ELEGÍA POR JESÚS MONCADA
Uno siempre quiere ser otro. Lo que no es. Lo que nunca se atreverá a ser. Hubo una época de mi vida que mi escritor favorito o modelo era García Márquez; luego Rafael Dieste, tan discreto, tan inadvertido en los manuales de la literatura; más tarde Borges, del cual me aprendí los finales de cuentos como Emma Zunz o El sur, que fueron mis favoritos, casi como lo fue La intrusa. En otro tiempo, quise ser Miguel Torga, todo lo que él tocaba me emocionaba: Cuentos de la montaña, Piedras labradas, sus diarios, su novela de novelas La creación del mundo. Y en ésas, no sé bien cómo, apareció Jesús Moncada. Alguien, hacia 1988, me dijo que había un escritor en Barcelona, de Mequinenza, que acababa de publicar un libro formidable: Camí de sirga.
Por aquellos días, una de las mejores amigas de Carmen, la madre de mis hijos, Maite Sanjuán, médico y mequinenzana, hablaba maravillas de Jesús Moncada y de ese libro, que apareció casi de inmediato en castellano. Lo leí atropelladamente, casi con estupor; lo releí para entrevistar a Jesús Moncada por teléfono y recuerdo que le dediqué mi primera página. Completa. En El día de Aragón. Eran aquellos tiempos en que Mariano Gistaín aparecía a mediatarde con un cuaderno lleno de dibujos y de unas notas, grandes y redondas, que a lo mejor había escrito en un taxi. Y que Roberto Miranda pugnaba con los teletipos y los trascendía con un titular primoroso, pura síntesis: La muerte entró por la ventana, por ejemplo. Y que ya tenía por excelentes y sabios amigos a Félix Romeo, que resultaba abrumador en su extremada juventud de hombre de negro que había tocado la guitarra; a Ramón Acín, que siempre nos acercó a Jesús; a Pepe Melero, al que conocí en El ángel azul con un precioso libro en la mano, una Historia de Aragón, que le había regalado a su hija recién nacida, Iguácel; a Luis Alegre, que ya era un devocionario de secretos de cine. Más tarde, también se sumarían a está nómina; Chusé Raúl Usón, traductor de sus tres libros de cuentos para su editorial Xordica; Chusé Aragüés, que tradujo "Camí de sirga" al aragonés, edición que no poseeo (no recuerdo con exactitud su aparición) y no sé por qué, Xavier Rodríguez Baixeras, traductor de la edición gallega de Xerais que me envió el propio Moncada, Héctor Moret, Mario Sasot...
Jesús Moncada se me quedó muy dentro. No sólo por lo que escribía y por lo que me había dicho, sino por lo que yo imaginaba que él había visto de niño, cuando descubría a Verne, Dumas y Homero y a la vez oía las historias de pintores extraordinarios, de cabareteras, de mineros, de navegantes y patrones, de taberneros increíbles, de mujeres burguesas cuya belleza nostálgica y pienso en Carlota- podría encerrarse en una cornucopia ideal. Por aquellos días se fallaba el Planeta, no recuerdo ahora si hablo de 1988 ó 1989, y me fui a Barcelona. Llamé a Moncada, llevé una cámara de fotos y le cité en el hotel Princesa Sofía. Quizá estuviéramos en la planta catorce. Hablamos por espacio de dos o tres horas; debo decir que para entonces Jesús ya había tenido un detalle precioso: me había enviado sus libros en catalán con sus famosos cocodrilos que exclamaban sobre el agua del Ebro: ¡Antón, marinero sereno en Aragón!. Aquella conversación la grabé, y salió luego en uno de mis libros favoritos, de los míos, quiero decir, sobre escritores: Veneno en la boca. Conversaciones con 18 escritores (Xordica, 1984). Querría algún día no remoto publicar la segunda parte.
Desde entonces, la relación fue constante. Lo llamaba una vez al mes y él me tenía al corriente. Jamás quería colaborar en suplementos, no quería que nada le molestase su vocación de escritor paciente y feliz, de buscador de historias y vocablos precisos. Y prefería no contestar a cosas que desvelasen un misterio a medias: ¿Era Torrelloba Zaragoza o no?. Lo era, desde luego, incluso en su precisa topografía, en el dibujo de su propia biografía, en los comercios y en las calles, pero en un periódico catalán, quizá La Vanguardia, leí esta declaración suya: Torrelloba no es Zaragoza.
