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Antón Castro

Domingo de primavera con Lagunas

Es una delicia ir a la casa de las hijas de Santiago Lagunas. El arte del maestro sigue allí, cuadro a cuadro, en la atmósfera. Era, fue, un pintor inmenso. Lo era ya en los años 30, cuando parecía un pintor vanguardista que se autorretraba con apenas 20 años en los tiempos en que Dalí, Barradas, Ángeles Santos o Maruja Mallo parecían comerse el mundo. Él, entonces, anónimo estudiante de arquitectura, ya tenía una mano primorosa, sentido de la untuosidad, oficio de la luz y de la sombra.

Más tarde se afirmó en un arte figurativo esencial. Retrató a su padre, a su esposa Marichu, la gran mujer de su vida, a su hermano Manuel, que acaba de fallecer. Y luego dio el salto hacia la abstracción: potencia de sombra, asombro del gesto, pirotecnia del alma atormentada que se expande en gestos, en desgarro, en noche más allá de la noche.

Ver sus cuadros de los 50, paisajes de San Sebastián, marinas y caseríos entrevistos, poco antes de entrar en crisis, sigue resultando conmovedor. Qué oficio hay ahí, qué adivinación del paisaje, qué herida de sombra en los dedos y en los ojos.

Ana María y María Pilar miman su legado, miman los objetos, los dibujos, las caricaturas. Se deleitan despaciosamente en esos pisos encantados. Si el visitante ocasional mira en las estanterías puede encontrarse con un libro del siglo XVIII impreso por Ibarra. Santiago Lagunas, el maestro, el rebelde, el místico, el rebelde revenido y recuperado, era así: irreductible y talentoso. Así lo he visto, así lo hemos visto con Félix Romeo, una mañana de domingo.

PD. Gana el Zaragoza al Barcelona y culmina una temporada esperanzadora. Vuelve a Europa, ganó la Copa del Rey, encuentra un entrenador para el futuro y consumó la fiesta del fútbol, la alegría. El que viene será un gran año. Y si Soláns fichase a Luccin, por ejemplo, mejor...

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