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Antón Castro

JOSÉ LUIS RODRÍGUEZ GARCÍA: TRES POEMAS

JOSÉ LUIS RODRÍGUEZ GARCÍA: TRES POEMAS

 

José Luis Rodríguez (León, 1949) ha burlado dos hachazos terribles de la enfermedad. Primero fue el corazón, luego el pulmón. Felizmente, se ha recuperado. Tuvo tiempo de cerrar sus clases: es catedrático de Filosofía en la Universidad de Zaragoza y realizará distintos viajes hacia el Noroeste. Continúa escribiendo, más o menos en secreto, con obstinación, numen, muchas ideas, y quizá se le haya colado no un poso o un trasfondo de amargura, sino una mirada dolorida sobre el mundo. Voces del desierto es un poemario en el que trabaja, un libro intenso y épico, de aroma narrativa, que ofrece una visión nada complaciente del mundo y de algunos seres. El libro tiene algo de documento social, de realidad entrevista con lucidez y sin velos de niebla o nostalgia de otros mundos. Es poesía que no elude la sordidez o el llanto sordo a pie de calle. El mundo es así, o así lo percibe José Luis Rodríguez: seres a la deriva, seres que van y vienen, seres que sueñan con el estigma de la orfandad en la piel, en el alma y en el corazón. Quería que José Luis, recobrado, apareciese en el blog y aquí está, con tres espléndidos poemas.

 

1

Apoyado en la barandilla del río,

mirando la espuma sucia que produce el agua

al chocar contra los pretiles,

recuerda el extranjero el gesto azul de los niños,

de las mujeres embarazadas y de los viejos,

sus ojos suplicantes mientras disparaba.

Tenía un fusil magnífico, contra el que la Onu

no podía hacer nada. Pólvora, odio.

Ahora, lejos de donde le enseñaron

el enigma vanidoso de las paralelas

y donde se ejercitó en poner trampas a los zorros blancos,

trabajará de albañil o sicario.

El agua del Ebro.

También recuerda, en la tarde de mayo,

cuando estrangularon a su madre el día de su cumpleaños

y que los diarios no informaron de nada.

El muchacho llora desconsolado.

Una niña, que lleva en sus brazos un dinosaurio de plástico,

le pregunta si tiene hambre.

 

 

 

2

La muchacha vende su cuerpo como una copa de nácar,

como una huella, extranjera, venida del hielo,

y no le desagrada mostrar sus tetas de espuma y arena.

Es la vida. Sobrevivir es el desafío.

Cruzan los automóviles, regresan tipos tristes

que hablan de sus abuelas

y de las casas que se derrumban, vuelven

los muchachos torpes que buscan la primera noche de amor.

Sexo.

La verdad es que no entiende casi nada de lo que le confiesan.

Ella se limita a abrir las piernas sobre la cama sucia.

Te amo, le susurra a alguien

mientras mira el cuadro de ciervos cazados, indiferente.

La estancia es horrible. Descubre

sus manos delgadas en el espejo, huele el vómito en la alfombra.

Pero qué maravilla seguir viviendo.

Mañana sirven paella en el restaurante. Y dan gratis café.

Por la noche los tertulianos hacen apuestas con la ruleta rusa.

 

 

3

Ella no ha amado sino a las muchachas

que llegan vestidas de verano. Una lesbiana que regenta

un  hotel.

Ama los espejos.

Se baña desnuda en el mar. Acaricia en la noche

la cabeza de los alfiles del ajedrez.

Cuando vuelve a la ciudad se entristece.

Finge que ama a los distribuidores de refrescos

y a los poetas que se agotan en la tarde.

Odia a los imbéciles de la televisión.

Compra telas negras

 y le seduce la lluvia azul de los viernes.

Espera a la muchacha que vendrá con una vela morada

y una sonrisa de vagabunda.

*De la serie Nadadores, bañistas y playas, pongo aquí esta foto de Jock Sturges.

 

 

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