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Antón Castro

'MARES DE MAÍZ': UN POEMA PROPIO

El poeta y traductor Juan Manuel Macías coordina una página digital de publicación poética en el sello DVD ediciones, de Sergio Gaspar. Hace unos días me pidió un poema de 'El paseo en bicicleta' (Olifante, 2011), que se presenta en el Teatro Principal el día 25 (amigos, lectores, curiosos, compañeros de viaje, etc., estáis invitados). Esta es la nota afectuosa de Juan Manuel Macías y el poema 'Mares de maíz'.

Antón Castro publica El paseo en bicicleta

 

Acaba de salir publicado en la editorial aragonesa Olifante El paseo en bicicleta, el nuevo libro de poemas del escritor, poeta y periodista Antón Castro, con prólogo de Miguel Mena y solada de Manuel Pereira Valcárcel. El autor define su libro como "una colección de 26 poemas en verso y prosa de alguien que sale en bicicleta todas los días, casi todas las mañanas en realidad, y habla de lo que ve (de un pescador y su hijo a orillas del Canal, de las torres solitarias y de las higueras de Garrapinillos, de los mares de maíz, de la experiencia misma de pedalear…), habla de lo que sueña, de sus obsesiones (por ejemplo, aquel Paco el Pecas que fue siempre, para mí, ‘el ciclista del mar’) y de un montón de personajes vinculados al mundo de la bicicleta: desde Laurent Fignon a Horacio Quiroga, desde la cantante y modelo y actriz Nico hasta el matrimonio Curie, que realizaron su luna de miel en bicicleta paseando por los caminos de Francia. Y hay varios homenajes muy explícitos a Zaragoza. El libro, de hecho, se cierra con el poema ‘La ciudad nueva’."

Reproducimos a continuación un poema de El paseo en bicicleta, por cortesía de Antón Castro y Olifante.

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MARES DE MAÍZ

El maíz siempre está ahí: absorbe la luz del mundo. Posee una espada filosa y verde en sus hojas que, al batirse en duelo con el aire, enciende una letanía de acordeón, un rasgueo imperceptible de metal finísimo como si el paisaje esgrimiese sus puñales. El maíz, casi altanero, se eleva sobre el resto de las plantas con sus crestas rubias. El maíz, con su tallo bamboleante, agita la espiga que se abre de súbito y muestra sus barbas, frágiles y oscuras. El maíz, a cualquier hora del día, parece un mar y su oleaje: ahora está calmo, se desmaya y se agosta bajo el sol; ahora se estremece violentamente como si se rompieran sus espumas, como si sus corrientes marinas chocasen con un promontorio. Pasas a su lado, tan arriba, con esa panorámica tan definitiva del paseante que pedalea, y el maíz resulta embriagador: por su movimiento, por sus fragancias, por su armazón de bosque que pugna y pugna entre fulgores. ¡Hay tantas fincas de maíz al alcance de la vista! Siempre me pregunto: ¿habrá alguien ahí? ¿Será cierto que, en su interior, entre sus armoniosas hileras, se esconden los niños ociosos, los zorros, una mujer con mochila que huye de su casa y busca un refugio para su desamor? ¿Será verdad que una diosa de antaño, o quizá una amazona, canta a la luna, protegida por siete serpientes? ¡Qué tropel de sensaciones! El maíz se eleva, tiembla, se enrosca sobre sí mismo, se encharca y se copia en las acequias. Evoca otro tiempo, quizá otra vida, una felicidad lejana, la ausencia de prisa: la arcadia sencilla del labrador que desaparece. Yo fui un niño perdido en la soledad del maizal: allí, a recaudo de todo, soñaba, jugaba con las piedras y con las judías, construía laberintos en penumbra. Había un instante en que mi madre pronunciaba mi nombre: gritaba, refunfuñaba, maldecía: “¡Neno, nenooo!”. Jamás hubiera dado conmigo. Era la hora de volver, y al salir fuera tenía la sensación de que abandonaba el océano y su estrépito, sus grutas y sus galerías de agua, la cueva de todos los tesoros y de todos los demonios. Ahora también percibo que es la hora de andar y desandar este incesante mar de maíz: me detengo un instante y me acerco como si quisiera mojarme los pies en una ola, como si quisiera llamar a una puerta misteriosa. ¡Abridme, fantasmas, dioses antiguos, sierpes aztecas, abridme, que quiero apacentar en un claro de fronda todos mis miedos!

(De El paseo en bicicleta, Olifante, 2011)

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Antón Castro (Santa Mariña de Lañas-Arteixo, La Coruña, 1959) es escritor y periodista, y reside en Zaragoza. Ha publicado más de una veintena de libros de narrativa y poesía, de entrevistas, biografías, ensayos, de miscelánea. Uno de sus favoritos es Aragoneses ilustres, ilustrados e iluminados (Gobierno de Aragón, 1992). Es autor de siete libros de relatos: Mitologías. Los pasajeros del estío (Olifante, 1990), El testamento de amor de Patricio Julve (Destino, 1995, 2000), Vida e morte das baleas (Espiral Maior, 1997), Los seres imposibles (Destino 1998), Golpes de mar (Destino, 2006) y Fotografías veladas (Xordica, 2008). Y de una novela: El álbum del solitario (Destino, 1999). En 2010 publicó el libro de poemas Vivir del aire (Olifante). Desde mayo del 2006 dirige y presenta el programa cultural "Borradores", en Aragón Televisión. Coordina el suplemento Artes & Letras, de Heraldo de Aragón.

 

Publicado el 9/3/2011

 

Todas las fotos de aquí son de Virxilio Vieitez, un fotógrafo excepcional.

3 comentarios

Marisa -

Casualmente he entrado en este blog y me he acordado de vosotros. Bueno a ti te veo en el Heraldo pero a Carmen y los niños hace mucho que no.
Besos
Marisa

Beatriz -

"...Era la luz, mi bicicleta luz;
la libertad, era la libertad..."

Bellísimo Antón, bellísimo...

JESUS -

El árbol no me deja ver el bosque, en este caso el panizo, es dificil leer, estando de por medio la foto final del niño sin niñez, de ese abuelo tan joven, que parece estar de vuelta de todo ya, con los tiempos que corren, parece que le hayan borrado el cigarro de la mano derecha. Vivo retrato de mi abuelo.

Bueno, me voy a misa.

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