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Antón Castro

RECUERDO DEL CINEASTA ARAGONÉS FERNANDO BAULUZ

FERNANDO BAULUZ
“BUÑUEL LEYÓ MI PRIMER GUIÓN”

Fernando Bauluz (Zaragoza, 1951) lleva más de treinta dedicándose al cine. Ha sido productor, asistente de dirección y realizador de cintas como Martes de carnaval, pero estos días ha saltado a la fama porque ha acabado con gran dignidad Lágrimas negras, la cinta póstuma de Ricardo Franco.
-Mis antepasados -dice- procedían de Navarra y de Francia, se instalaron hace dos o tres siglos en el campo de Borja, y la casa familiar sigue existiendo en Magallón. Mi abuela paterna es hermana de Miguel Catalán, el famoso químico que estuvo nominado al Nobel y que tiene dos cráteres en la luna con su nombre. Miguel Catalán se casó con Jimena Menéndez Pidal, la hija de don Ramón Menéndez Pidal, y fundaron el Colegio Estudio, donde yo estudié. Mi padre era profesor de Matemáticas, trabajaba en el colegio y fue durante casi 40 años el director. Nací en Zaragoza porque aquí estaban mis abuelos y mi madre vino a dar a luz. Hasta los doce años, más o menos, estuve yendo y viniendo de Zaragoza a Madrid.
-Qué sorpresa. Procede de una familia con raigambre...
-Soy nieto directo del pintor Miguel Pérez Losada, próximo a Pórtico. Se casó con una berlinesa de carácter, se había significado en su oposición a Hitler: durante la II Guerra Mundial se vinieron aquí, a través de mi abuela Gertrud, judíos alemanes escapados del horror nazi, y ella les proporcionó trabajo y refugio. Zaragoza fue uno de esos puntos donde se les escondía y se les proporcionaban salidas.
-¿Los llegó a conocer?
-Sí, claro. Vi los cuadros de mi abuelo, más de la mitad están en casa de mis padres. Con él he tenido bastante relación porque hice el primer curso de Arquitectura y él estaba empeñado en enseñarme a dibujar. A mis abuelos maternos les gustaba mucho Soria y en la última etapa de su vida tuvieron una casa, primero en Villaverde del Monte, y luego en Navaleno. El Moncayo les producía una gran fascinación. Salíamos por las mañanas él y yo a dibujar con nuestros carboncillos. Siempre me criticaba. Tenía yo 17 años.
-Creo que su abuelo paterno también era relativamente famoso.
-Murió cuando yo empezaba a ser adolescente. El traslado definitivo a Madrid debió coincidir con la muerte de mi abuelo. Era ingeniero, pero militar, de los que con Azaña dejaron el ejército; cuando estalló la Guerra Civil lo reclamaron y como estaba en zona nacional se tuvo que incorporar y continuó en la carrera. Era muy de derechas en todo el tema religioso, hasta la exageración. Y en cambio, en todo lo que es la concepción social de la vida, lo contrario. Era una persona abierta, enfrentada con el sistema y refractaria a cualquier corrupción; tuvo diez u once hijos, vivió cómo pudo, pero el general de brigada Florencio Bauluz jamás se enriqueció. Mi abuela, Pilar Catalán, su esposa, fue la primera mujer que en Zaragoza acudió a un gimnasio, estaba muy preocupada por los temas de la mujer y era sufragista. Las casas de mis abuelos estaban una enfrente de la otra. Curiosamente, mis padres no se conocieron por ser casi vecinos, sino porque eran nadadores. Mi padre fue recordman de España de 100 metros libres y mi madre campeona de 200 metros de braza, frecuentaban el Club de Tenis de Zaragoza y Helios.
-Y pese a toda esa filiación tan zaragozana de sus abuelos, ¿nunca estuvo matriculado aquí?
-No. Pasaba los veranos, alguna navidad, y por enfermedades y cosas así algún invierno largo. Tengo algunos recuerdos nítidos: el sonido del viento y un olor característico que es el olor de cuando tú llegas al sitio donde has nacido, ni aunque fuese químico sabría describirlo, pero hay un olor particular, antiguo, que es el olor de casa, de la niñez. Me ha pasado nada más llegar de la estación del Portillo. Supongo que será el olor del Ebro y vendrá del agua. Zaragoza me parecía el único lugar del mundo, cuando yo tenía seis u ocho años, donde se alquilaban bicicletas en el parque.
-Sé que en su familia hubo un tío que marcó mucho su vocación.
