LOS LIBROS DE CRISTINA SÁNCHEZ-ANDRADE, SEGÚN X. FERNÁNDEZ
[Por distintas razones, especialmente por sus libros transidos de sutileza y de magia, tenía ganas de conocer a Cristina Sánchez-Andrade, hija de gallego y de inglesa, y la conocí en Sevilla. Hablamos de Coco Chanel, de su vida en Santiago de Compostela, donde nació en 1968, y de sus años de formación como periodista en “El Correo Gallego”, donde yo publiqué muchos artículos durante dos o tres años, desde 1987 a 1989 o así. Me recordaba Cristina, madre de cuatro hijos, que cuando empezó hacía entrevistas a Cela o Torrente Ballester. Más tarde, afincada ya en Madrid, desarrolló una obra muy personal. En un determinado momento, Cristina me preguntó si conocía a Xurxo Fernández. No lo conocía, pero he encontrado este texto suyo publicado en la edición dominical de “El Correo Gallego”, a cuyo director, Xosé Manuel Rey Novoa, le tengo mucho cariño. Cuelgo aquí este texto. Curiosamente, después de haberlo encontrado en la red, Cristina me escribe y me dice que en septiembre vendrá gustosamente a “Borradores”. ]
TEXTO: XURXO FERNÁNDEZ. FOTO: PATRICIA SANTOS
El arte de saber describir el mecanismo último del destino
Cristina Sánchez-Andrade y la verdadera Coco Chanel
Ha ido adentrándose en el panorama de las letras hispanas con andar de gacela y ojo de águila. Saltó a la fama desde su primer libro, ‘Las lagartijas huelen a hierba’, publicado entonces por Lengua de Trapo. Con su siguiente novela, ‘Bueyes y rosas dormían’, en Siruela, la crítica la elevó a los altares. Hoy es autora de cabecera para muchos
Desde muy joven (en una época, 1988/89, en que trabajaba, precisamente, en este diario, “El Correo Gallego”) Cristina Sánchez-Andrade Potter, hija de gallego e inglesa, dio muestras de una extraordinaria percepción de la realidad. A sus entonces recién cumplidos 19 años, la forma de ver su entorno –esas complejas circunstancias orteguianas– era muy curiosa. Era penetrante; iba más allá de la superficie de las cosas. Si hablamos de Velázquez, por ejemplo, como de pintor para pintores, queriendo expresar con ello que sólo conectaremos de verdad con su obra cuando sepamos traspasar la tela en sí misma –sean Las Meninas, o Las Hilanderas, o La Fragua de Vulcano, o cualquier otro cuadro–, con Cristina pasará lo mismo: sólo la encontraremos o entenderemos tras un mínimo de una primera lectura de tanteo.
Ha pasado siempre con los maestros más complejos. Pasaba con Goethe. En un primer vistazo al Fausto sólo hallaremos un par de anécdotas curiosas y, tal vez, un encuentro memorable. A la segunda, veremos funcionar a toda potencia la maquinaria celestial. Sólo a partir de la tercera lectura percibiremos la enorme, inmensa complejidad que rige de forma inexorable el destino último del hombre.
He ahí un paralelismo entre los presupuestos del señor de Weimar y nuestra amiga.
Desde su primer libro, Las lagartijas huelen a hierba, la autora se apartó de las modas al uso. Analizaba pormenorizadamente lo más profundo de los sentimientos, bajando con frecuencia, como Verlaine, como Baudelaire, como Céline, a los últimos círculos: a los infiernos.En Bueyes y rosas dormían, que en su día fue publicada por Ofelia Grande de Andrés en su editorial Siruela, acabaría ofreciendo una lección estética difícilmente superable (poco antes, el inmenso vallisoletano Gustavo Martín Garzo había recibido el Premio Nacional de Literatura por El lenguaje de las fuentes, otro de los libros más hermosos de estos últimos veinte años; y ¡cuanto tienen que ver estéticamente los dos autores!). En los siguientes, es decir, en Ya no pisa la tierra tu rey (en Anagrama) y en Alas (Trama), continuó con ese canon, en un proceso de elongación parecido al hipotético ejercicio de jugar con las formas perfectas de Platón con herramientas que fueren propias de la Física Cuántica.
Así es como la autora ha llegado al libro que aún está, fresco de tinta, en los escaparates. Se trata de Coco, que acaba de publicar RBA. También saben perfectamente de qué se trata. Es un peculiar análisis biográfico de aquel mito tan controvertido llamado Coco Chanel.
Ahí, Cristina ha dado lo que podríamos llamar un giro inesperado. Es como si se hubiese puesto a observar en un promontorio, con postura de personaje de Caspar David Friedrich, hacia el núcleo del siglo XX.
Ha buscado con lupa, y ha traído a colación a un personaje del que, curiosamente, y mediando como nunca los mass media, sólo se nos había ofrecido hasta ahora el rostro más amable.Hemos visto con frecuencia que los biógrafos se enfrentan de formas harto distintas a los autografiados. Plutarco, estableciendo el paralelismo entre Alejandro y Julio César, Boswell retratando a Johnson, Fernando Vela dándonos a conocer a un Mozart distinto, o Borobó frente a la Bella Otero (Carmen Posadas siguió ese ejemplo magistral, con el mismo mito). Cualquiera de esos ejercicios de historia es arquetípico; cualquiera de las formas de narrar que esos autores utilizan es proverbial. Cualquiera de esos libros sigue siendo válido.
Corolario: Cristina da, por fin, una visión nueva, compleja, difícil, realmente atractiva, pero enormemente dura, de esa mujer filonazi de origen humilde, que llegó a la cumbre y acabó cayendo en el abismo.
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ANTONIO -
EDITORIAL CULTIVALIBROS