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Antón Castro

PACO ORTEGA: UNA CONVERSACIÓN, UNA VIDA EN EL TEATRO, UN BALANCE

PACO ORTEGA: UNA CONVERSACIÓN, UNA VIDA EN EL TEATRO, UN BALANCE

Nacido en Zaragoza en 1953, Paco Ortega acaba de jubilarse de la Escuela Municipal de Teatro. Ha sido crítico, director y responsable del Centro Dramático de Aragón y de la Expo-2008. [La fotografía es de Juan Moro.]

-¿Cómo nació tu pasión por el teatro? ¿Qué te atrapó?

Nació de una forma natural: jugando con mi abuela Carmen en el caserón donde vivía en la calle San Miguel. Intercambiábamos papeles. A veces ella me miraba y otras, la miraba yo. Había “sesiones” más concurridas, con la presencia de mis padres, mi amigo Paquito, mi tía y mis primos. En medio del salón había una especie de arco que separaba dos habitaciones y que tenía un medio una cortina de terciopelo rojo, que se abría y se cerraba. Ese fue mi primer escenario.

-¿Hubo figuras claves, actores, maestros, espectáculos, nombres que te contagiasen esta pasión?

Mi escuela fue mi propio autodidactismo y ver todo el teatro que venía al Teatro Principal. Me sentaba en la fila 1, butaca 2, justo al lado del crítico de Heraldo de Aragón, Don Pablo Cistué de Castro. Nos saludábamos con cortesía y a la salida nos despedíamos hasta la próxima. La primera vez que fui al Teatro Principal fue el 26 de enero de 1969 para ver “La hora de la fantasía”, de la autora italiana Ana Bonnaci. Lo sé porque tengo una colección inmensa de programas de mano. Y después estuve años y años viendo de todo: obras buenas, malas y malísimas. Rodero, Fernán Gómez, Galiana, José Luis Alonso, Adolfo Marsillach, Miguel Narros y más tarde Víctor García, etc, me “enseñaron” el oficio, y especialmente a distinguir entre el buen y mal teatro.

-En tus inicios hay un montón de grupos. Desde Albaida y Ánade, hasta el Teatro Universitario o la Ribera y el Grifo. De manera sencilla, y sé que nos daría para una enciclopedia, cuál es el balance… ¿Qué aprendiste, cómo lo viviste?

Hay tres etapas: la primera en Medina Al Baida y el Grupo de Anade, que fueron experiencias muy valiosas pero absolutamente amateur, la segunda, cuando ya estaba en la Universidad, en Octubre Teatral, el Teatro Universitario, en donde mi autodidactismo comenzó a dar algunos frutos valiosos y comencé a aplicar una metodología que no sé de dónde me salió, y una tercera, en el Teatro de la Ribera, ya siendo profesional. Con Pilar Laveaga, Mariano y Javier Anós me enrolé en un proyecto que recorrió España de arriba abajo, participando conscientemente del movimiento del “teatro independiente”. Recuerdo que el día que se terminó el luto oficial por la muerte de Franco actuamos en Ciudad Real, y todos pasamos por comisaría antes de subir al escenario. Fue divertido, dentro del miedo que teníamos. En esta compañía aprendí mucho, tanto lo que que quería hacer en el teatro, como lo que no quería hacer. Me fui de allí con un cierto malestar pero con la cabeza llena de ideas y proyectos. El más importante y llamativo marcharme a Moscú para aprender las técnicas de clown aconsejado por Miguel Garrido.

-Por qué fundaste en 1982 el Nuevo Teatro de Aragón. ¿Qué compañía querías crear, qué tipo de teatro anhelabas hacer?

En el NTA quería hacer lo que no pude hacer en el Teatro de la Ribera. Y lo conseguí: viajar, hacer cientos de funciones, participar en festivales, estrenar en Madrid y Barcelona y otras ciudades españolas, recibir críticas buenas y malas, etc. El NTA nació porque consideramos que en Aragón había un hueco que pensábamos que no cubría ni la Ribera, ni el Teatro Estable, ni otras compañías. Un nuevo teatro, limítrofe con otros lenguajes artísticos, hecho de otra forma, con una sintonía muy especial entre los actores y yo. Por aquel entonces estaba muy influido por Els Joglars, el Teatre Lliure y el Teatro Fronterizo. Fue la época en que empecé a ir a París con frecuencia para ver al Théâtre du Soleil, y al Festival de Aviñón.