-Sí. Mi tío Jesús me marcó muchísimo porque a los doce años me llevó a ver Farenheit 451 de François Truffaut. Creo que cuando tenía cinco o seis años se sabía páginas completas de la guía telefónica de memoria; era uno de esos niños que son prodigios en una cosa y tienen un desequilibrio brutal en otras. Era el hermano pequeño de mi padre, ocho años mayor que yo. De pronto, un buen día, en mi casa todo el mundo estaba asustado porque acababa de llamar desde África diciendo que se había metido en la legión, pensaba que era blando y que debía endurecerse. A los tres meses se quería salir de la Legión. Supongo que mi abuelo removería todo lo posible pero no lo consiguió. Esas cosas alimentaban en mí la leyenda de mi tío Jesús. Fue un fanático del cine y un melómano con una memoria increíble. Esto es real; escribió un guión que para él era la segunda parte de Los 400 golpes de Truffaut, una de sus películas favoritas. Se fue a París y estuvo como un mes insistiendo en la oficina de Truffaut hasta que por fin alguien cogió el guión; cuando volvió al cabo de algún tiempo a reclamar, llegaron a un acuerdo y se lo compraron. Truffaut jamás lo hizo ni lo volvieron a llamar, ni nada, pero algo debería de tener el guión porque Truffaut no quiso que circulara por ahí.
-¿Aún vive?
-No. Iba evolucionando poco a poco hacia una clara esquizofrenia. Hay muchas cosas que podemos ver en la gestualidad de Ariadna Gil en Lágrimas negras que yo se las he visto a mi tío, como cuando se está con pastillas. Los psiquiatras militares le dieron la baja y su vida era un continuo y salir de los sanatorios y cada vez peor, cada vez peor hasta que para celebrar su 50 cumpleaños se suicidó. Se ahorcó y dejó dos folios impresionantes donde recordaba a su abuelo y decía que iba a reencontrarse con él. Y que nadie le había dado tanto cariño jamás. Yo ahora siento que el día que fui con él a la sala Imperial de Madrid tomé la decisión de dedicarme al cine. A partir de esa experiencia, cada vez que me preguntaban qué quería ser de mayor, ¿bombero o médico o futbolista?, siempre decía realizador de cine.
-Con catorce años, usted se puso a hacer un cortometraje.
-Estaba en quinto de Bachillerato E hice mi primer corto en super-ocho. La protagonista era Ana Gurruchaga y ella fue candidata a ser la protagonista de Tristana de Buñuel. Uno de los productores principales, el otro fue el aragonés Eduardo Ducay, fue su padre Gurruchaga, que era el director de la Escuela de Bellas Artes. Era una historia muy bonita que contaba las relaciones sexuales entre María Magdalena, Jesucristo y San Juan, cosa que me interesaba mucho, ja, ja, ja. Sé que Luis Buñuel leyó aquel primer guión mío, se rió mucho, y Ana Gurruchaga debe tener el original con una alguna corrección de BuñueI. Fui a buscar a Ana a su casa y allí lo vi. No hablé con él, pero lo vi con su mala leche, su pinta de bruto o de boxeador, sordo como una tapia. Me producía un respeto enorme. Fue entonces, en 1965, cuando conocí a Ricardo Franco Entró en Preu en el mismo colegio, y aunque éramos primos lejanos, su madre era turolense, y él un par de años mayor que yo, apenas sabíamos de la existencia el uno del otro. Mis primeros contactos con Ricardo son de enfrentamiento.
-Por chicas, supongo. Era un gran seductor.
-Por la sala de teatro, a la cual se optaba a partir de quinto de Bachillerato y yo llevaba mucho tiempo soñando con llegar a quinto para poder representar todo el mamotreto de obras e ideas que tenía. Y llegó este desgraciado y me quitó el escenario, pero no sólo eso. Se ligó a mi novia. Cometí el error de tener una novia un año mayor que yo.
-¿Y también fue por entonces cuando coincidió con el narrador Javier Marías en clase?
-Éramos compañeros desde los doce años. Era un genio, no sólo con una impresionante capacidad para la literatura y la redacción, sino que era el número uno en Matemáticas, en Física, en Química. Sacaba matrículas en todas las asignaturas y además era un gran deportista. Tuvimos un equipo de fútbol y Javier era el extremo izquierdo. Tenía un defecto: corría una barbaridad y les ganaba a todos, era impresionante, luego lo que pasaba es que nunca centraba bien. Este verano participamos los dos en un homenaje a Ricardo Franco, organizado por Ana Gurruchaga. Javier recordaba que, cuando eran niños, primero los hacía rabiar y luego los consolaba. Cuando terminaron los dos, Ricardo cogió un cuento de Javier Marías, Gospel, e hizo con él su primer cortometraje. Tal vez sea su obra más auténtica.
