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Antón Castro

DELGADO: EL LAUREL DE TORRERO

Javier Delgado Echevarría, escritor y bibliotecario, melómano, ajedrecista y enamorado de las plantas y las flores, publica hoy este estupendo artículo sobre el laurel de Torrero en las páginas de Heraldo. Javier ha recuperado su actividad, su intensidad, su pasión por la vida, la rebeldía y el compromiso.

 

 

 

EL LAUREL DE TORRERO Y SU LEYENDA

 

Ha vuelto a a los medios de comunicación la preocupación por la salud del laurel de Torrero. No es un árbol cualquiera: el cariño del vecindario y, en general, de la ciudadanía con cierta conciencia ecologista o cívica, lo salvó en su día y ha hecho de él un símbolo. Pero acaso la emoción ha superado a la razón y las leyendas han ocultado una realidad suficientemente importante y merecedora de atención sin necesidad de ellas.

 

Han ido difundiéndose varias leyendas sobre su pasado. Primera: “El laurel estaba allí antes de que se construyera la cárcel”. Ni las fotos aéreas, ni la bibliografía local, ni la documentación de Instituciones Penitenciarias constata tal dato. En el plano de M. A. Navarro: “Plano parcelario de Zaragoza”, de 1925, se lee, en zona cercana a donde se construiría la cárcel: “Viveros del Ayuntamiento”. Falta saber si era una intención o una realidad. En una obra así, se despeja el terreno y se excava para la cimentación. ¿O es que en 1928 se diseñó la cárcel cuidando de hacer un pequeño patio precisamente para ese supuesto laurel? Si entonces ya se hubiera tenido tal actitud hacia un laurel (que entonces sería jovencito), estaríamos hablando de un país en el que raramente habría que seguir luchando por la preservación del arbolado urbano.

 

Segunda: “Es un laurel centenario”. Nadie ha dado nunca datos basados en las pruebas científicas por las que se conoce la edad de un árbol. La inauguración de la cárcel sí nos da una fecha muy aproximada de cuándo pudo ser plantado: hoy tendría entre 84 y 90 años. Por cierto, no es casual que por esas fechas se plantasen bastanteslaureles en la Academia General Militar (inaugurada también en 1928),en cuarteles y edificios oficiales de Zaragoza. Algunos permanecen.

 

Tercera: “Los presos se involucraban en su cuidado”. Instituciones Penitenciarias tenía una unidad de mantenimiento de la vegetación de las cárceles y no ponía en manos de presos los instrumentos (peligrosos) necesarios para la poda, etc. En la de Torrero había diversos patios, con algunas robinias (nunca rosales: sus tallos espinosos podían emplearse como arma), y pequeños jardines: en las casas del director y del subdirector, en la entrada antes del “rastrillo” y el de la enfermería, donde estaba el laurel. Con él había palmitos, setos de aligustre, un emparrado…. Se accedía con permiso especial y en horario ajustado, por lo que los presos no estaban allí mucho rato a la espera o tras la consulta. Yo mismo pasé por él cuando estuve preso en el otoño-invierno de 1975 por pertenecer al PCE. Eso, más el abrigo del muro de un pabellón y de dos altas tapias, que le evitaban el cierzo y la excesiva insolación, explicaba su inmejorable estado de conservación.

 

Tras el derribo de la cárcel, las fotos aéreas de principios de este siglo lo muestran aislado en medio de la nada, expuesto al cierzo y al sol. Por eso la nevada del 2005 y la ventolera del 2009 pudieron desgajarle una gran rama y afectar a otras, tras lo que quedó en muy peor estado. No hubo negligencia de Parques y Jardines: sencillamente, el laurel no era de propiedad municipal (pese a lo cual se le cuidó en lo posible) y ya no se favorecía de la ayuda inmediata que le daban los muros de la cárcel frente a nevadas y ventoleras anteriores y aún peores. Además, estaban las obras de los bloques de viviendas y de la urbanización entre ellos y lo que se dejó en pie de la cárcel (hoy ‘okupado’), siempre problemáticas para el arbolado. Las losas empleadas resultaron nefastas para el árbol: acumularon agua en su cuello, lugar extremadamente delicado. Hubo intermitencias en su riego, por cortes en los tubos de riego por goteo. Finalmente, la excepcional sequía de este verano lo ha rematado.

 

En resumen, el laurel de la cárcel vivió muy bien mientras estuvo “encarcelado” y la “libertad” sentó muy mal a su salud. Ciertamente, gracias a la presión vecinal y a las campañas ecologistas el laurel se mantuvo en su sitio y obtuvo una atención mayor de lo norma. Pero la vida de un árbol no depende sólo del cariño de los humanos, ni siquiera de las atenciones profesionales: la muerte los persigue (como a todo ser vivo) desde que nacen y el laurel de Torrero ha llegado a sus últimos días.

 

Se ha difundido que el laurel “está muerto”. Quienes lo han dicho no han explicado con qué medios ha constatado su defunción. Por el contrario, el jefe de Arboricultura de Parques y Jardines hizo una reciente medición con un shigómetro (por Alex Shigo, su inventor) y comprobó que a metro y medio de altura hay una zona viva, que da al Oeste y conecta con ese lado de la copa. No es seguro que en la copa haya vida. En todo caso, las hojas que le nazcan en ese lado serán insuficientes para mantener viva tanta masa arbórea. En su informe recomienda que se espere a la primavera para ver qué sucede, pero avisa que está “en estado general de deterioro absoluto”. Difícilmente sobrevivirá.

 

Me permito hacer una propuesta: despidámonos del laurel de Torrero como de un viejo familiar querido. Hagámoslo con elegancia, colectivamente. Y pidamos que se plante en su lugar otro laurel que tome el testigo de una vida que ha llegado a ser símbolo de una vivencia ciudadana. Que al “laurel de la cárcel” le suceda el “laurel de la libertad”. Honremos el pasado. Miremos al futuro.

 

1 comentario

Javier Delgado -

Querido Antón: Tú eres una de las personas que me ayudaste a salir de los pozos negros y ahora sigues celebrando mi vuelta al ruedo con tu solidaridad y tu cariño. Muchas gracias por publicar este artículo sobre un árbol al que tantos vecinos zaragozanos tenemos cariño. Besos.