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Antón Castro

CINE: 'LA PLAYA DE LOS AHOGADOS'

CINE: 'LA PLAYA DE LOS AHOGADOS'

Domingo Villar es un estupendo narrador de una novela negra muy personal, más laboriosa y rica en matices que efectista, aunque inserta en las claves del género. Ha creado a dos personajes antagonistas, Leo Caldas, detective, apasionado de la radio, ambiguo en ocasiones y un tanto lacónico, y Rafael Estévez, aragonés, directo, a veces brutal, que tiene una vida más allá de sus casos policiales y al que a veces le incomoda la ambigüedad galaica. Ambos, Caldas y Estévez, han protagonizado casos, dos novelas de Domingo Villar: ‘Ojos de agua’ (Siruela, 2006) y ‘La playa de los ahogados’ (Siruela, 2009). Esta segunda, más ambiciosa y extensa que la primera, acaba de ser llevada al cine por Gerardo Herrero, director y productor. Carmelo Gómez es Leo Caldas; Antonio Garrido es Rafael Estévez. Entre otros, los acompañan Celso Bugallo, que hace de papel de tío de Caldas, enamorado del vino; Luis Zahera, aquel ‘Petróleo’ inolvidable de ‘Mareas vivas’, es aquí el enimgático Arias; Pedro Alonso encarna a Valverde. Y, entre otros actores más que interesantes, figuran Tamar Novas (que está muy bien: qué modo de mirar a la cámara, de reflejar una intimidad angustiosa), Celia Freijeiro, tan bella y esbelta, que intuye la maldad, Marta Larralde, Deborah Vukusic, actriz y poeta, María Vázquez, que tiene un momento capital, Carlos Blanco, etc.

La acción sucede en Vigo, Panxón y Aguiño, y en las costas de Galicia. Una mañana aparece entre las rocas el cadáver de un hombre, Justo Castelo. Todo da a entender que se trata de un suicidio, pero las primeras pesquisas, en realidad, llevan a otro lugar: a una noche de tormenta de 2001, a un naufragio, a la historia de tres amigos, jóvenes marineros, que viajan con el capitán Sousa, que desapareció entonces. En esa noche parecen concentrarse las razones de un suicidio que quizá sea un crimen, porque Justo Castelo era uno de los tres marineros, con Arias (Luis Zahera) y Valverde (Pedro Alonso). Y solo hasta aquí, casi nada, se puede decir.

Domingo Villar y Felipe Vega han hecho un guion claro. Coherente. Un guion que intenta sujetar en poco más de 100 páginas las casi 500 de la novela. Arman el esqueleto, pero lo llenan de sugerencias, de misterio, de escondrijos. Gerardo Herrero, con ese material, se inclina por una película contenida, sobria, de ejecución meticulosa, que confía mucho en la fuerza del libreto y de sus personajes, en la tensión y complicidad entre Caldas y Estévez, pero también en las posibilidades de algunos personajes secundarios: Bugallo, por ejemplo, que estaba en la novela y refuerza los lazos familiares de Caldas. Y algunas mujeres, que acaban siendo el coro casi griego de una película sobre la amistad, el embrujo del mar, los errores de juventud, el miedo, el silencio, la culpa y, por qué no decirlo, el deseo de venganza.

A Gerardo Herrero le ha salido una película correcta. Precisa. Tradicional. Le ha importado más la coherencia y una cierta lentitud, la claridad, que el efectismo o el deslumbramiento. La acción es mínima, más mental, deductiva, que otra cosa: el peligro, en realidad, está más en el pasado que en el presente, aunque se juega muy bien con la caja de las sorpresas y el interés no decae. Quizá le falte un poco de sal, de audacia, como si aún el director no tuviese del todo claro cómo son o cómo deben ser los personajes principales y la medida de su antagonismo. Tampoco se atreve a desarrollar en exceso el misterio del país de la lluvia. La película de Gerardo Herrero, de inequívoco género policial, no tiene el poderío de la novela, sin duda y sabemos que decirlo es un lugar común -novela que también avanza despaciosa sobre todo en la primera mitad siempre con muchos detalles y complejidades-, pero se deja ver con gusto. Hay oficio, buenos momentos, capacidad de persuasión, intriga. Y bien podría ser el principio de una serie sobre Caldas y Estévez.  

Lo he pasado bien, me alegré mucho por Domingo Villar, y me he reído en bastantes momentos. Iba con el escritor y profesor José María Collados. Solo había un espectador más en la sala: Carlos. Nos dijo que había leído la novela dos veces y que le había encantado. Cuando empezaba la película, llegó otro. La vimos a las cuatro cuarenta y cinco en una estupenda pantalla de los Palafox.

 

*Tomo de aquí la foto de Marta Larralde. 

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**La de la película la tomo de ABC.

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