-¿Qué quiere decir?
-Que era la más libre, la más salvaje, donde le importaba un pepino la forma. O quizá supiese muy poco de cine. Era tremenda. Y después Javier también escribió con él el guión de El desastre de Annual, el primer largo de Ricardo, hecho en 16 mm., nunca estrenado y maldito. Javier también escribió el primer guión de El espíritu de la colmena para Víctor Erice. Blas Querejeta se enfadó con Javier Marías y fue cuando entró Ángel Fernández Santos a escribir sobre el guión de Marías. Y Javier ni siquiera figura en los títulos de crédito.
-Eso no ha pasado a la historia, creo. ¿Cómo fue a partir de entonces su evolución?
-Hice dos o tres cortos más de super-ocho, de aficionado, y luego tuve esa época de la militancia clandestina, que a mí me obligó a estar matriculado en la Universidad (adonde fui asignado). En esa época mi padre opinaba que el cine no era un arte, siempre me lo discutía, y que los que nos queríamos dedicar al cine éramos unos vagos. Por eso me matriculó él, sin yo saberlo, en primero de Arquitectura y me planteó que hiciera el curso. Hice compatible el curso con mi primer meritoriaje en La vida sigue igual de Eugenio Martín con la presencia de Julio Iglesias.
-¿Qué recuerdo tiene de aquel Julio Iglesias?
-En ese equipo nadie sabía hablar inglés. La actriz protagonista era inglesa y no hablaba nada de español. Yo hacía de intermediario entre ella y Julio, así que cogí una cierta confianza y me dijo: “A ésta ni se te ocurra, eh". Ja, ja, ja. Un día al atardecer, rodando en exteriores en La Manga del Mar Menor, cuando sólo existían el hotel Extremares y el hotel Galúa, compuso con su guitarra Gwendoline. Paseando después de terminar el rodaje, me echó el brazo por los hombros y dijo: “¿Fernando, crees que llegaré a ser alguna vez como Serrat?”.
-¿Llegó a ingresar en la Escuela Oficial de Cine?
-No. Para eso había que tener los 21 años cumplidos, y cuando los hice ya se había cerrado y aún no se había abierto la Facultad de Ciencias de Imagen. Mi padre me dejó por imposible, abandoné Arquitectura, pero como estaba en el partido y tenía que seguir en la Universidad hice Filosofía y Letras. En el PCE estaba adscrito a propaganda y éramos clandestinos dentro de la clandestinidad. Ricardo Franco era anarquista y lo fue siempre. A los 19 años cometí el error de mi vida: me casé. Tengo tres hijas, de 26, 24 y 21 años. Entré en una empresa que se llamaba CVS, ya como realizador. En esos tres años hice como 23 ó 24 documentales industriales, fue mi escuela de aprendizaje. Y también varios cortometrajes en 35 mm. con lo cual me convertí en director.
La vida de Fernando Bauluz respira cine por los cuatro costados. Cine y aventura. Lo ha hecho casi todo. Con su productora financió proyectos como El puente de Bardem, Asignatura pendiente de José Luis Garci, Tigres de papel de Colomo y en 1979, cuando había perdido su propia empresa (suya y de Pedro Carvajal, Miguel Angel Rivas y Jaime Fenrández Cid) ante la pujanza de otros socios, él y el director de fotografía Augusto Femández Valbuena y sus respectivas familias se marcharon a Quito (Ecuador) a montar un plató y a hacer las Américas. Permanecieron allí cinco años haciendo spots, publicidad y documentales, en continuo contacto con Nueva York.
-Volví a España en 1984 y me reencontré con Ricardo Franco en la serie La huella del crimen de Pedro Costa haciendo El caso del cadáver descuartizado. En Barcelona tuvimos una pelea con tres guardias civiles vestidos de paisano. Quisieron levantarnos a las dos chicas que nos acompañaban, y yo, bastante borracho, les dije algo y le di un puñetazo al más bajo. Me pegaron en todas partes con los puños, con los pies, etc. Ricardo y el realizador mallorquín Jaime Solivellas decidieron intervenir, y a Ricardo le alcanzó un puñetazo que le arrancó una muela. La vi volar hacia el suelo como un pájaro. La conservaba en su casa como un tesoro.
