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Antón Castro

GUILLÉN: ARTE, VIDA Y POLÍTICA

GUILLÉN: ARTE, VIDA Y POLÍTICA

RECUERDO DE FERNANDO GUILLÉN DESDE URREA DE GAÉN

[Acaba de fallecer un actor de carácter, áspero y suave a la vez, Fernando Guillén (Barcelona, 1932-Madrid 2013) que pasó algunas temporadas en Urrea de Gaén, Teruel. Su adiós coincide con uno de los periodos más lamentables de la política española.]

Un actor necesario ante la realidad inverosímil

 

Como en las canciones de Serrat hace de casi todo veinte años, no en vano volvemos a mirar hacia atrás porque a veces resulta insoportable mirar hacia los lados, vivir el presente, y resulta casi inconcebible imaginarse el futuro. Hace veinte años, o quizá algo más, la vida y la aventura nos llevaron a Urrea de Gaén, una localidad del Bajo Aragón, cuna de Pedro Laín, del carlista Cabañero y, en cierto modo, de Alfonso Zapater. La localidad tiene calzadas empinadas que parecen adentrarse, con sus encaladas casas, en una difusa sombra, y tiene una de las iglesias más particulares de Aragón: de planta octogonal, fue concebida por Agustín Sanz y albergó durante un largo siglo un cuadro de Goya, quemado durante la Guerra Civil. La desaparición del cuadro daba para muchas historias, así como los relatos del padre de Laín Entralgo y las prácticas de hipnosis en una casa de la huerta, o el relato de dos maquis que se llamaban ‘Los zapateros’.

Pronto nos contaron casi todas las novedades, pero había una muy reciente que se vivía con cautela, con fascinación y a la vez con respeto. El actor Fernando Guillén pasaba pequeñas temporadas en el pueblo, quizá en la calle del Cochuelo. Guillén, que había llevado a la escena a grandes autores como Albert Camus y que había besado en ‘La saga de los Rius’ a Agatha Lyss, nuestra Marilyn teñida, era un actor de prestigio, popular, y tenía entonces una compañera sentimental en Urrea. Quise saber qué hacía. Me dijeron: “Se sienta al sol y ahí lee y lee. Es sumamente discreto”. Fernando Guillén acaba de morir y deja tras de sí el rastro de una carrera sólida, de una personalidad apasionada, que defendió la libertad, la cultura, la valentía en la escena, y que sabía decir un texto como nadie. Había trabajado con Forqué o con Saura, entre otros. Siempre, sin tapujos, se confesaba “rojo, no simplemente de izquierdas”. Recuperaba una nomenclatura vieja, casi dolorosa. En estos días, de impunidad absoluta, de corrupción mental, de democracia traicionada, su compromiso era toda una declaración de principios. Quizá se haya ido porque no podía aguantar la inverosímil realidad que nos desmadeja a todas horas.

 

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