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Antón Castro

DIÁLOGO CON RICARDO JOVEN, Y DESPEDIDA

DIÁLOGO CON RICARDO JOVEN, Y DESPEDIDA

Ricardo Joven (Zaragoza, 1953) pasa por un período espléndido. Se acerca “a una etapa de madurez, en la que he decidido ser actor”, confiesa. El pasado domingo se despedía del Teatro Principal, donde encarnaba a Max Estrella en la obra “Luces de bohemia”, que ha montado el Teatro del Temple bajo la dirección de Carlos Martín. El éxito fue arrollador: de la propuesta, de la excepcional música de Miguel Ángel Remiro,  de la interpretación: Rosa Lasierra, Francisco Fraguas, Jorge Usón, José Luis Esteban, Gabriel Latorre... Y ahí, Ricardo Joven brilla y vuelve a componer un gran personaje, como ya había hecho en  “Picasso adora la Maar” o con “Yo, mono libre”, un proyecto personal en el que encarnó al vulnerable Franz Kafka. 

Usted no era solo actor.
A principios de los 70, empecé a colaborar con distintas compañías: con el Teatro Estable de Mariano Cariñena, con Tántalo Teatro de Danilo Nieto, con La Taguara de Pilar Delgado. Y anduve, de montaje en montaje, seis o siete años, sin visos de hacerme profesional. 

¿Y el cómic?
Empecé muy joven con él. Hacia 1970. Llegué a publicar una tira en “Nuevo fotogramas” y allí conocí a Víctor M. Lahuerta, que hacía otra. Y no tardamos en crear con otros dibujantes el colectivo Zeta. Llegamos a ser procesados por escarnio a la religión católica por un número de la revista en la que hicimos un montaje sobre la última cena, con un titular que decía “ésta no es la última zeta”. Intentaron meternos en la cárcel, sufrimos privación de derechos civiles, aunque al final no ocurrió nada. Ya estábamos en plena democracia. Pese a todo, alguno ya se había marchado a Francia.  

¿Quiénes estaban con ustedes?
Antonio Altarriba, Luis Royo, Samuel Aznar, Manuel Estradera. Luego integraríamos el grupo Bustrófedon y realizaríamos distintas muestras de cámic. Organizamos las Jornadas Culturales del Cómic, y en una de ellas abordamos “El cómic americano no USA”.   

Además, usted dibujaba mucho, ¿no?
Sí. Escribía sobre cómic, colaboraba en distintas publicaciones, pero tenía un grave problema. Siempre he sido muy exigente conmigo mismo. Se producía una paradoja: no tenía capacidad ni habilidad para hacer lo que soñaba. Me sentía profundamente insatisfecho. Veía lo que hacía, y me decía: “Vaya mierda”. Entregaba el trabajo y me decían: “Estupendo. Qué bien ha quedado”. Yo sabía que no era  cierto.  

O sea que acabó por dejarlo.
Prácticamente. El cómic me ha interesado siempre y me interesa. Tengo en casa una extensa colección de cómics. En los años 70, viví un tiempo en Barcelona y tuve la oportunidad de trabajar en “El Papus”. Y un fin de semana que vine a pasar a Zaragoza, el Teatro de la Ribera, de Mariano Anós y Pilar Laveaga, me ofreció la posibilidad de incorporarme a la compañía. 

¿Qué hizo?
No lo dudé demasiado. Estaba en un periodo de incertidumbre. ¿Qué hacía? ¿Me dedicaba al teatro como hasta entonces, de modo amateur, apostaba por el cómic en serio o me inclinaba por ser un actor profesional? Decidí esto último: iba a ser un actor profesional con sueldo fijo, algo que no había tenido nunca antes, iba a pertenecer a una compañía que era un modelo de gestión y que quería ser una compañía local, residente, con proyección nacional e internacional. Puede decirse que ahí empecé, pero las Jornadas Culturales del Cómic aún vendrían más tarde. Mi trabajo de dibujante era solitario, y el teatro era colectivo. Me apasiona la construcción coral de los espectáculos, donde el actor tiene mucho que aportar, que discutir, que dialogar con el director. 

¿Cómo le fue en La Ribera?
Muy bien. Adquirí desde pronto un cierto protagonismo en el grupo con los hermanos Mariano y Javier Anós y con Pilar, que eran sus cabezas visibles. Hallábamos mucha complicidad en Aragón: percibíamos el apoyo social a la cultura  por parte de la izquierda.  

