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Antón Castro

UN MILAGROSO EMPATE Y A LA DESESPERADA

UN MILAGROSO EMPATE Y A LA DESESPERADA

Mi sobrino José Terol, el gran lector de periódicos, el apasionado de la televisión, acaba de cumplir 18 años. Y está espigado, sombreado el rostro de barba y plenamente feliz. Es muy bonito ver cómo su familia ha ido tejiendo en torno a él, y a sus hermanas María e Isabel (y al núcleo Terol-Gascón mismo), unos poderosos hilos de amistad. Por eso, José fue objeto de gestos de cariño, de múltiples detalles: le han hecho dos montajes fotográficos llenos de encanto y de emotividad. Uno se lo han enviado desde Murcia, su prima, y otro unos amigos, donde se reconstruye, foto a foto, emoción a emoción, su vida. Hay fotos de bebé, fotos en Ejulve, fotos de sus paseos por los Pirineos, fotos en el estadio de Montjuic, fotos en Murcia y en Francia, fotos de complicidad con su padre, a pie de las montañas o de los bosques umbríos. Uno de los vídeos está amenizado con una preciosa canción de Amaral, que es el grupo favorito de la familia.

 

Después de la comida y los postres, me fui con mi hijo Diego a ver el Real Zaragoza a un bar multicultural y políglota de la calle Agustina de Aragón, regentado por chinos. El partido tenía algo de prueba definitiva; me conmovía como Diego -que veía como su Depor del alma vencía y aseguraba su permanencia- estaba en un sinvivir, nervioso y anhelante, a la espera de un gol: el huy final de Oliveira puso a prueba su esperanza. Los que os asomáis por aquí ya sabéis que soy optimista, optimista a la desesperada: deseo con todas mis fuerzas que el Real Zaragoza no baje. Mi idea de partida es que el equipo de este año no era malo: era un equipo pensado para acariciar la UEFA, de nuevo. Pero todo empezó a torcerse demasiado pronto: con la lesión de Matuzalem ante Yayá Touré, con las desavenencias en el vestuario, con la ausencia de tensión del equipo y con una idea general de lasitud que se instaló en el bloque. Si a ello le sumamos que la suerte, tan necesaria en este deporte, no favoreció casi nunca, que la elección de entrenadores (tras la destitución de Víctor Fernández) fue bastante infausta (especialmente la de Garitano: un hombre más bien huraño al que le pudo de inmediato la responsabilidad; especialmente la de Irureta, vencido ya para este oficio), que algunos arbitrajes fueron desafortunados, y que el Real Zaragoza es una estructura aún demasiado frágil por dentro, en todas sus costuras, en todas sus líneas… El fútbol nos dice un día y otro también que para ganar ya no basta con jugar bien: hay que correr como mínimo tanto como el rival y querer ganar más que él.

Para mí, hecha la salvedad de un puesto, la ausencia de alas específicas, el equipo estaba bien armado y compensado, pero nunca ha estado trabajado, con tensión y solidaridad en las líneas, nunca ha creído en sí mismo, nunca ha tenido impulso competitivo y ha parecido vivir en la inconsciencia, en la baja forma (y autoexclusión) de muchos de sus fichajes, en una especie de esplín o de dejadez que no le permitía ver su bisoñez, su vulnerabilidad, que no le permitía ver las orejas al lobo. Ha habido errores (uno de ellos, para mí, no saber motivar a su jugador más competitivo D’Alessandro, el único que siempre quería el balón; el conflictivo, a la chita callando, a lo mejor es Aimar), pero muchos de ellos son errores ahora, hoy, porque los resultados, tan inexorables, los han transformado en errores a posteriori, con la clasificación en la mano. Con la decepción ondeando como una bandera.

 

Ante el Getafe, el Real Zaragoza pudo haber perdido con total claridad y arañó un empate. Antes de jugar, se antojaba insuficiente; tras el lance, tiene algo de pequeño milagro de domingo, de ráfaga levísima de esperanza. La imagen fue algo más consistente que la semana pasada ante el Betis, pero tampoco hay motivo para tirar cohetes. El equipo no tiró a gol, fabricó un par de ocasiones (o en realidad, más bien solo una que malbarató Milito tras un perfecto servicio de Zapater), y anduvo más renqueante que otra cosa: llegando tarde, sin dominio, con demasiadas ausencias, la más peligrosa, desde luego, la de Diegol Milito. Manolo Villanova desplazó a Sergio Fernández a la izquierda, su peor lado (ya se había probado con Víctor Fernández que debía jugar en el otro sitio, pero cada maestrillo tiene su librillo y su terquedad), aún así hizo lo que pudo. El árbitro sancionó una falta inexistente que debía suponer su expulsión, pero ahí reinó la justicia poética y el extraño arbitrio del colegiado, un profesional que es realmente penoso y que estuvo penosamente asistido: Sergio no había ni tocado a su rival, me parece que era Rubén de la Red. El árbitro expulsó con extremado rigor a Matuzalem, que parecía un redentor y, pese a sus detalles y a su visión del juego, no lo será. Al menos el próximo sábado.

 

El Real Zaragoza se libró de la derrota. Y acaso del desastre. Si hubiese perdido, que habría sido lógico a la luz del juego, le habría sido muy difícil remontar, pero ahora sigue dependiendo de sí mismo: todo pasa por empezar ganando el próximo domingo (aunque no esté Matuzalem, que es mucho más peligroso a partir de la línea de tres cuartos, cuando busca el último pase o el centelleo de su disparo) al Huelva. Ese será el preámbulo decisivo de una gran final de seis tramos. Si se pierde o empata, el Real Zaragoza sí habrá sentenciado casi su sino más adverso, el infierno tan temido. Hay que ganar el sábado y seguir batiéndose a la desesperada: con rasmia, con dolor, con ambición, con lucidez, con sentido de la dignidad, con fervor y respeto por el club y por lo que representa. Este equipo no puede caer en el pozo, de nuevo, apenas un lustro después con estos jugadores, con sus responsables (¿desde cuándo no hay en el Real Zaragoza un presidente tan capacitado y tan forofo como Eduardo Bandrés?), con el sueño unánime de una inmensa porción de aragoneses en el año de la Expo y en el año del 75 aniversario.

 

Tendremos otra semana de intranquilidad y de pesadilla. Pero aún nos quedan varias más. El Real Zaragoza se librará del descenso posiblemente en el último partido. Así que cuidemos el corazón…

*La foto, tomada de la web www.zaragocistas.com, es de Matuzalem, al cual el equipo necesita mucho más: vibrante, versátil, ofreciéndose y sin temor al disparo desde lejos.

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