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Antón Castro

PASEO DE CUENTO A MEDIANOCHE

PASEO DE CUENTO A MEDIANOCHE

A PLENO SOL / 3. Nacho Arantegui es un artista que se preocupa por los bosques de ribera. Solo o con el equipo Trarutan organiza veladas con esculturas e instalaciones y una atmósfera de fábula como la que se cuenta aquí.

 

 

El paseo de medianoche

por una chopera de cuento

 

Torres de Berrellén está en fiestas. Es viernes, 18 de julio. Un viento caliente sacude las terrazas y enciende una música obstinada en el corazón de la chopera que se alza a orillas del Ebro, a escasos kilómetros de la población. El artista zaragozano Nacho Arantegui, un creador y divulgador de arte medioambiental, confiesa que cuando era niño venía, con otros compañeros de Casetas, a este lugar mágico de la ribera. Entonces exploraban el espacio, lo recorrían, jugaban y, casi sin querer, empezaban a familiarizarse con el canto de los pájaros, con las pavorosas sombras y esos tallos que crecen y crecen y “se alargan hacia el cielo como catedrales, como auténticas catedrales góticas”, dice.

Esta noche de misterio y de sonidos, Arantegui ha invitado a catorce personas a conocer su proyecto ‘La fantasía de los árboles’: un paseo sosegado por este soto ideal donde ha ido colocando esculturas, refugios, raíces o piezas de ‘land art’. Son casi las once y arriba, en un cielo que se entrevé ceniciento y claro, lucen pequeñas estrellas. Un instante antes de presentar su trabajo, dice Nacho: “El bosque ha sido generoso con nosotros. Nos ha revelado sus secretos y nosotros hemos creado un itinerario y le devolvemos sus enigmas”.

        La atmósfera es de cuento. De los hermanos Grimm o de las fantasías de E. T. A. Hoffmann. Quizá haya fantasmas al acecho (“en un lugar así siempre los hay y, a menudo, se suman a los que nosotros llevamos dentro”); en las ramas se esconden los autillos y quizá los ruiseñores, y entre los matorrales, sin ánimo de salir, se ocultan los zorros y una hembra de jabalí que está criando. La primera parada se llama ‘El nido’. El soto está bellamente iluminado. Hay un camino circular que recorre su imprecisa circunferencia y un sendero central, dibujado por diversas luminarias. Podría ser la noche de los fuegos fatuos o de la Santa Compaña. El artista colabora con el colectivo Trarutan, de Arte, Naturaleza y Aventura. Y a todo el grupo, sentado en pequeños troncos, le recuerda que el bosque tiene un tiempo distinto, un ritmo de contemplación y de silencio. Ante el nido, de dos metros de diámetro, cuenta que ha sido construido con ramas y con el algodón que van soltando los chopos hembra. Arantegui es un fotógrafo de las estaciones, un escultor y un amanuense que cree en el poder de las instalaciones en el paisaje.

De ahí se va a la segunda parada por un lugar intrincado, lleno de ramas. Casi un laberinto o una emboscada. Los visitantes, con linternas, se abren paso hasta un abrigo romántico, protegido por lianas y guirnaldas y por la amabilidad creciente de la noche. Se sientan. Desde el fondo de la oscuridad irrumpe una voz que ensaya diversos sonidos, un monólogo gutural, canciones ininteligibles. Al final, el actor-rapsoda se acerca y ensaya un cuento ante el chopo centenario, grueso y arrugado: recuerda que cerca de allí está el río Ebro y que todas las noches un anacoreta sale a pescar en su barca; una noche pesca a un gran pez y cuando le va a quitar el anzuelo, el pez, como si fuese el rodaballo de los cuentos (al que Günter Grass glosó en su novela ‘El rodaballo’), le habla. García Lorca, en su ‘Romance sonámbulo’, dice: “Grandes estrellas de escarcha / viene con el pez de sombra / que abre el camino del alba”.  La noche se ha llenado más que nunca de hechizos.

        La tercera aventura permite descubrir la senda central. A la izquierda del camino se ven unas figuras estilizadas, como esculturas de Alexander Calder, Pablo Serrano o Alberto Carneiro: tienen su propia armonía en el espacio. La chopera ha sido regada por la mañana y el suelo está encharcado. Nacho Arantegui señala que pronto se verá el color levemente anaranjado que adquiere y recuerda que la plantación de las choperas se ha hecho en forma reticular. ‘Los guardianes del bosque’ resultan inquietantes: quizá formen parte de una danza macabra con su ojo de vidrio. Se regresa al camino, Arantegui y su equipo –que graban todo cuanto sucede- piden a los visitantes que miren. De repente, sale un hombre o un espectro envuelto en un chisporroteo de centellas y se pone a bailar. Es como la danza del fuego. Había fantasmas y ya han salido.

Hay más estaciones de paso o refugios. Por ejemplo, el artista muestra el ‘Árbol-Templo’, que se ha construido con un tronco herido o enfermo en cuyo interior habían morado los pájaros. Solicita a los visitantes que abracen los árboles y apliquen el oído a la corteza. Es una sensación gozosa. Parece que cada chopo tiene distintos sonidos en su interior y que la tierra tiembla. Más adelante hay una suerte de esqueleto arcaico de ballena varada que han hecho con un árbol que arrastraba el río y con muchos hilos. La última estación de esta velada es una suerte de caverna que las ramas han construido en medio de la espesura. “Es un recinto espontáneo, pero con muchas posibilidades: acogedor, mágico, idóneo para oír la música de la calma”, dice Nacho Arantegui. Algunos pegaron la oreja a la tierra, otros soñaron, otros creyeron estar en un mundo fuera del mundo, mecidos por una suave percusión. Hacia la una y media, concluyó la velada. El Ebro decía palabras intraducibles a una pradera sombría y a la luna desmigajada.  

 

EL ANECDOTARIO

 

El bosque desconocido. El alcalde de Sobradiel participa en esta expedición. Cuenta entre parada y parada: “Recuerdo que un día, hace ya varios años, apareció Nacho con su aspecto de hippie por el ayuntamiento. Venía a contarme un proyecto de arte y ecología. Me pareció raro, extravagante. No sabría cómo decirlo. De repente, me enseñó unas fotos de la chopera de Sobradiel, de un trabajo universitario que había hecho, y me quedé sorprendido. Eran mis bosques, los conocía como la palma de la mano, pero yo nunca los había visto así, tan bellos y evocadores. Parecían otros. Así me ganó Nacho. Me contó su apuesta. Creo que su trabajo no está reconocido. Es increíble y aquí se está viendo”.

 

Doce años. Cada doce años se cortan los chopos y se vuelven a plantar. “Los chopos tienen unos doce años de vida, explica el artista, y para los pequeños ayuntamientos son centros de vida, de futuro, pero también suponen muchos gastos. No es fácil que alguien que se dedica a la política le vea rentabilidad a algo que se alarga tanto en el tiempo. Tres períodos políticos”, dice Nacho Arantegui. El artista y el equipo de Trarutan, Arte, Naturaleza y Aventura, han empezado en Torres de Berrellén y en Sobradiel, y ya preparan proyectos específicos con los niños. Les ofrecen bosques de fábula y una invitación a desarrollar la imaginación en medio del paisaje.

 

*La fotografía es de Nacho Arantegui.

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