¿Cuál sería el balance apretado de casi treinta años en escena?

El teatro lo ha sido todo para mí durante muchos años. He dirigido mucho, pero me hubiera gustado actuar, ser actor durante más tiempo. Creo haberle servido, y no haberme servido de él, como pedía Stanislavski. He vivido momentos preciosos, y otros horribles, la mayoría de ellos como consecuencia de problemas económicos. En Aragón si querías dirigir o actuar había que ser empresario, y eso es algo que nunca llevé bien del todo.

-¿Qué piezas rescatas, de qué te sientes más satisfecho?

Es muy complicado destacar, pero tal vez recuerdo con especial cariño “La comedia imaginaria”, a partir de dos textos de Molière, una dramaturgia que ideamos Manuel Martínez Forega y yo; “La metamorfosis”, una adaptación que hizo Benito de Ramón del texto de Kafka, en donde dirigí a María Isbert, a su hijo Tony, y a Alfonso del Real, pero también a Rosa Lasierra, a Joaquín Murillo, etc; “Shakespeare´s”, que se presentó en varios festivales y que contaba con Maribel Verdú, Luisa Gavasa, Joaquín Hinojosa, Cristina de Inza, Pedro Rebollo, Félix Martín, etc.

-¿Dirías que fuiste un director de actores, de actrices sobre todo?

Sobre todo es lo que he sido, aunque, como te he dicho, me hubiera gustado trabajar más veces como actor, que en el fondo es el oficio más bonito dentro de los oficios del teatro. Pero tal vez esta carencia la he compensado dando clases aquí, en Barcelona, etc. La enseñanza ha sido una verdadera pasión, el trabajo al que más fiel he sido y en el que me he encontrado más a mí mismo. No hay nada como transmitir conocimientos, provocar experiencias, a actores y a actrices, seres frágiles y fuertes, al mismo tiempo. Enseñando he aprendido yo más que nadie.

-¿Qué significó para ti Benito de Ramón, profesor y dramaturgo, qué significa?

Benito es un magnífico profesor y un buen amigo. Durante años llevamos juntos el timón del NTA. Como director de la Escuela Municipal de Teatro ha sido un hombre inteligente, eficiente y amable. Lo que ha ocurrido con él es una injusticia absoluta. No es que una sentencia haya sido injusta, que lo ha sido y mucho, sino que los verdaderos responsables de un despropósito mayúsculo han sido aquellos que le han dejado a los pies de los caballos. Gente que no merece ocupar cargos en el Departamento de Educación de ninguna institución pública, burócratas sin talento ni sensibilidad, y, en algunos casos, malas personas.

-Ha sido profesor de la Escuela Municipal de Teatro. Dabas Historia y Teoría Teatral. ¿De manera sencilla, qué quisiste enseñar, qué se puede aprender en el teatro?

Fui durante poco tiempo profesor de Historia y Teoría. Apenas un par de años, que coincidieron con mi etapa de director de la Escuela. Muy pronto Mariano Cariñena me propuso dar clases de Interpretación, que es lo que he hecho durante más de veinte años. Enseñar en teatro es transmitir adecuadamente lo que tú sabes o crees saber. Para hacerlo no hay recetarios, ni manuales: hay reflexiones compartidas, experiencias humanas, cercanía entre alumnos y profesores. Eso no es exactamente amistad. Enseñar también es exigir y exigirte, es involucrarte de verdad en procesos, en desarrollos. Ser profesor de teatro es ser doblemente humano. Por otra parte están los talleres de tercero, momentos de plenitud pedagógica. Ahí quedan “Don Juan y si estuvieras aquí”, de Benito de Ramón que presentamos en la escuela más prestigiosa de Londres, o “Woyzec”, de Büchner, que se estrenó en Burdeos, Barcelona y Madrid. En total he dirigido catorce talleres.

-Te vas con 65 años y se diría, también, que ¿con ira y con amargura?

