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Antón Castro

JUAN MARQUÉS HABLA DE 'ABIERTO'

JUAN MARQUÉS HABLA DE 'ABIERTO'

Juan Marqués (Zaragoza, 1980), poeta y ensayista, estudioso y editor de Luys Santa Marina, ganaba hace pocas semanas el premio Gerardo Diego de poesía con ‘Abierto’, volumen que acaba de publicar Pre-Textos. Antes había publicado ‘Un tiempo libre’ en La Veleta. El pasado viernes, Juan Marqués vino a Zaragoza con su compañera Susana y llamó a un puñado de amigos de Zaragoza (Pepe Melero, Fernando Sanmartín, Félix Romeo, Julio José Ordovás, Ignacio Escuín Borao…) y les entregó su poemario, que ha quedado realmente precioso. Una joya gris, con su nombre el rojo y el título del poemario en blanco. Recupero esta entrevista que le hice pocos días después de ganar el premio. El libro es realmente personal: poesía del silencio y de la contención, poesía que oculta tanto como dice, poesía del misterio y de la exaltación de la vida, del amor, de los pequeños detalles, poesía de la naturaleza, sin afectación alguna. Diáfana como un amanecer que llega.

 

“La poesía no se escribe: el poeta

obedece y encuentra poemas”

 

 

¿Quién es el poeta, el sujeto poético, quién es Juan Marqués?

 

Ésta es una pregunta muy difícil porque apenas me la hago. Yo no me intereso demasiado a mí mismo: todavía no sé quién soy pero por lo menos ya he llegado a comprender que eso no importa. Y, como poeta, también busco mucho más fuera que dentro. La poesía es un camino de ida y vuelta: al poeta le llegan cosas, que él ha de digerir y después entregar ordenadas, sintetizadas, con toda la precisión que sea posible. En una de sus cartas, Rilke, hablando de no sé quién, decía que “aquél sí que era un poeta: odiaba todo lo que fuera inexactitud”. Es difícil pero en eso estamos. La verdadera poesía exige muchísimo trabajo, pero no se debe notar cuando se lee: es bueno que parezca fácil, limpia, inmediata, natural...

 

¿Desde qué estética, desde qué punto de vista lo has escrito?

 

Una de mis pocas convicciones es la de la sencillez. Todo lo que sea grandilocuencia, palabrería, retórica, solemnidad, afectación, “posturitas”... es enemigo de la poesía. A todo presunto poeta se le debería preguntar: “Usted, ¿tiene algo que decir? Bueno, pues entonces dígalo aquí y ahora, y rápidamente, con brevedad”. Si un poeta no puede decir aquello que tenga que decir en cinco o seis versos tampoco va a conseguir decirlo en cincuenta. Al contrario: todo se enfangará más si se infla. Yo defiendo el “poema pequeño”, más que el breve. Pequeño quiere decir sencillo, modesto, en voz baja, aunque después pueda o deba ser, si hay suerte, profundo, rico, inagotable... Y, naturalmente, lo normal es que el poema pequeño sea también breve, aunque yo he leído poemas pequeños de varias páginas (pienso, por ejemplo, en Juan Ramón Jiménez). Y, por otra parte, los poemas de “usar y tirar” no suelen ser buenos poemas, y éste fue uno de los principales problemas de la poesía española de los 80 y vuelve a serlo ahora entre los circuitos de esa “poesía hiperrealista, sucia, directa, cruda...” que practican y predican muchos poetas de mi edad. Un poema tiene que ir ganando y creciendo cada vez que se vuelve a él, tiene que decir cada vez más cosas. Esos poemas que lees y entiendes totalmente a la primera y ya los has leído para siempre... no sirven para mucho, aunque puedan contener mucho talento o una buena porción de verdad.

            Me gustaría continuar o incorporarme al trabajo necesariamente solitario de algunos poetas españoles que creo que son especialmente conscientes de lo que hacen, que tienen muy clara cuál es su voz y su aportación, y que en buena medida están depurando toda la tradición (y no sólo española, ni mucho menos), desbrozando y reciclando todo lo heredado para brindarlo al presente y, tal vez, al futuro. Mis modelos inmediatos y, por así decirlo, “vivos”, están en Luis Muñoz, Álvaro García, Isabel Bono, Lorenzo Oliván, el libro ‘Así procede el pájaro’ de Juan Antonio Bernier, o, por nombrar a dos poetas zaragozanos jóvenes cuya poesía no sólo me interesa sino que me importa, el admirable libro de David Mayor (el mejor poemario que ha dado nuestra tierra en lo que llevamos de siglo XXI) y el precioso y robustamente delicado ‘Libro de los ibones’ de Ángel Gracia. Todo éstos son buenos ejemplos de lo que se puede llegar a conseguir, aunque yo necesitaría vivir y esforzarme durante cuatrocientos años para alcanzar la sensibilidad o el temblor de alguno de ellos.

 

¿Dónde transcurre, en qué marco, físico, mental o simbólico?

