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Antón Castro

IMPRESIONES, SERES Y LECTURAS

Ayer por la mañana, me fui a Huesca. Encuentro en el Café del Arte, hacia las 11.15, con Fernando García Mongay. Recordamos a David Duncan Douglas, a Cartier-Bresson, y hablamos de casi todo al arrimo de un café con leche. Fernando está a punto de ingresar en el hospital para una operación de garganta. Se quedará sin voz unos días, pero volverá de inmediato a la faena porque está ultimando el Congreso de Periodismo Digital en Huesca. Salimos de paseo por los lugares de su infancia: entramos en “La Confianza”, me invita a cacao de Benabarre y a turrón con nueces de Almudévar, y acabamos en el parque, recorriendo el paseo de Ramón Acín. Terminamos la tertulia de domingo ante las pajaritas, y allí me acuerdo, cómo no, de Katia Acín, y de esa especie de maldición que agita a esa familia: la muerte de sus padres, la desaparición prematura de Sol, el adiós de Katia, cuando se exhiben sus obras en La Carbonería (estuvimos un momento ante la puerta de la sala, pero estaba cerrada), y cuando se iba a presentar uno de los sueños de su vida: el cederrón “La línea sentida”, en el que han trabajado Emilio Casanova, Jesús Lou y Víctor Pardo, entre otros.

Vuelve Daniel de Francia, y trae la lluvia. Lo recibimos como se debe a un joven lector de español en Evreux: con un partidillo de fútbol. Salimos a la explanada de la ludoteca –con Diego y Jorge, sus hermanos- para entrenar. Como había llovido improvisamos un partido de fútbol-tenis en el campo de petanca. Nos lo pasamos espléndidamente. Daniel está en forma, Diego es el que mejor cabecea de todos, Jorge controla muy bien con su zurda dada el dribling y a la vertiginosa conducción, y yo, hay que decirlo, estoy demasiado gordo. Nos dan las nueve bajo la lluvia. La parte masculina de los Castro Gascón se reúne en torno al balompié. Sólo hay un espectador: Mario Calvera, compañero de colegio de Diego, que decide amenizar la tarde con un recital de eructos.

Vemos a Félix. Viene a comer a casa (siempre se olvida de que tenemos perra, Noa, a la que detesta). Daniel le ha traído “Les inkorruptibles” –la revista que sueña con hacer en Zaragoza, eso me dice Daniel-, y Félix lleva la cabeza vendada, como si fuera aquel Ortúzar que jugaba en “Los Alicantes”. Ya está recuperado de su caída en Independencia, el día después de la designación de Zaragoza como sede de la Expo, y nos pide que lo llamemos para nuestro partido de fútbol. Será un imponente defensa central o un grandioso arquero. De joven, creo recordar, jugó a balonmano.

Veo a Javier Solchaga, el gran ilustrador con esculturas efímeras para niños, que acaba de publicar cuatro libros en Anaya: “El circo”, “Animales salvajes”, “Personajes de cuento” y “El castillo”, en una serie que han creado solo para él: “Recicla y construye”. Y también veo a Javier Calvo, que está absolutamente feliz. Y lo estaría aún más si supiera el revuelo que ha suscitado entre algunas compañeras de redacción. Bigas Lunas se lo recomendó a Leonor Watling para que hiciera un videoclip de Marlango. El creador de “Bocetos” (un homenaje emocionante a su padre muerto. Desde aquí le mandamos un abrazo infinito a nuestro compañero Chema Rodríguez Morais, que acaba de perder a su padre), trabaja en el guión de su primer largometraje.

Daniel Nesquens me envía su último libro: “Días de clase”, ilustrado por Emilio Urberuaga, un volumen repleto de historias un tanto surrealistas, pero a la vez muy cotidianas. Un libro donde se cuenta sin parar y donde vemos que el vecino, el amigo, el abuelo o la tórtola Torta tienen muchas cosas que decir, muchas cosas que son casi secretas, en las que apenas nos habíamos fijado. Las ilustraciones de Urberuaga son realmente bonitas.

Tengo algunas cosas más que contar. Quedo a tomar café con Eloy Fernández en “El Levante”. Hablamos de esto y de aquello, pero en realidad Eloy, que acaba de volver de París, quería hacerme algunos regalos de Navidad. Regalos portugueses, nunca olvida que soy gallego y que me siento muy portugués. Sus obsequios son como un condado de ternura que hemos pactado hace muchos años. Y me entrega los primeros “Fados, poemas e flores” que grabó Amália Rodrigues; unos “Poemas de amor e abandono”, de poetas tan distintos como Florbela Espanca, Auden, Pessanha o Neruda, todos en portugués, y un volumen de poesía de Miguel Torga, el escritor al que querría parecerme, sobre todo como narrador. Sé, además, que Pepiño Melero, a quien tanto admiro, con quien tanto quiero, está mucho mejor. Ha sido un día casi perfecto. Además, estoy leyendo en el autobús con auténtica delectación los “Cuentos completos” de Truman Capote.

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