No. Me voy feliz y contento. Mi trayectoria en la Escuela ha sido lo mejor que me ha pasado en la vida. He compartido horas y horas con Mariano Anós, Cariñena, Miguel Garrido, Rafael Campos y todos mis compañeros y compañeras. He asistido a un proceso ejemplar de recambio generacional: mis antiguos alumnos y alumnas son ahora profesores. ¿Qué mejor prueba de que la Escuela ha sido fecunda? Hemos formado actores y actrices profesionales, de los que Fernando Fernán Gómez se deshacía en elogios. Hemos levantado una escuela sólida y humanista. He sido feliz en la penumbra del aula, aprendiendo y enseñado. El hecho de que mi jubilación haya sido abrupta y no me hayan permitido seguir los dos meses que les pedía, solo demuestra la insensibilidad y la descortesía de las personas a las que antes me refería.

-¿Es la ciudad y sus instituciones cruel con los suyos, se obra aquí aquello de Zaragoza como ciudad saturnal que devora a sus hijos?

No lo sé. Si no fuera por esto último, yo me sentiría extraordinariamente afortunado por cómo he sido tratado y por el reconocimiento que, en general, ha tenido mi trabajo aquí, en sus diferentes vertientes. Sí es verdad que Zaragoza es una ciudad muy dura en algunos aspectos, y que hay un clima espiritual por el que no haberse marchado a tiempo suena a mediocridad. Y eso no es así. Aquí hay gente y ha habido gente muy valiosa.

-Vayamos con otra experiencia: el Centro Dramático de Aragón. Empezó con energía, con ilusiones, con ideas… ¿qué te emociona al recordarlo?

El Centro Dramático de Aragón fue para mí una experiencia fabulosa. Yo quería poner en marcha un centro de producción al estilo europeo, en el que se contara con profesionales de la tierra y se importara otros de fuera. Y así fue: Carlos Martín, Félix Prader (de la Comedie Française), Joan Ollé, Fernando Fernán Gómez y otros dirigieron espectáculos. Se estrenaron textos de Shakespeare, de Javier Tomeo, del propio Fernando. Regresaron actores que habían emigrado… Que no supusiera un conflicto de intereses con las compañías privadas, sino que fuera el buque insignia que les abriera paso. Creo que las decisiones que se tomaron fueron ambiciosas artísticamente y en poco tiempo estrenamos en el María Guerrero, de Madrid, en el Grec, de Barcelona, o en el Teatro de la Abadía, ganamos un premio en el Festival de Almagro y un Max… Pero sobre todo, conseguimos firmar contratos estables con los actores, que no han vuelto a ser pagados jamás y que suponían para ellos una puerta laboral siempre abierta. Cuando yo me marché, el Gobierno de Aragón puso al frente a una persona que había manifestado públicamente que no le parecía una buena idea y que tampoco le gustaba el teatro. Se veía venir que sus días estaban contados, y ahí es donde el Sindicato de Actores extrañamente miró para otro lado. A mí me regateaban dos euros de dietas por actuación, y, sin embargo, no se plantaron contra la decisión de cerrarlo. Es inexplicable.

-¿Por qué se cerró: hubo conjura general o indiferencia? ¿Por qué nunca se dijo nada, no se dieron razones?

Se cerró por lo que te cuento, por la inexplicable desidia de la profesión, que se hizo el harakiri más absurdo de la historia del teatro. Y, en otro orden de cosas, porque la Consejera Eva Almunia, heredó un proyecto que había nacido en la anterior legislatura, de la mano de Javier Callizo, miembro de un partido diferente.

-¿Por qué cuesta tanto en Aragón, pero sobre todo en Zaragoza, sostener los proyectos, entender el bien común como algo coral?

Tampoco lo sé, pero siempre ha sido así. La gente lucha mucho por defender sus supuestos intereses particulares y no le entra en la cabeza que defender los generales, los del sector, es la mejor garantía para conseguir lo primero. Hay poca mirada al horizonte y demasiada al ombligo. Hay miedo a lo desconocido.

-¿Qué te dio y qué nos dio, desde el punto de vista de los espectáculos, la Expo?

Fue la etapa más extrema de mi vida. Cuatro años subido en un avión, proyectando espectáculos en Buenos Aires, Canadá, Francia, Moscú… Conocí a gente alucinante y tuve libertad para hacer mi trabajo, para promocionar maravillas como “Hombre vertiente”, como “Iceberg” o como la Cabalgata del Cirque du Soleil, gracias a Roque Gistau, Jerónimo Blasco y a Paco Pellicer, que eran mis superiores directos. Siempre me sentí respaldado por ellos. Yo buscaba conjugar modernidad, pensando o contratando espectáculos para todos los públicos,  y todo ello en sintonía con el mensaje que la Expo defendía. Sin embargo, diez años después, veo aquello como un subidón que no tuvo la continuidad necesaria. Algunas personas planteamos en 2007, un año antes de comenzar la Expo, un Festival de las Artes Escénicas y de la Música para Zaragoza. Nadie nos oyó. También hubo un poderoso factor en contra: cuando se apagaron las bombillas de la Expo nos encontramos con la crisis y los recortes.