Nos veíamos en algunos café de Barcelona, me llevaba a las librerías, elogiaba La Ilíada de Carles Riba, creo recordar, y me mostraba sus traducciones de Boris Vian, de Roger Martin du Gard, de Dumas. Le encantaba traducir libros de historias galantes, de sexo. Era pícaro, ingenioso, poseía un gran sentido del humor en su literatura, era vitalista y había aprendido de la vida en la calle, en la mejor ágora que eran los miradores inclinados sobre el río. Le gustaba bromear con sus seudónimos de traductor: Cornelius Pi, Maximus Mínimo, tenía una lista que superaba la docena. Solía decir: La traducción es muy útil para mi literatura. Yo soy un investigador constante del lenguaje, y así adquiero vocabulario, matices, hago una sigilosa creación de lenguaje. Después de La galeria de las estàtues(1992), salió Estremida memoria (1997), una novela que había reescrito en varias ocasiones, seguramente hasta diez, y que narraba desde el punto de vista del notario, creo recordar- un caso de bandolerismo y delincuencia que agitó a Caspe y Mequinenza. En el 1999, apareció Calaveres atónites. Aquellos libros en conjunto eran de un poder increíble. Todos los caminos conducían a la fastuosa leyenda de Mequinenza, patria de la creación y de la memoria y del sueño. Los cuentos son un género autosuficiente y de madurez, piezas que él desarrolla con humor e ironía, con una gran capacidad para captar pequeños detalles y trascenderlos, piezas que son como bocetos de ese gran tapiz que es Mequinenza y que tiene momentos o retales increíbles como Camí de sirga.
Casi siempre me llegaban sus libros. Dedicados, con dibujos y con sus fajas que hablaban de ediciones constantes: la tercera, la cuarta, la octava. Igual que a otros amigos que ya he citado. Y luego lo llamabas para oír la perra al fondo, para saber que lo acababan de visitar los miembros de la Academia Sueca o que se había creado una falsa polémica de lo urbano y lo rural con Quim Monzó, que a él tanto le divertía. Y te decía también que su madre y su hermana eran sus primeras lectoras. O te decía, al quedar en un café, que allí había desaparecido durante un tiempo el dramaturgo y soberbio pintor Santiago Rusiñol. Había salido por tabaco y se había extraviado por espacio de 30 años. O te decía que lo acaban de traducir al coreano.
Volví a entrevistarlo por extenso para El Periódico de Aragón, en aquella sección dominical que se tituló En Primer Plano. Volví a hacerle muchas fotos: en el barrio gótico, en la plaza de Cataluña, ante el café donde había comido y conversado con los suecos que lo preferían, sin duda, a Baltasar Porcel. Volví a entrevistarlo, ahora para Heraldo de Aragón, en varias ocasiones y en vísperas del pasado 16 de diciembre de 2004. Ya estaba herido de muerte. La voz se le apagaba, parecía emerger desde el otro lado del hilo desde ultratumba. Recuerdo que me dijo: No te asustes. Sigue hablando. Pregunta. Volveré a ponerme bueno. Lo he pasado mal, muy mal, he perdido el pelo y mi barba blanca, pero no mi alegría ni mis ganas de seguir escribiendo.
Volvimos a hablar cuando Camí de sirga fue elegido como la mejor novela publicada por un aragonés en los últimos 30 añosen Artes & Letras, con Pepe Melero de correo entrevisto. Y ayer, volviendo de Cantavieja con la profesora de Alcañiz Rosa Blanco, hablamos largo y tendido de su obra, de él, de los viajes que había hecho hacia Calanda con Rosa en su coche. Se había desatado la tormenta, se había encapotado el cielo, y hacia las 4.10 sonó el móvil de mi amiga, una estupenda mujer, profesora de literatura, que acaba de adoptar una niña ucraniana, María Cristina, de siete años. Era Ramón Acín que anunciaba lo irremediable. Jesús Moncada, el escritor al que tanto admiré, y admiro el maestro riguroso, el monje sensual, el fabulador incomparable y divertido, el señor del mito universal de Mequinenza, había fallecido a las tres de la mañana. Con el corazón en vilo, con el dolor instalado en el costado y en la sangre, con la mala conciencia de no haber ido a verlo el pasado abril a Teruel cuando recibió el Premio de las Letras Aragonesas 2004, seguimos recordándolo, seguimos queriéndolo y evocándolo como he intentado hacer ahora cuando ha caído la noche y cuando mi perra Noa ha dejado de ladrar.
Descansa, vuela, reposa, querido Jesús, prosista moderno y amigo de tantos amigos, de tantos escritores, y sabe que la inmortalidad es tu divisa, tu testamento. Contigo, la literatura obra el maravilloso milagro de abarcarnos y hacernos navegantes y taberneros y criaturas de la Mequinenza de ficción que has inventado para siempre. Que no te asuste entrar de puntillas en la eternidad
NOTA. Por ahora diez amigos habéis entrado en el blog. Diez que habéis dejado nota, quiero decir. Os agradezco a todos vuestro interés y vuestra visita, vuestro cariño hacia Jesús Moncada, que era el paseante imprescindible del Paseo de Gràcia, el habitante de cualquier ciudad real y de cualquier territorio de ficción. Os expreso aquí mi gratitud porque el sistema no me deja responderos. Gracias.
