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Antón Castro

DE VUELTA DEL MAR

Vuelvo a mi otra casa, en las afueras de Garrapinillos. Yo, como Umbral, también me siento un ser de lejanías. No ha sido ésta mi mejor estancia en la tierra del origen: por única vez en muchos años no he visto a nadie. (Y además he tenido la sensación de que los míos, mi familia, se hallan en esa edad de la vulnerabilidad más absoluta). Y a los pocos que he visto ya no me reconocen. Galicia, y Arteixo en particular, es un lugar en la memoria, un mito de la adolescencia, un territorio literario al que incluso le he cambiado el nombre: Baladouro, que nada tiene que ver con Lugo, sino con los montes de Choca y Angra Oscura donde, cuando era niño e hijo de emigrante en Suiza, me decían que en sus minas o en los oteros había oro. De ahí lo de Valle de Oro, Baladouro, Val d’Ouro. El sábado, cuando ingresamos a mi padre Benito do Touciñeiro en el hospital Juan Canalejo por una úlcera de estómago (por cierto, volvió a recordar que había sido portero de fútbol sobre un pedregal en los remotos años 40), lo dejamos allí y nos fuimos con los niños a los mares del recuerdo: Caión, con su embarcadero, sus pequeños faros, convertido ahora en un puerto más deportivo que de aquellos navegantes entusiastas y rudos que aparecen en mis libros; Zorrizo, que también ha perdido aquel Portiño donde yo nadaba y donde avanzaba hacia el mar de barcazas por un suelo áspero alfombrado de piedras y cantos que parecían huevos prehistóricos; Barrañán, un increíble mar en calma con sus dos kilómetros de arena compacta y clara bajo un orballo insistente de perlas de ceniza. Es imposible no desovillar aquí el agua de las añoranzas: miro las playas y veo el niño que fui, el adolescente que leía a Bécquer y amaba los cuerpos estremecidos, estrictos de talle, aleteantes de sueños, de los primeros deseos con nombre y apellido; veo las noches ribereñas cuando yo era un paseante solitario y sin destino…

Galicia queda muy lejos de mí, casi tanto como yo de mí mismo. Esta vez he notado la humedad que me caló hasta los tuétanos. Regreso con ciática. Hacía mucho tiempo, muchos años, que no iba a Galicia en otra estación que no fuese la del verano. Creo que este año no podremos ir, así que hemos hecho un viaje urgente –fuimos por el viento, volvimos por el aire- en el que he vuelto a sentir la oscura llamada de los bosques. O como decía, creo que era Pimentel, Rosalía te llama. Rosalía, y mi madre Carme de Castro, siempre llama.

3 comentarios

Anónimo -

Asi e todo xa fai falla ter mal gusto pra atopar fermosa a sua dona

Amiguiño -

Xa sinto terme perdido esa nova colleita de kiwi, e sinto sobre todo que non estivese aberta a nosa libraría favorita e non distinguirte pola praia de San Amaro, entre gaivotas. Temos que arranxar unha coa pantasma errante de Dolores, tal como dicía unha carta en "La Opinión". Por certo, qué gran despliegue lle adicaron a casa de Paco Vázquez. Dalle unha aperta a túa fermosa e enmeigadora dona e tamén a aquella dona branca que axuda ós nenos que esnaquizan os botixos polas rúas de Santiago.

Luis Dona-alba -

Benquerido Antón:
Abandono mi papel de "moucho" para decirte que siento mucho lo de tu padre. Espero que haya mejorado.Yo he estado aquí, o allí, depende desde donde lo mires.Es cierto,ha llovido como sólo sabe llover en Galicia. Sólo aquí, cuando llueve, se te humedece hasta el alma.Y a ti esta vez te ha pasado eso.Te has perdido, de momento, la nueva cosecha de licor de Kiwi, ahora mejorado especialmente para auténticos "peitos de lobo"y una queimada con esconxuro que te sigo debiendo.Lo del licor creo que te lo voy a solucionar en breve.
Lo de la queimada cuando tu quieras. Un abrazo y ánimo