-De todos estos años, ¿de qué te sientes más orgulloso? ¿Qué es lo mejor que te llevas?

Me he reído mucho. Mi trabajo ha sido mi vida. No ha habido distancia entre ambas realidades. Y no me he marchado de Zaragoza. Ese ha sido mi gran error y, al mismo tiempo, mi gran conquista. He resistido al cierzo y a los elementos. En el primer caso hablo del clima, en el segundo de algunos y algunas personas insensibles y aprovechadas, cegadas por una ridícula ambición. Me quedo con que mis momentos de felicidad han sido casi una constante.

-¿Cuál es, ahora mismo, la calidad de nuestro teatro: en espectáculos, directores, actores, infraestructuras?

Sinceramente no lo sé. Estoy en una fase en la que el teatro de los demás no me interesa demasiado. Y lo digo con cariño, con mucho cariño. Estoy centrado más en mí, esa es la verdad, como para emitir diagnósticos. Creo, sin embargo, que la Cultura en el Gobierno de Aragón está bien protegida por Nacho Escuín, y que tal vez no tenga muchos medios, pero sí claridad de ideas y honradez. En cuanto al teatro estrictamente creo que han resistido aquellos que vieron en su momento que había que protegerse detrás de paredes: en el Teatro de la Estación, en el Teatro Arbolé y en el Teatro de las Esquinas. Creo que hicieron una apuesta inteligente y audaz que les ha salido bien. Yo no tuve esos reflejos. Les deseo lo mejor de corazón, entre otras cosas porque en algún momento fueron mis compañeros y volverán a serlo en algún momento.

-Si cierras los ojos y repasas todo, ¿crees que ha valido la pena tanto esfuerzo?

No suelo cerrar los ojos y pensar en el pasado. Pienso en el futuro. Si los cierro es para recordar lo maravillosa que ha sido mi vida profesional, la inmensa suerte que he tenido, y algunas personas a las que he conocido y han dejado una huella imborrable en mí, gente que me ha enseñado algo: Fernando Fernán Gómez, Emma Cohen, Joan Manuel Serrat, Peter Brook, etc. Y los amigos que he hecho en estos años y que siguen de un modo u otro conmigo, vivos o muertos: Jordi Mesalles, Miguel Garrido, Gerardo Malla, María Isbert, Joan Ollé, Jorge Eines, Javier Tomeo, Rafael Campos…

-Brevemente. ¿Qué deseas hacer en el futuro? Tienes compañía, has sido actor y autor teatral…

Vivo ya en ese futuro. Comparto tres compañías –Teatro Intimo, Teatro del Espejo, Dama de Noche-, cada una pensada para un tipo diferente de proyectos. Allí estoy  con gente muy valiosa como Roberto Millán, Belén Mirabal, Yván Miguel, Beatriz Serrano, Gérard y Françoise Maimone y con Mario Ronsano, joven e inteligente, y José Antonio Royme, la eficacia hecha persona. Pero especialmente con la persona que ha ensanchado mi vida: mi mujer, Isabel Rodríguez Romero, puro nervio, puro talento, pura energía positiva, con la que voy a tener un hijo en apenas unos meses y con la que reemprenderé mi carrera cuando deje de hacer biberones y cambiar pañales. Quiero seguir dirigiendo, pero me apetece escribir (estoy terminando un libro que se llamará “Memorias de un gamberro antifranquista”), y actuar, sobre todo actuar, especialmente con Isabel. Ojalá también lo haga algún día colaborando con mi hijo Paco, que se ha decantado por la música y la composición. Así que de pasado nada: presente y futuro.

*La foto es de Juan Moro. Fotógrafo madrileño instalado en Zaragoza que trabaja en un gran proyecto: ’Gente de mal vivir’.

https://www.heraldo.es/noticias/ocio-cultura/2018/08/05/juan-moro-retrata-mas-200-creadores-gentes-mal-vivir-zaragoza-1260617-1361024.html

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