Por aquellos días, una de las mejores amigas de Carmen, la madre de mis hijos, Maite Sanjuán, médico y mequinenzana, hablaba maravillas de Jesús Moncada y de ese libro, que apareció casi de inmediato en castellano. Lo leí atropelladamente, casi con estupor; lo releí para entrevistar a Jesús Moncada por teléfono y recuerdo que le dediqué mi primera página. Completa. En El día de Aragón. Eran aquellos tiempos en que Mariano Gistaín aparecía a mediatarde con un cuaderno lleno de dibujos y de unas notas, grandes y redondas, que a lo mejor había escrito en un taxi. Y que Roberto Miranda pugnaba con los teletipos y los trascendía con un titular primoroso, pura síntesis: La muerte entró por la ventana, por ejemplo. Y que ya tenía por excelentes y sabios amigos a Félix Romeo, que resultaba abrumador en su extremada juventud de hombre de negro que había tocado la guitarra; a Ramón Acín, que siempre nos acercó a Jesús; a Pepe Melero, al que conocí en El ángel azul con un precioso libro en la mano, una Historia de Aragón, que le había regalado a su hija recién nacida, Iguácel; a Luis Alegre, que ya era un devocionario de secretos de cine. Más tarde, también se sumarían a está nómina; Chusé Raúl Usón, traductor de sus tres libros de cuentos para su editorial Xordica; Chusé Aragüés, que tradujo "Camí de sirga" al aragonés, edición que no poseeo (no recuerdo con exactitud su aparición) y no sé por qué, Xavier Rodríguez Baixeras, traductor de la edición gallega de Xerais que me envió el propio Moncada, Héctor Moret, Mario Sasot...
Jesús Moncada se me quedó muy dentro. No sólo por lo que escribía y por lo que me había dicho, sino por lo que yo imaginaba que él había visto de niño, cuando descubría a Verne, Dumas y Homero y a la vez oía las historias de pintores extraordinarios, de cabareteras, de mineros, de navegantes y patrones, de taberneros increíbles, de mujeres burguesas cuya belleza nostálgica y pienso en Carlota- podría encerrarse en una cornucopia ideal. Por aquellos días se fallaba el Planeta, no recuerdo ahora si hablo de 1988 ó 1989, y me fui a Barcelona. Llamé a Moncada, llevé una cámara de fotos y le cité en el hotel Princesa Sofía. Quizá estuviéramos en la planta catorce. Hablamos por espacio de dos o tres horas; debo decir que para entonces Jesús ya había tenido un detalle precioso: me había enviado sus libros en catalán con sus famosos cocodrilos que exclamaban sobre el agua del Ebro: ¡Antón, marinero sereno en Aragón!. Aquella conversación la grabé, y salió luego en uno de mis libros favoritos, de los míos, quiero decir, sobre escritores: Veneno en la boca. Conversaciones con 18 escritores (Xordica, 1984). Querría algún día no remoto publicar la segunda parte.
Desde entonces, la relación fue constante. Lo llamaba una vez al mes y él me tenía al corriente. Jamás quería colaborar en suplementos, no quería que nada le molestase su vocación de escritor paciente y feliz, de buscador de historias y vocablos precisos. Y prefería no contestar a cosas que desvelasen un misterio a medias: ¿Era Torrelloba Zaragoza o no?. Lo era, desde luego, incluso en su precisa topografía, en el dibujo de su propia biografía, en los comercios y en las calles, pero en un periódico catalán, quizá La Vanguardia, leí esta declaración suya: Torrelloba no es Zaragoza.
Nos veíamos en algunos café de Barcelona, me llevaba a las librerías, elogiaba La Ilíada de Carles Riba, creo recordar, y me mostraba sus traducciones de Boris Vian, de Roger Martin du Gard, de Dumas. Le encantaba traducir libros de historias galantes, de sexo. Era pícaro, ingenioso, poseía un gran sentido del humor en su literatura, era vitalista y había aprendido de la vida en la calle, en la mejor ágora que eran los miradores inclinados sobre el río. Le gustaba bromear con sus seudónimos de traductor: Cornelius Pi, Maximus Mínimo, tenía una lista que superaba la docena. Solía decir: La traducción es muy útil para mi literatura. Yo soy un investigador constante del lenguaje, y así adquiero vocabulario, matices, hago una sigilosa creación de lenguaje. Después de La galeria de las estàtues(1992), salió Estremida memoria (1997), una novela que había reescrito en varias ocasiones, seguramente hasta diez, y que narraba desde el punto de vista del notario, creo recordar- un caso de bandolerismo y delincuencia que agitó a Caspe y Mequinenza. En el 1999, apareció Calaveres atónites. Aquellos libros en conjunto eran de un poder increíble. Todos los caminos conducían a la fastuosa leyenda de Mequinenza, patria de la creación y de la memoria y del sueño. Los cuentos son un género autosuficiente y de madurez, piezas que él desarrolla con humor e ironía, con una gran capacidad para captar pequeños detalles y trascenderlos, piezas que son como bocetos de ese gran tapiz que es Mequinenza y que tiene momentos o retales increíbles como Camí de sirga.