¿Recuerda sus primeras obras con ellos?
Me encantó hacer “Historias de un jardín”, un espectáculo infantil  basado en piezas de Oscar Wilde, entre otros. Y “Vanina Vanini”, un texto de las “Crónicas italianas” de Stendhal, y “Fe, esperanza y caridad”... Pero luego vinieron otros espectáculos. Permanecí más de una década, y fue una experiencia estupenda. Realizamos giras por México, por Marruecos, por media Europa. Y conseguimos grandes éxitos. 

Recuerdo, entre otras cosas, su papel de novio en “Bodas de sangre” de García Lorca.
Aquel fue un espectáculo estupendo que gustó mucho. En aquella época teníamos que hacer de todo. Fueron años espléndidos e inolvidables, pero también extenuantes. Actuábamos, montábamos y desmontábamos. Creo que, hacia 2000, cuando estrenamos el “Picasso, Lorca, Dalí” con el Teatro El Temple, me dije: “Ahora solo quiero ser actor. He decidido ser actor”. 

¿Lo ha logrado?
Antes si me preguntaban a qué me dedicaba, decía “hago teatro”, porque estabas implicado en el montaje, en la escenografía, y además luego salías a actuar. Pero con el paso del tiempo, y es una de las pocas certezas que tengo en este mundo de continuas incertidumbres, me di cuenta de que quería desarrollarme en el maravilloso e intenso mundo de la interpretación.   

Intenso, Ricardo, siempre lo ha parecido. Incluso, y no hay desdén en el término, podía parecer un poco histriónico...
Es probable. Como actor tienes unas características, una voz, una forma personal de darle dramatismo a los personajes...  Eso está ahí, y puedes ser más o menos eficaz, tener oficio. Pero ahora siento que he dado un paso más hacia la desnudez, hacia la entrega, hacia la emoción, hacia la sinceridad. Quiero entregarme al público de otro modo para servirle mejor el texto, y meter todas las emociones y matices que destilan las palabras.  

¿Cómo ha llegado a esta  reflexión?
Quizá después de hacer “Yo, mono libre”, el monólogo inspirado en el “Informe para una academia” de Kafka. Era un proyecto personal, un viejo sueño. Ha sido para mí un ejercicio actoral, de autoformación y de aplicación de cosas que había ido descubriendo a lo largo de mi carrera. A la gente le gusta muchísimo esa función. 

¿Por qué?
Quizá porque se llega al alma del ser humano a través de las emociones más cercanas. Vemos a Kafka repudiado y vilipendiado, convertido en un mono de feria. Y también asistimos a la absurda actitud de desprecio del hombre hacia otros seres. Ahí, pese a todo, he ensayado más que con la técnica: me muestro como actor al desnudo. En nuestro oficio, es muy importante la generosidad. 

Por cierto, usted también ha hecho papeles cómicos. ¿Se siente cómodo en ese territorio?
Muy cómodo. Me encanta. Durante mucho tiempo he hecho mucho teatro de repertorio cómico con Tranvía Teatro y luego Teatro de la Estación. Ahora acabo de hacer para La 2 de TVE la serie “Marcapáginas”, un programa dedicado a la divulgación de la lectura que transcurre en el interior de una librería. Yo soy Ernesto, un profesor de semiótica enamorado de la librera Julia, a la que encarna Clara Sanchís. Es una mujer de 40 años, separada, que recoge a su sobrino Alex, que no ha leído un libro en su vida. Hablamos constantemente de libros. El espacio está dirigido por Manuel Armand, con quien hice un “Estudio 1” de “El jardín de los cerezos” de Antón Chejov.  

Hablábamos de  su vena humorística...
Es  cierto. En “Marcapáginas”, que se estrenará en octubre, hago un papel cómico en el que hablamos de libros, lo mismo de pensadores  como Heidegger, Derrida o Foucault que de Vargas  Llosa. Dice un personaje: “Ahí está la tía Julia, Varguitas”, en alusión a “La tía Julia y el escribidor”. Al fondo de cada una de nuestras interpretaciones está la vida. Un actor tiene que haber vivido. Sé que hay actores intuitivos, con un sexto sentido, pero ése no es mi caso. Yo creo en el trabajo, en la entrega, en la preparación de los textos, en el hecho mismo de su interpretación. Creo que el personaje de Kafka es el que me contiene como actor. Deseo llevarlo a Buenos Aires.  