-Antes había sido su ayudante de dirección en El sueño de Tánger (1985), otro rodaje complicado.
-El productor Carlos Escobedo nos mantuvo en Tánger engañándonos y nos pagaba con talones sin fondos. Estalló todo, sus mentiras no pudieron prolongarse, y la sacamos adelante como pudimos. Fue la primera película de Maribel Verdú.
-Cuándo le contó Ricardo Franco la historia de Jean Seberg que parece inspirar Lágrimas negras?
-Yo he estado con Ricardo y con Jean Seberg dos veces, poco rato. Permanecieron juntos casi año y medio con lagunas. Me contaba la biografía de la actriz americana: sus locuras con MaIcom X, Las Panteras Negras y esa paranoia de sentirse perseguida...
-Estuvo perseguida por el FBI, y la propia organización lo reconoció una vez muerta la actriz en 1979.
-Ricardo estaba prendado como cualquiera por ese monumento, pero era tremendo. Tenía que ir detrás de ella, se le ocurría irse a los Ángeles, pues allá se iban, en primera clase, y no sé qué. Y Ricardo no tenía ni un duro. Después de GospeI se puso a trabajar con su tío Jesús Franco de ayudante, dos o tres años, haciendo películas de terror. Aprendió muchísimo. Jesús es un genio, es el director europeo que más películas ha hecho, a menudo, tres a la vez.
-¿Esa magia tan especial que existía entre ustedes se produjo cuando lo llamó para La buena estrella?
-La verdad es que Ricardo no me llamó. Era muy buena persona y no quería comprometerte en proyectos donde pudieses sentirte atado y obligado. Me llamó Pedro Costa y me dijo que Ricardo había dicho que conmigo sí hacía La buena estrella. Ricardo no se sentía capaz del todo, padecía diabetes y tenía cegueras esporádicas muy fuertes. Luego me dijo, recordando aquella noche de pelea en Barcelona, algo así: “Joder, Fernando, en aquella ocasión yo te presté una muela. Préstame tú ahora los ojos. Préstame tus ojos”. Tras el éxito de La buena estrella (1997), solo en Berlín, Ricardo Franco llamó de madrugada: “Fernando, hay que hacer una sociedad entre tú y yo, y hay que poner en marcha Lágrimas negras”.
-¿Él era consciente de que su vida corría peligro?
-No es que fuese consciente, sino que todos los días durante un año se ponía machacón, y me decía incluso delante de los amigos. “Fernando, si yo me muero, tú vas a seguir, ¿no?”. Insistía. Y no sólo eso sino que todos estos extremos figuran en el contrato de dirección de Ricardo.
-¿En qué medida siente usted que Lágrimas negras es suya?
-No la hubiera hecho así sino hubiera existido Ricardo Franco. Pero tampoco la veo de otra manera, porque como he estado hablando un año entero con él, escenificábamos incluso los diálogos (él hacía de Ariadna y yo hacía de Fele Martínez. Realizan ambos un papel extraordinario. Ariadna Gil es un monstruo de la interpretación), y se corregía el guión. Yo no he participado en la escritura de la película; se trabajó sobre un guión de Dionisio Pérez Galindo, que procede de la escuela de Manolo Matji; a partir de él hizo una versión Ricardo, y luego volvió a revisarla con Ángeles González Sinde.
-¿Le dijo alguna vez Ricardo Franco que aquella era su historia de amor con Jean Seberg?
-No. Lo sabemos, pero no sólo es eso, loco amor, porque él conocía bien la historia de la locura de mi tío Jesús. Yo he proyectado en Lágrimas negras su historia. Me he basado en el conocimiento que tenía de él para dar algunas indicaciones a los actores.
-¿Cree que ahora su carrera ser va a ver relanzada, que le van a llamar para hacer películas?
-Conociendo esta industria, no creo que nadie me llame. Ricardo escribió un guión muy bonito con un punto de comedia amarga, que pretendía que dirigiera yo mientras él terminaba de escribir Plenilunio, un guión basado en la novela de Muñoz Molina que dirigirá lmanol Uribe.
-¿Qué le gustaría rodar?
-Un guión mío en tono de comedia ácida y realista, con toques de neorrealismo italiano, sobre los años de las comunas y de la época en que todos estábamos muy salidos y defendíamos el amor libre. La acción sucede en las Alpujarras. Uno es fiel a sus orígenes: sigo siendo comunista, pero ya no me reúno en células ni cosas así. Me limito a pensar y a votar.

