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Antón Castro

G. BUSUTIL: LA CULTURA EFÍMERA

Como todos los domingos, Guillermo Busutil reflexiona sobre temas de máxima actualidad en las páginas de 'La Opinión de Málaga'. De ahí han salido los artículos que integran 'Noticias del frente' (Tropo),volumen que se presentará en Zaragoza el próximo 23 de mayo. Aquí escribe de la cultura, de su necesidad, de su labor de fondo, de las subvenciones y de algunos fuegos de artificio.

 

 

LA CULTURA EFÍMERA

Guillermo Busutil* 11.05.2014

 

La cultura en rojo. El día o una semana. Una fecha. Igual que la tradición de una fiesta o la cita con las rebajas. Cada año se repite el espejismo. La feria del libro, Arco, la Noche en blanco. Tres efemérides de almanaque que celebran la cultura. Y también una contradicción. La de acotar la compra de libros, la asistencia a presentaciones, la busca de la firma de un escritor, el acercamiento al universo de un cuadro o de una fotografía, al misterio y perfección de una escultura en el espacio, y la entrada a un museo que alberga las huellas más hermosas de la Historia, a un plazo de tiempo. A la convocatoria de un acto social colectivo. El ritual en el que muchas personas participan con entusiasmo, sin que les importe ser figurantes de sí mismos ni de las instituciones que convierten en política estos eventos que deberían ser habituales sucesos de lo cotidiano.

La mayoría de los que participan sabe que comprar un libro, entrar en una galería o en un museo, no les creará dependencia alguna. Que tampoco les provocará la resaca intelectual que causa la lectura de un buen libro, la admiración de una obra de arte. Un día, una semana, no supone un esfuerzo, un gasto relevante, una costosa inversión de tiempo. Hasta se puede disfrutar del hecho de pasear la mano sobre los últimos libros recién horneados, de adentrar la mirada en la perspectiva de una pintura o su abstracción americana, de acariciar una escultura cuyo volumen es un sueño en tres dimensiones, de respirar el silencio reverencial de los espacios museísticos. La conciencia, por un breve paréntesis de tiempo, puede disfrazarse y afilar la intensidad exploradora de la mirada, agravar el gesto de un pensamiento, dibujar en el rostro la luz de una emoción ante la fuerza de lo estético y lo sublime.

Un día es un día y el resto a otra cosa. Por eso cuando empieza la cuenta atrás para clausurar estos eventos es imposible no pensar con tristeza en que esta crisis -en lugar de exigirnos más cultura y respuestas rebeldes e inteligentes- está empobreciendo la mente de las personas. En repetir, en alto una vez más, que leer, admirar y sentir el arte en todas sus manifestaciones y escenarios atmosféricos debe ser un placer diario, una cita semanal habitualmente necesaria. Nadie dudaría en hacerlo si de ello dependiese la salud de su organismo o su belleza física. En cambio a la salud del pensamiento y del espíritu apenas se le presta atención. Su calidad es menos importante que el tiempo perdido en el monólogo con las máquinas tecnológicas en las que escondemos nuestra soledad, sin darnos cuenta de que empobrecen nuestro pensamiento, nuestro lenguaje, nuestra comunicación.

Lo que más importa en nuestra sociedad es el consumo. Especialmente si es gratuito. Exceptuando la publicidad flayer que se reparte en la calle, cualquier producto capta la atención y tiene capacidad de generar una numerosa participación. Esta es la clave de otra efemérides como la Noche en blanco que convoca hasta la madrugada, en galerías privadas, museos, talleres de arte y otros espacios, a una masiva diversidad humana que hace largas colas para tomar parte activa en lo que para los más jóvenes es una especie de botellón cultural, y para los más adultos algo similar a aquellas maratones de cine de autor o de florilegio poético. La oferta es la misma que la de todo el año, exceptuando los museos cuya entrada no cuesta algo más que tres euros. Y la otra diferencia es que en esa noche no importa la calidad de la oferta sino la cantidad. Que cada año se bata el récord de actividades lúdico culturales. Como si el número significase más demanda de cultura, más participación, más producción creativa por la tribu de un sector que esa Noche pinta, imparte talleres de grabado, enseña a esculpir, interpreta piezas musicales o escénicas o crea las voces de un cuento sin recibir a cambio la dignidad de unos honorarios. Así que a la confusión entre hacer una política cultural seria que apoye la creatividad y fomente pequeñas empresas e infraestructuras para educar en la cultura y apostar por los fuegos artificiales, hay que añadirle la perversión de la gratuidad.

Hace tiempo que los artistas se quejan de muchos gestores políticos que defienden que el derecho a la cultura está por encima del derecho individual de cada creador a que sus obras sean protegidas y a recibir los beneficios económicos por su utilización. Esta creencia avala que la mayoría de las ofertas de los espacios públicos de la Noche en blanco no pague a los artistas a los que involucra. Ni siquiera a los que creen que, al hacerlo, más adelante le subvencionarán un proyecto. También que al exponer, en otras fechas del año, sea normal que el artista corra con los gastos de enmarcación y de transporte (por no hablar de los seguros) a cambio de un catálogo. Este argumento es erróneo porque entre el derecho de acceso a la cultura y el derecho de autor de los creadores no existe una relación de jerarquía, sino más bien de contenido a continente. El derecho de autor es parte integrante de la cultura, es la remuneración justa a la cual tiene derecho todo trabajador, en este caso un trabajador cultural al que además recibir dinero por su producción le sirve de estímulo para seguir creando y por ende seguir generando cultura. Un derecho establecido en el artículo 27 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

La semilla de la cultura y su verdadero peso importan poco. Lo que cuenta, como en todo lo social, es el disfraz. Y también la estadística. Por eso, ayer la Noche en blanco se engalanó de colas, sonrisas, besos, flashes y elogios. Por eso, hoy y mañana las cifras serán redondas y felices. Pero lo cierto es que hace demasiado tiempo que la cultura anda cenicienta con un sólo zapato.

 

*Guillermo Busutil es escritor y periodista
www.guillermobusutil.com

 

*La foto del 'Pájaro de fuego' del fotógrafo E. O. Hoppé la he tomado de aquí.

 

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