¿Y Max Estrella?
“Luces de bohemia”, de Ramón María del Valle-Inclán, refleja muy bien ese desarraigo que se tiene en España hacia la cultura y la creación. Se ha cortado el lazo entre la sociedad y los creadores. Existe un velo de desprecio de los políticos hacia los artistas. Y refleja la inadaptación y el hambre, algo que se ajusta del todo a la realidad que vivimos ahora. Ahí está este hombre rebelde que es Max Estrella. Esta pieza supone también una meditación sobre el presente con un personaje como él. Yo creo que vivimos una época espléndida, pero qué lástima que no sea mejor aprovechada. Las artes escénicas son un magnífico vehículo para hacer feliz a la gente.  

¿Era Valle-Inclán un “cráneo privilegiado”?
Sin duda. Poseía sus propias ideas, no se dejaba arrastrar, y éste es uno de sus textos más difíciles. Se pensaba que era un texto cinematográfico e irrepresentable. Nada más lejos. Se ha respetado el texto al máximo. Sus personajes siguen vivos: viven aquí, en Zaragoza, en Madrid, en cualquier parte. Y ese desgarro sigue existiendo. 

Por cierto, ¿tiene  usted actores favoritos?
No exactamente. En realidad, podría definirme como alguien que capta detalles específicos, matices, ráfagas de inspiración en la interpretación de los demás. Uno de esos actores podría ser Vittorio Gassman; José Pedro Carrión, con quien hice en televisión “El jardín de los  cerezos”; Flotats en algún instante... 

¿Cómo es el público aragonés?

De entrada, es escaso. Antes el teatro era un espectáculo, ahora es otra cosa. Es algo más minoritario, pero la minoría que lo sigue aporta opinión, tendencias y líneas. En Aragón existirán tres o cuatro mil personajes que van al teatro tres o cuatro veces al año, y a mí eso, en una ciudad como la nuestra, me parece un fracaso social. Tenemos que ayudar a elevar la consideración hacia el teatro y propiciar el acercamiento entre el teatro y el público. ¿Se ha dado cuenta de que si alguien va al cine y ve una mala película no dice “no volveré  más”? Si va al teatro, y no le gusta, se lleva un disgusto enorme. Yo creo que las artes escénicas con como un remanso o un oasis donde vas a encontrarte con tu propia humanidad, y ese valor debe apoyarse. 

CODA

*Esta entrevista se publicó el pasado domingo en mi sección "Clásicos y modernos", que aparecía en el suplemento de Heraldo Domingo, que coordinan Sergio del Molino y Santiago Paniagua. La serie llegó a su fin, se prolongó durante un año, y fue para mí una experiencia maravillosa, una de las mejores que he tenido en el periodismo en el último año. He intentado ensayar la entrevista del periodista casi invisible. Les agradezco a ambos su confianza. Y le deseo con total sinceridad a Julio José Ordovás, que inicia una sección nueva, mucho éxito. Julio José es un buen amigo y un excelente periodista y escritor. Atraviesa un dulce momento, acaba de publicar un estupendo libro de artículos, "Papel usado" (Eclipsados) y es un colaborador constante de ABCD Cultural, de "El País" y uno de los columnistas más constantes y apasionados de "Heraldo". Estoy seguro de que hará un espléndido trabajo.    

Cuelgo aquí la entrevista a modo de gratitud para los casi 50 entrevistados de los últimos tiempos: Eduardo Ducay, Agustín Díaz Yanes, Almudena Grandes, Miguel Ángel Tapia, Elisa Arguilé, Isaac Galán, María Pilar Sancet, Javier Blasco,  Fernando Martínez de Baños, Dolores Durán, Ciro Altabás, José Garrido Palacio, Miguel Torrubia, Marta Navarro, Víctor Juan Borroy, Carlos Garcés, José María Escriche, Fernando Ferreró, Cristina Remacha, Fernando Lalana, José Luis Corral, Ángel Aznar, María Pilar Burges, José Luis López Zubero, Javier Barreiro, Bobby Chueca, Juan Tudela, Pepa Santolaria, Maite Sorolla, Maite González (viuda de Miguel Buñuel), Rubén Lorenzo, Miguel Ángel y Javier Clemente, Juan Luis Buñuel, Javier Espada, Carmen Bayo (hija de Bayo Marín), Félix Palacios, etc...     

La foto del diario "20 minutos" es de Ricardo Joven y José Luis Esteban.

3 comentarios

octavio -

Buenos dias,

Hemos comenzado a trabajar en una revista cultural que se publicará a través de internet. Espero que le interese la posibilidad de colaborar con nosotros.

saludos y hasta pronto

Entrenomadas -

Yo no la leí en su momento, así que ahora aprovecho y sí es una buena entrevista. Ya lo creo.

Blanca -

Me encantó leer esta entrevista en Heraldo. ;)