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Antón Castro

ELEGÍA POR JESÚS MONCADA

ELEGÍA POR JESÚS MONCADA Uno siempre quiere ser otro. Lo que no es. Lo que nunca se atreverá a ser. Hubo una época de mi vida que mi escritor favorito o modelo era García Márquez; luego Rafael Dieste, tan discreto, tan inadvertido en los manuales de la literatura; más tarde Borges, del cual me aprendí los finales de cuentos como “Emma Zunz” o “El sur”, que fueron mis favoritos, casi como lo fue “La intrusa”. En otro tiempo, quise ser Miguel Torga, todo lo que él tocaba me emocionaba: “Cuentos de la montaña”, “Piedras labradas”, sus diarios, su novela de novelas “La creación del mundo”. Y en ésas, no sé bien cómo, apareció Jesús Moncada. Alguien, hacia 1988, me dijo que había un escritor en Barcelona, de Mequinenza, que acababa de publicar un libro formidable: “Camí de sirga”.

Por aquellos días, una de las mejores amigas de Carmen, la madre de mis hijos, Maite Sanjuán, médico y mequinenzana, hablaba maravillas de Jesús Moncada y de ese libro, que apareció casi de inmediato en castellano. Lo leí atropelladamente, casi con estupor; lo releí para entrevistar a Jesús Moncada por teléfono y recuerdo que le dediqué mi primera página. Completa. En “El día de Aragón”. Eran aquellos tiempos en que Mariano Gistaín aparecía a mediatarde con un cuaderno lleno de dibujos y de unas notas, grandes y redondas, que a lo mejor había escrito en un taxi. Y que Roberto Miranda pugnaba con los teletipos y los trascendía con un titular primoroso, pura síntesis: “La muerte entró por la ventana”, por ejemplo. Y que ya tenía por excelentes y sabios amigos a Félix Romeo, que resultaba abrumador en su extremada juventud de hombre de negro que había tocado la guitarra; a Ramón Acín, que siempre nos acercó a Jesús; a Pepe Melero, al que conocí en “El ángel azul” con un precioso libro en la mano, una “Historia de Aragón”, que le había regalado a su hija recién nacida, Iguácel; a Luis Alegre, que ya era un devocionario de secretos de cine. Más tarde, también se sumarían a está nómina; Chusé Raúl Usón, traductor de sus tres libros de cuentos para su editorial Xordica; Chusé Aragüés, que tradujo "Camí de sirga" al aragonés, edición que no poseeo (no recuerdo con exactitud su aparición) y no sé por qué, Xavier Rodríguez Baixeras, traductor de la edición gallega de Xerais que me envió el propio Moncada, Héctor Moret, Mario Sasot...

Jesús Moncada se me quedó muy dentro. No sólo por lo que escribía y por lo que me había dicho, sino por lo que yo imaginaba que él había visto de niño, cuando descubría a Verne, Dumas y Homero y a la vez oía las historias de pintores extraordinarios, de cabareteras, de mineros, de navegantes y patrones, de taberneros increíbles, de mujeres burguesas cuya belleza nostálgica –y pienso en Carlota- podría encerrarse en una cornucopia ideal. Por aquellos días se fallaba el Planeta, no recuerdo ahora si hablo de 1988 ó 1989, y me fui a Barcelona. Llamé a Moncada, llevé una cámara de fotos y le cité en el hotel Princesa Sofía. Quizá estuviéramos en la planta catorce. Hablamos por espacio de dos o tres horas; debo decir que para entonces Jesús ya había tenido un detalle precioso: me había enviado sus libros en catalán con sus famosos cocodrilos que exclamaban sobre el agua del Ebro: “¡Antón, marinero sereno en Aragón!”. Aquella conversación la grabé, y salió luego en uno de mis libros favoritos, de los míos, quiero decir, sobre escritores: “Veneno en la boca. Conversaciones con 18 escritores” (Xordica, 1984). Querría algún día no remoto publicar la segunda parte.