*Ayer, mientras celebrábamos la designación de Zaragoza como sede de la Expo 2008, me enteré de la muerte de Fernando Bauluz, el cineasta zaragozano que hizo prácticamente toda su carrera en Madrid. Siempre recordaré el día que conversé con él, con Luis Alegre como anfitrión y sombra tutelar, en el hotel Boston. Me pareció un hombre extraordinario. El otro día, cuando estuvo en Zaragoza su primo Javier Marías, le pregunté por Fernando y me dijo que estaba muy enfermo. Ayer, hacia las ocho, Esperanza Pamplona me llamó para preguntarme si conocía o sabía algo de Fernando Bauluz. Por ello, a modo de homenaje, reproduzco aquí esta entrevista aparecida en mi libro "Vidas de cine" (Ibercaja, 2002).

6 comentarios

Edoo Pérez -

Uau, si bonita entrevista. Ya no recuerdo como he llegado aquí, pero reconozco a mi familia, aunque a Fernando lo vi poco, pero me hubiera gustado mucho conocerlo más. Gran persona

Vera Bauluz -

hermosa entrevista... gracias

marta garcìa pèrez -

Fernando, mi primo mayor sòlo de unos pocos dias, de pequeño,mucho juntos y de mayores cuando ns volvimos a encontrar parecìa que el tiempo no habì pasado, ahora yo soy la mayor, y te echo mucho de menos

nicolas stoppa -

desde Italia venia a ver a mio tio Fernando. con el respire el verdadero olor del cine, con el pase noches inolvidables, con el la muerte no me da miedo.
ciao Fernando ti penso in continuazione. ciao
nicolasstoppa@hotmail.co

arantxa -

hola, por casualidad he entrado aqui, resulta que Fernando es mi primo, asi que un saludo desde zaragoza.

alba estevez bauluz -

Fernando ha sido una de las mejores personas que he conocído. Es, o era, muy modesto, siempre se quitaba importancia....era demasiado bueno. El último día que le vi era mi cumpleaños...cada vez que oigo algo de él me pongo muy triste, pero le recuerdo como el mejor tio que he tenido. Te quiero, Fernando, no te olvidaré jamás...