón Sender?

Lo veo difícil, y además como ya está publicado en forma de novela me parece más complicado. Se han vendido 18.000 ejemplares del libro. TVE estaba interesada en hacer dos películas, y por ahí anda el proyecto. Ha sido curiosa la cantidad de coincidencias que ha habido entre mis personajes y la historia de amor y muerte de Amparo Barayón y Ramón José Sender, que fue novio de mi madre, Fermina Atarés, por algún tiempo, durante la juventud de ambos en Huesca.

CARLOS SAURA tiene algo de ciclón inadvertido: casi 40 películas, varias novelas en su haber, miles de fotos con las que enreda: las pinta, las llena de rayas y de sugerencias. Exhibe una madurez juvenil que se alimenta de curiosidad. Investiga y no se acomoda: salta de un abismo a otro en un ejercicio de valentía constante. En eso se parece a su hermano Antonio Saura, con el cual se inauguró una nueva sala de exposiciones en la Universidad de Zaragoza. “¡No sabe cuánto lo echo ahora de menos! Creo que cada vez se le da más importancia a su obra, que posee una gran fuerza. Admiraba en él que fuese capaz de hacer tantas cosas diferentes: pintaba, ilustraba, era un obseso del dibujo, y escribía muy bien. En los últimos años nos llevábamos mejor que nunca: trabajábamos juntos y nos divertíamos”.

*Hace algunos meses entrevisté a Carlos Saura. Recupero la entrevista y la cuelgo aquí.   

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