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Antón Castro

CASI UN MICRORRELATO

CASI UN MICRORRELATO

EL MÓVIL Y LA BODA  

“No existe ningún abonado con este número”, oyó por primera vez. A Pedro Etura le habían encargado un reportaje de verano en Delicias: se trataba de captar la nueva vitalidad del barrio, el clima de agitación, el colorido, la impresión de que la Zaragoza del extrarradio se había convertido en las afueras de París o en un zoco de Marrakech. El asunto podía ser bonito, sin duda; exigía paciencia, instinto, y una idéntica porción de ocultamiento y descaro. El fotógrafo debe ver sin ser visto, era su lema, aunque él no era partidario de las fotos robadas. Vio una tienda china con la dependienta entre jarrones y un periódico inmenso escrito en chino mandarín sobre el mostrador, y disparó. Buscó otro ángulo, y volvió a disparar, dos, tres veces, sin mucha convicción. Marcó, otra vez, en el móvil, como si tuviera la cabeza en otro lugar y en otros rostros. Pasó a su lado una mujer africana, embutida en uno de esos vestidos verdes y amarillos, que llaman la atención, que atraen la mirada de los más despistados. No se dio cuenta de que los ociosos hombres de la terraza alzaban la cabeza a la vez para mirarla: el movimiento de danzón o ritual lejano de sus caderas, el porte seguro, aquella elegancia que olía a selva y jengibre, la exuberancia del cuerpo que se bamboleaba con la preciosista geometría del traje. Su compañero del periódico le advirtió un poco tarde. Una voz insistió: “No existe ningún abonado con este número”. Se fijó en una cesta de verduras de un colmado latino, y la misma voz repitió: “No existe ningún abonado…”

Cerró de golpe, miró la agenda del teléfono y comprobó los números. Era el mismo. El suyo, el de siempre, el de la noche anterior.
Tenía que afanarse un poco más: los reportajes de ese tipo se vestían básicamente con fotos, aunque su compañero poseía una prosa cuidada, inclinada a la poesía y a las anécdotas impresionistas, poco periodística tal vez. Había que realizar planos generales, detalles llenos de vida, debía captar personajes confiados en su contexto. Primero avanzó por la acera derecha y entró en varios locutorios, y supermercados, y bancos improvisados que sugieren una existencia provisional; luego hizo lo mismo por la acera izquierda. Era consciente de que su cabeza estaba en otro sitio. Llamó de nuevo, con la certeza de que no se había equivocado, de que no se equivocaba: aquel era el teléfono de Marta, la mujer con la que había estado viéndose en los seis últimos meses, la mujer de ojos de agua que le había hecho perder la cabeza en un plenilunio de amor inagotable. “No existe ningún abonado…”

En ese momento, Pedro Etura dijo, como si hablara consigo mismo, pero también con su compañero y con la misma Marta: “Ya lo siento, nena. Sólo era para decirte que me habría casado contigo tal como querías”.

*Autorretrato de Edward Weston.

1 comentario

mega -

Muy bueno.
Al pobre, ese mismo día, se le escapó la mejor fotografía y el amor...