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Antón Castro

DIÁLOGO CON DANIEL IZQUIERDO, POETA

DIÁLOGO CON DANIEL IZQUIERDO, POETA

Daniel Izquierdo: “Escribo por catarsis psíquica,

uso la palabra como catalizador”

 

El poeta de Aguilar de Alfambra, donde afirma haber renacido, publica su tercer poemario: ‘A despecho del mundo’ (Los Libros del Gato Negro)

 

Daniel Izquierdo Clavero (Barcelona, 1975; le gusta decir que ha renacido en Aguilar de Alfambra (Teruel), el pueblo de sus padres), autor de poemarios como ‘El alféizar del tiempo’ y ‘Las cicatrices invisibles’, publica un nuevo libro, ‘A despecho del mundo’ (Los Libros del Gato Negro), donde reflexiona sobre la vida, la escritura, la infancia campesina, algunas pasiones reales o soñadas, pintores, la enfermedad (pasa por épocas de grandes dolores), y lo hace con sinceridad y con una belleza descarnada. “El dolor (lo poético) estaba de mi parte”, escribe, y en sus dedicatorias se reconoce “herido por la vida”.

¿Cómo abordó el poeta ‘A despecho del mundo’, qué se proponía cuando inició este volumen narrativo, de personajes, entre ellos sus propios abuelos? Daniel Izquierdo confiesa: “Proponer no me propuse nada, nada salvo cartografiar las diversas dimensiones del dolor desde el parapeto de la experiencia estética. Para ello, busqué inconscientemente anclaje en el poso que han dejado algunas obras artísticas en la resaca de la vida. Reconocer que una obra equis ha dejado huella en ‘la vida’ de uno es mucho reconocer”, se arranca.

En su libro conviven lo íntimo y lo autobiográfico con personajes como María Zambrano, el pintor Giotto, la pensadora Hanna Arendt, la musa de Modigliani Jeanne Hébuterne, y la tierra turolense está muy presente: “Salir a caminar por tu pueblo turolense / pasadas las ocho de la tarde / es desolador (…) Ya no hay despoblación en este pueblo: / solo osamenta de hogueras pasadas”. “Fueron saliendo los poemas e imitando a las hormigas voladoras que vuelan alrededor de la luz, fueron ordenando su anarquía a la luz de la idea expuesta: la cartografía estética del dolor. Eso sí, hubo un trabajo menos innato de pulimentación”.

En este complejo paisaje terrenal e imaginario del poeta de Aguilar de Alfambra ocupa un puesto decisivo el escritor Julio Cortázar (1914-1984). “¿Cortázar? Cortázar es ventral en mi modesta biografía humana. A los 9 años conocí la noticia de su muerte en la radio y quise saber quién era el escritor al que despedían con tanto pesar. A esa edad, en una antología para niños, leí el cuento del escupitajo en la montaña de azucarillos y sucumbí. Tardé un verano en beberme sus ‘Historias de Cronopios y famas’ y ‘Rayuela’. Recuerdo que ese año, tenía 10 para 11, Rayuela se me cayó. Lo recuperé a las 12 y traté de leer ‘El libro de Manuel’, su novela más política. No pude hasta los 14”.

El autor tiene perfectamente registrado en su memoria ese vínculo tan estrecho con el autor de ‘Bestiario’, ‘Las armas secretas’ o ‘Queremos tanto a Glenda’. Insiste: “El caso es, a los 14, a la edad en la que el mundo aprende a besar, mi enfermedad congénita me mordió las manos, repetí curso, blablablá, y me eché en brazos de la Literatura leyendo todo lo que caía en mis manos. Y claro, cayó la poesía de Cortázar, cayó su cuentística. Y hasta hoy. Cortázar es, aún hoy, un flotador en el mundo. Todo lo que escribo lo escribo buscando su complicidad tácita. Si a eso sumamos su elefantiasis, en fin... Qué siniestra metáfora el gigantismo y el dolor. Siempre será en mi corazón el escritor belga más querido. Es broma, desde luego, esta profanación”, dice Daniel. El escritor argentino nació accidentalmente en Bruselas. La Universidad San Jorge posee una parte de la biblioteca de su primera esposa Aurora Bernárdez.

 No resulta fácil explicar un poemario. Tampoco me gusta hablar de lo ya escrito porque en el fondo escribo por catarsis psíquica, uso la palabra como catalizador. No entiendo a la gente que se llama a sí misma poeta y me siento extraño en esa mención. Para mí la poesía es una bolsa amniótica y la literatura el cordón umbilical que transforma en digerible el alimento del mundo en alud”, resume. Y cierra su libro: “La memoria, en la esquina mercenaria del silencio, / teje su telaraña. / El rocío pende de sus hilos de arena. / Teruel, este poema, / calla”.

 

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