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Antón Castro

Palmira Pla y Serrano

Produce una emoción especial hablar de Pablo Serrano en su Museo. Qué fuerza tiene su obra, qué variedad, qué sentido de la experimentación, que humanidad transformada en escultura. Con su cabeza clásica de sabio eterno nos miraba Antonio Machado, entre el tormento y el éxtasis crece José Luis Aranguren, ahí, tendido con su vocación de acostado perpetuo, fuma dulcemente Juan Carlos Onetti, aquel señor taciturno que reunía "Juntacadáveres".

Pablo Serrano es un artista formidable y humanísimo. Cuando era niño, en Crivillén, vio como apuñalaban a un hombre; luego, durante su travesía hacia Rosario de Santa Fe, asistió a una escena increíble, casi un cuento cruel: vio una pareja de enamorados, de locos amantes; de repente, la mujer bajo una escarelilla, resbaló y se cayó al mar. Pereció en el fondo. Más tarde, un once de agosto de 1955, Pablo Serrano volvió a su pueblo y recordó su niñez de monaguillo, de bribón de ranas, de niño que se imaginaba bandolero en la sierra. Su abuelo paterno fue oficial de carpintería en los talleres del Hospicio donde se ha instalado ahora el Museo...

Me acaba de llegar un libro que esperaba, después de haber oído una y mil veces, hablar a ese sabio que es Víctor Juan Borroy. Hablo del libro "Memorias de una vida", las memorias de Palmira Plá Pechovierto, una maestra turolense que se exilió en Venezuela, donde fundó el "Instituto Escuela Calicanto". Palmira vive en Benicassim y tiene 90 años. Esta es una voz del exilio recuperada por Enrique Satué Oliván y el director de la colección Isidoro Achón de la Fundación Bernardo Aladrén, hablamos de Herminio Lafoz. Es una pena que no se cuiden los márgenes de la colección, agobian, obligan a abrir casi hasta el infinito los libros. Esta es una tara menor ante la calidad de los textos, ante este patrimonio contra el olvido. Enhorabuena.

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