Desde entonces, la relación fue constante. Lo llamaba una vez al mes y él me tenía al corriente. Jamás quería colaborar en suplementos, no quería que nada le molestase su vocación de escritor paciente y feliz, de buscador de historias y vocablos precisos. Y prefería no contestar a cosas que desvelasen un misterio a medias: “¿Era Torrelloba Zaragoza o no?”. Lo era, desde luego, incluso en su precisa topografía, en el dibujo de su propia biografía, en los comercios y en las calles, pero en un periódico catalán, quizá “La Vanguardia”, leí esta declaración suya: “Torrelloba no es Zaragoza”.

Nos veíamos en algunos café de Barcelona, me llevaba a las librerías, elogiaba “La Ilíada” de Carles Riba, creo recordar, y me mostraba sus traducciones de Boris Vian, de Roger Martin du Gard, de Dumas. Le encantaba traducir libros de historias galantes, de sexo. Era pícaro, ingenioso, poseía un gran sentido del humor en su literatura, era vitalista y había aprendido de la vida en la calle, en la mejor ágora que eran los miradores inclinados sobre el río. Le gustaba bromear con sus seudónimos de traductor: Cornelius Pi, Maximus Mínimo, tenía una lista que superaba la docena. Solía decir: “La traducción es muy útil para mi literatura. Yo soy un investigador constante del lenguaje, y así adquiero vocabulario, matices, hago una sigilosa creación de lenguaje”. Después de “La galeria de las estàtues”(1992), salió “Estremida memoria” (1997), una novela que había reescrito en varias ocasiones, seguramente hasta diez, y que narraba –desde el punto de vista del notario, creo recordar- un caso de bandolerismo y delincuencia que agitó a Caspe y Mequinenza. En el 1999, apareció “Calaveres atónites”. Aquellos libros en conjunto eran de un poder increíble. Todos los caminos conducían a la fastuosa leyenda de Mequinenza, patria de la creación y de la memoria y del sueño. Los cuentos son un género autosuficiente y de madurez, piezas que él desarrolla con humor e ironía, con una gran capacidad para captar pequeños detalles y trascenderlos, piezas que son como bocetos de ese gran tapiz que es Mequinenza y que tiene momentos o retales increíbles como “Camí de sirga”.

Casi siempre me llegaban sus libros. Dedicados, con dibujos y con sus fajas que hablaban de ediciones constantes: la tercera, la cuarta, la octava. Igual que a otros amigos que ya he citado. Y luego lo llamabas para oír la perra al fondo, para saber que lo acababan de visitar los miembros de la Academia Sueca o que se había creado una falsa polémica de lo urbano y lo rural con Quim Monzó, que a él tanto le divertía. Y te decía también que su madre y su hermana eran sus primeras lectoras. O te decía, al quedar en un café, que allí había desaparecido durante un tiempo el dramaturgo y soberbio pintor Santiago Rusiñol. Había salido por tabaco y se había extraviado por espacio de 30 años. O te decía que lo acaban de traducir al coreano.

Volví a entrevistarlo por extenso para “El Periódico de Aragón”, en aquella sección dominical que se tituló “En Primer Plano”. Volví a hacerle muchas fotos: en el barrio gótico, en la plaza de Cataluña, ante el café donde había comido y conversado con los suecos que lo preferían, sin duda, a Baltasar Porcel. Volví a entrevistarlo, ahora para “Heraldo de Aragón”, en varias ocasiones y en vísperas del pasado 16 de diciembre de 2004. Ya estaba herido de muerte. La voz se le apagaba, parecía emerger desde el otro lado del hilo desde ultratumba. Recuerdo que me dijo: “No te asustes. Sigue hablando. Pregunta. Volveré a ponerme bueno. Lo he pasado mal, muy mal, he perdido el pelo y mi barba blanca, pero no mi alegría ni mis ganas de seguir escribiendo”.

