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Antón Castro

CÁCCAMO EN EL JARDÍN BOTÁNICO

No diré nada de mi ordenador enfermo: va tan lento y es tan difícil ponerlo en marcha que he perdido las ganas de escribir y me siento como un náufrago.

Este largo fin de semana, que para mí comenzó el jueves en Tarazona, se lo he dedicado casi por completo a Xosé María Álvarez Cáccamo. En realidad, me lo dedicó él a mí. Medio en serio, medio en broma, recordó una de las frases de una compañera aragonesa de su instituto en Vigo: "Qué lejos está Galicia". Él prefiere decir: "Qué lejos está Zaragoza". Se lo pasó muy bien por aquí, no paró de hablar y nos contaminó de recuerdos, de humor y de historias. Se quedó patidifuso con los conocimientos de literatura gallega de Félix Romeo, de literatura y de sociolingüística, y se ha marchado cargado de libros de aragoneses.

Está escribiendo su "Memoria de poeta", que publicará Galaxia en la próxima primavera. Y en ella, a lo largo de más de 300 páginas, evoca a su abuelo fusilado en Tuy, a su padre represaliado, a amigos y maestros (Méndez Ferrín, Cunqueiro, Manolo Vilanova...) y su propia historia de escritor de versos, de navegante y enamorado de la isla de San Simón desde los catorce años. Una de las historias más bellas, o extrañas, le sucedió en Santiago de Compostela durante la carrera. Se había echado una novia, o andaba de aquí para allá con ella en una tentativa constante de seducción, una moderna de entonces, e iban los dos juntos por la ciudad. De repente, se cruzó un hombre que llevaba un caballo. La joven le dijo a Pepe, si lo había visto, "sí, claro, que lo he visto. Es un caballo blanco". Y ella, dale que te pego, pero lo has visto, vamos detrás de él, y ante el escepticismo del novio se echó tras el caballo, paró a su dueño y le dijo que quería montar. Desapareció con él y no volvió hasta el día siguiente. ¿Qué pasó en esa interminable noche? El joven poeta quizá no pegase ojo de las cosas que imaginó y que nunca le contaron luego.

A Pepe Cáccamo, autor de la antología "Habitación del mar" (Zaragoza), le ha gustado mucho Zaragoza. Pero, como nos ocurre a algunos, se quedó bastante decepcionado con el estado de nuestras riberas -la maleza inhabitable del Huesca, la suciedad increíble del Gállego, el desaliño y olvido de las márgenes del Ebro a su paso por Zaragoza- y con el abandono del Jardín Botánico. Apasionado de la jardinería y de la flora, le llamó la atención el descuido, la suciedad, el abandono del jardín Botánico, que era un lugar que quería ver. En él, es cierto, casi no se nota la llegada de la primavera. Ha desaparecido buena parte de los nombres de los árboles y las líneas del laberinto han sido borradas. Dijo: "Zaragoza me parece una ciudad sucia y descuidada dentro de su enorme encanto".
Salió luego al parque, bajo la sombra de los pinos, y se quedó hechizado. Y se puso a hablar de historias de fantasmas y de Eduardo Blanco-Amor... Volverá para finales de agosto al Festival de Poesía del Moncayo. Lo espero, de nuevo, su editora Trinidad Ruiz-Marcellán, esa mujer que ha vuelto a la vida con versos bajo el brazo...

2 comentarios

De Anton -

Quén é de verdade o guieiro. Sen dúbida: o sabio de Vigo, o noso Pepiño, o señor da illa de San Simón.
Por certo amiguiño, fixen unha nota sobre Manuel María. Cóidate, poeta bon e xeneroso.

PEPE CÁCCAMO -

¿Quién no goza
en Zaragoza
si Antón Castro
es el astro
que te guía?
Te adora: Xosé María.