 

Si en ‘Un tiempo libre’ había sólo un “poema zaragozano”, y el resto eran ya posteriores al 1 de septiembre de 2005, cuando me fui a Madrid, todos los poemas de ‘Abierto’ son ya, claro, posteriores a aquello. El poema más antiguo, un boceto de poética que se titula “Casa roja en la nieve” (y que lleva una cita de Simic que me parece una definición impresionante de lo que desde cierto punto de vista es la poesía), lo escribí en una escapada a Reykjavik hace ahora exactamente dos años, en noviembre de 2oo7, y el más reciente de los que se van a publicar en ese libro es de este pasado septiembre (aunque todavía no he enviado la versión definitiva a Pre-Textos y tengo tiempo para pensarlo todo mejor). Es decir, que el libro se ha escrito a lo largo de veintidós meses. ‘Un tiempo libre’ se publicó en diciembre de 2oo8, pero yo lo había entregado en febrero, así que mis dos primeros libros no van a ser realmente tan próximos como le pueda parecer a quien sólo lea los colofones.

 

¿Por qué has escrito este libro, qué quieres decir?

 

No se puede no escribir, es inevitable. Yo podría dejar sin ningún problema la crítica literaria, mis timidísimos intentos narrativos, los ensayitos... pero la poesía no se escribe. Jamás (o al menos desde que cumplí veinte años) me he sentado a escribir un poema. Todos nacen en otros momentos, generalmente cuando camino. No quiero ponerme demasiado “espiritual” ni “gamonedista” porque no me caen bien esas magias ni esas homilías, pero es verdad, hasta cierto punto, que el poeta obedece. No es, por supuesto, un antipático “demiurgo” entre la fuente de la poesía y el papel, sino un autor consciente y soberano, pero la inspiración existe, las “epifanías”, lo recibido... Yo, más que de escribir, tengo la sensación de encontrar poemas. E incluso intuyo que los poemas que escriba dentro de siete, diecisiete o treinta años ya existen de algún modo, ya están ahí, pero yo todavía no soy capaz o no estoy preparado para detectarlos, reconocerlos, descifrarlos, aislarlos, hacerlos míos..., escribirlos.

 

¿En qué momento, con qué estado de ánimo has escrito ‘Abierto’?

 

No quiero ni presumir de cosas que no he recibido por méritos propios ni fingirme parte de un ambiente que me sobrepasa por todos lados, pero, siendo estrictamente sincero y haciendo repaso cabal de lo que me ha convertido en el que poeta que al parecer empiezo a ser, mi formación no se explica sin la Residencia de Estudiantes. Yo leo vorazmente desde que tengo uso de razón, y escribía tímidamente y mal desde que empecé Filología Hispánica en 1998, pero nunca pensé en publicar (aunque Ana María Navales quiso para ‘Turia’ un poema que ahora ya no me representa y mi querido amigo Nacho Escuín incluyó en ‘Noreste’ cinco o seis textos de los que tampoco puedo estar ahora satisfecho). Pero desde que llegué a la Residencia, gracias a un informe incontestable de José-Carlos Mainer, a quien se lo debo casi todo, el tiempo y el espacio se dilató: los días duraban unas cuarenta horas y, por primera vez en mi vida, tenía una pequeña habitación para mí. El contacto con el resto de compañeros becarios hizo mucho, e ir consiguiendo después otros amigos, encontrar otras lecturas, aprender a mirar de otro modo... me llevó a que un día Andrés Trapiello me preguntase si yo escribía poemas, y un año después conseguí ordenar un primer libro que le gustó lo suficiente como para quererlo en la colección que dirige en Granada (una ciudad en la que, por cierto –y me avergüenza tener que confesarlo, a mis veintinueve años...–, todavía no he estado).

 

¿Cómo se vive en la Residencia de Estudiantes, que es lo más emocionante, lo más bello?

Es vivir en uno de los corazones de Madrid, con todos los beneficios que eso implica pero sin ninguno de los inconvenientes. Nadie se podría creer el silencio que puede llegar a existir entre los delirios paralelos del Paseo de la Castellana y la calle Serrano, y es impagable. Pero lo mejor son los compañeros y muchos de los visitantes, y todo lo que enseñan. Han sido cuatro años de crecimiento constante, que continúan en buena medida porque sigo viniendo todos los días. Y me alegra poder devolver con este libro algo de lo que aquí he recibido, incrementando humildemente la literatura escrita en este lugar.

¿Qué se siente cuando a uno le toca el bote en poesía y gana 12.000 euros en tiempos de crisis?

Uno de los poemas premiados dice, precisamente, que “no hemos sido creados para hablar de dinero”, pero te puedo decir que, desde luego, ese cheque tranquiliza bastante. El dinero es lo más detestable y sucio que existe, pero también es tiempo, y libros, y algún viaje... Me presenté al premio antes de verano, cuando se terminaba la beca y todavía no era seguro lo del contrato que ahora disfruto. Ahora todo ha ido saliendo bien y estoy plenamente contento, aunque mucho más por el libro que por el premio. No sé por qué, pero la verdad es que siempre he tenido buena suerte.

 

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