Volvimos a hablar cuando “Camí de sirga” fue elegido como la mejor novela publicada por un aragonés en los últimos 30 añosen “Artes & Letras”, con Pepe Melero de correo entrevisto. Y ayer, volviendo de Cantavieja con la profesora de Alcañiz Rosa Blanco, hablamos largo y tendido de su obra, de él, de los viajes que había hecho hacia Calanda con Rosa en su coche. Se había desatado la tormenta, se había encapotado el cielo, y hacia las 4.10 sonó el móvil de mi amiga, una estupenda mujer, profesora de literatura, que acaba de adoptar una niña ucraniana, María Cristina, de siete años. Era Ramón Acín que anunciaba lo irremediable. Jesús Moncada, el escritor al que tanto admiré, y admiro el maestro riguroso, el monje sensual, el fabulador incomparable y divertido, el señor del mito universal de Mequinenza, había fallecido a las tres de la mañana. Con el corazón en vilo, con el dolor instalado en el costado y en la sangre, con la mala conciencia de no haber ido a verlo el pasado abril a Teruel cuando recibió el Premio de las Letras Aragonesas 2004, seguimos recordándolo, seguimos queriéndolo y evocándolo como he intentado hacer ahora cuando ha caído la noche y cuando mi perra Noa ha dejado de ladrar.

Descansa, vuela, reposa, querido Jesús, prosista moderno y amigo de tantos amigos, de tantos escritores, y sabe que la inmortalidad es tu divisa, tu testamento. Contigo, la literatura obra el maravilloso milagro de abarcarnos y hacernos navegantes y taberneros y criaturas de la Mequinenza de ficción que has inventado para siempre. Que no te asuste entrar de puntillas en la eternidad…

NOTA. Por ahora diez amigos habéis entrado en el blog. Diez que habéis dejado nota, quiero decir. Os agradezco a todos vuestro interés y vuestra visita, vuestro cariño hacia Jesús Moncada, que era el paseante imprescindible del Paseo de Gràcia, el habitante de cualquier ciudad real y de cualquier territorio de ficción. Os expreso aquí mi gratitud porque el sistema no me deja responderos. Gracias.

18 comentarios

Júlia -

Estoy leyendo \\\"la galeria de les estàtues\\\" y he sentido curiosidad por Torrelloba, así que he ido consultando el google hasta dar con este blog.
Yo también creo, con mis limitados conocimientos, que debe ser Zaragoza.
He descubierto las obras de Jesús Moncada tarde. Empecé por \\\"Camí de sirga\\\" únicamente atraída por el título (mi familia es oriunda del delta) y no es habitual la utilización de la palabra \\\"sirga\\\" en catalán y en su sentido real -excepto que seas del entorno del Ebro y ya estés entrado en años-
A partir de ahí, he ido leyendo casi toda la producción de Jesús Moncada.
La riqueza de su vocabulario es impresionante, pero lo más acertado es su manera de construir, aderezada en muchos momentos con una ironía apabullante.
Realmente siento la pérdida como escritor de Jesús Moncada, aunque nadie nos podrá escamotear sus obras.
Hace pocos días recibí un correo de un viejo amigo (¡60!) en el que me decía:
\\\"Per cert, estic gaudint de la lectura del llibre que em vas regalar,
realment és un regal literari\\\"
El libro es \\\"Camí de sirga\\\" y ya no estoy tan segura de haber encontrado a Jesús demasido tarde.

Pascual -

He quedado impresionado de la belleza de Camí de Sirga

A Chorche y Roberto, y a todos. -

Mil gracias por vuestra visita y por vuestro afecto. Moncada se habría emocionado al saber cuánta gente lo admiraba, cuánta gente lo quería, cuánta gente leía sus libros. Tenía una secreta vocación de monje pagano, de amanuense de la perfección y a veces creía que estaba aislado del mundo. Un gran abrazo. AC.

Roberto Serrano Lacarra -

La pérdida de Jesús Moncada refuerza nuestra quimera ahora que no está; ¿no está? No está como antes pero en algún sitio queda. Algunos rincones de Mequinenza, me dicen, se llenan de macetas; algunos bancos de los parquecillos de Gràcia repiten tus soliloquios y, parece ser que, hasta en Torrelloba (madrastra de apátridas obligados) hay quien ha empezado a releerte y se reconoce. Quienes no tuvimos la suerte de intercambiar más allá de unas pocas palabras, te conocimos por tus paisajes reales y creados, por personajes y personajillos, por estatuas de sal... y por todo lo que inventas. Nos queda, pues, tu quimera.
Y otra cosa... la elegía de Antón es preciosa.

Chorche -

Esta es mi crónica para EFE.

http://www.efe.es/includesasp/noticias.asp?opcion=20&id=8235104

UN saludo. Ya me ha dicho Félix que tenías que cerrar el suplemento y no podías venir.

antecillas -

Lo bueno de la vida es la mirada. En New York los rascacielos, esos edificos tan altos e imponentes, ofrecen visiones distintas por la mañana, al atardecer, sobre todo al atardecer...

Chorche -

QUe bonito, Antón, que bonito.
ps. Casualidades de la vida, EFE me manda a cubrir su funeral.

picasarna -

Bien bonico, Antón. Moncada puede estar orgulloso de tener tan buenos amigos como tú.

xavier pons guillamon -

Felicitarle por el recordatorio de Jesús Moncada, su partida nos ha dejado sin palabras. Sus històrias universales desde historias tan locales enmarcadas en su Mequinensa natal. Aún no somos conscientes del gran trabajo que ha realizado para su idioma de trabajo, el catalán, esas palabras que una sociedad globalizada y urbanizada ha ido arrinconando como si fuera un mundo que está desapareciendo, cuando si rascas un poco ves o delgado que es este mundo en que estamos viviendo, y pronto aparecen esos mundos que perviven pero como invisibles.
Creo que el mejor homenaje a Jesús Moncada sería que su idioma, el catalán de Aragón fuera oficial en su País, que por otra parte tantos autores está dando a la lengua de Verdaguer.
Fins a sempre,et tindrem present en el teu Camí de Sirga; gràcies.

José María Ariño -

Me ha encantado tu elegía a Jesús Moncada. Precisamente lo recordé el pasado sábado en la Feria del Libro de Zaragoza, en la carpa instalada en la Plaza Santa Engracia. Mi hijo, de 10 años, me preguntó quién era aquel señor. Le hablé de Mequinenza y del Ebro y de los pantanos. Y prometí releerme "Cami de sirga" en catalán.

Antonio -

¡Hasta siempre!

Neus -

Tu elegía es preciosa, Antón, y refleja muy bien la impresión increíble que ha causado Jesús en todos los que lo conocimos. Sus vecinos del barrio de Gràcia de Barcelona, donde vivía desde hace años, recordaremos, cada vez que pasemos por delante de su casa, su imagen campechana y amable, su conversación a la vez cálida, profunda y alegre, sus paseos con su perra, sus salidas con su madre...

Es difícil pensar que no lo veremos más paseando por aquí, y muy duro de asumir. Pero es cierto, nos queda su espléndida obra.

Yo, digan lo que digan los críticos, de todo lo que ha escrito, me quedo con "Estremida memòria", una novela que hay que leer más de una vez para captarla en toda su profundidad, pero que luego te persigue con sus personajes y su atmósfera.

Siguis on siguis, un petó, Jesús.

supermaña -

hoy todos somos mequinenzanos

mrc -

La muerte de Jesús Moncada ma ha impactado especialmente. No sólo por ser un gran escritor (en mi opinión, era el mejor escritor en catalán vivo), sinó también por tratarse de una persona excelente. Nos deja sin haber podido terminar su última novela. Por suerte, todas sus obras admiten infinidad de relecturas, como toda gran literatura.

Descansa en pau, Jesús.

MEQUINENZANO -

¡VIVA JESUS MONCADA!

ana a. -

He conocido tarde la obra de Moncada. Justo estoy leyendo ahora CALAVERAS ATÓNITAS, y me está pareciendo lo mejor que he leído en tiempos.
Preciosa elegía, Antón.

Cide -

Qué bello artículo, Antón

enric pastor -

Acabo de enterarme en VIlaweb de la muerte de Jesús Moncada.
Tan sólo he leido de él "Camí de sirga" en catalán (soy valenciano) y quedé prendado de la capacidad de creación del mundo (es decir de un mundo) que sentí en ese libro. La pereza y la mala promoción-distribución de libros en catalán por estas tierras valencianas ha hecho que no haya leído ahora ningún otro suyo, pero, desde ahora y gracias a la información de tu web, prometo leerlos. Es una promesa que no me costará nada cumplir, es más, seguro que será un placer hacerlo.
Descansi en pau