Casi siempre me llegaban sus libros. Dedicados, con dibujos y con sus fajas que hablaban de ediciones constantes: la tercera, la cuarta, la octava. Igual que a otros amigos que ya he citado. Y luego lo llamabas para oír la perra al fondo, para saber que lo acababan de visitar los miembros de la Academia Sueca o que se había creado una falsa polémica de lo urbano y lo rural con Quim Monzó, que a él tanto le divertía. Y te decía también que su madre y su hermana eran sus primeras lectoras. O te decía, al quedar en un café, que allí había desaparecido durante un tiempo el dramaturgo y soberbio pintor Santiago Rusiñol. Había salido por tabaco y se había extraviado por espacio de 30 años. O te decía que lo acaban de traducir al coreano.
Volví a entrevistarlo por extenso para El Periódico de Aragón, en aquella sección dominical que se tituló En Primer Plano. Volví a hacerle muchas fotos: en el barrio gótico, en la plaza de Cataluña, ante el café donde había comido y conversado con los suecos que lo preferían, sin duda, a Baltasar Porcel. Volví a entrevistarlo, ahora para Heraldo de Aragón, en varias ocasiones y en vísperas del pasado 16 de diciembre de 2004. Ya estaba herido de muerte. La voz se le apagaba, parecía emerger desde el otro lado del hilo desde ultratumba. Recuerdo que me dijo: No te asustes. Sigue hablando. Pregunta. Volveré a ponerme bueno. Lo he pasado mal, muy mal, he perdido el pelo y mi barba blanca, pero no mi alegría ni mis ganas de seguir escribiendo.
Volvimos a hablar cuando Camí de sirga fue elegido como la mejor novela publicada por un aragonés en los últimos 30 añosen Artes & Letras, con Pepe Melero de correo entrevisto. Y ayer, volviendo de Cantavieja con la profesora de Alcañiz Rosa Blanco, hablamos largo y tendido de su obra, de él, de los viajes que había hecho hacia Calanda con Rosa en su coche. Se había desatado la tormenta, se había encapotado el cielo, y hacia las 4.10 sonó el móvil de mi amiga, una estupenda mujer, profesora de literatura, que acaba de adoptar una niña ucraniana, María Cristina, de siete años. Era Ramón Acín que anunciaba lo irremediable. Jesús Moncada, el escritor al que tanto admiré, y admiro el maestro riguroso, el monje sensual, el fabulador incomparable y divertido, el señor del mito universal de Mequinenza, había fallecido a las tres de la mañana. Con el corazón en vilo, con el dolor instalado en el costado y en la sangre, con la mala conciencia de no haber ido a verlo el pasado abril a Teruel cuando recibió el Premio de las Letras Aragonesas 2004, seguimos recordándolo, seguimos queriéndolo y evocándolo como he intentado hacer ahora cuando ha caído la noche y cuando mi perra Noa ha dejado de ladrar.
Descansa, vuela, reposa, querido Jesús, prosista moderno y amigo de tantos amigos, de tantos escritores, y sabe que la inmortalidad es tu divisa, tu testamento. Contigo, la literatura obra el maravilloso milagro de abarcarnos y hacernos navegantes y taberneros y criaturas de la Mequinenza de ficción que has inventado para siempre. Que no te asuste entrar de puntillas en la eternidad
NOTA. Por ahora diez amigos habéis entrado en el blog. Diez que habéis dejado nota, quiero decir. Os agradezco a todos vuestro interés y vuestra visita, vuestro cariño hacia Jesús Moncada, que era el paseante imprescindible del Paseo de Gràcia, el habitante de cualquier ciudad real y de cualquier territorio de ficción. Os expreso aquí mi gratitud porque el sistema no me deja responderos. Gracias.
18 comentarios
Júlia -
Yo también creo, con mis limitados conocimientos, que debe ser Zaragoza.
He descubierto las obras de Jesús Moncada tarde. Empecé por \\\"Camí de sirga\\\" únicamente atraída por el título (mi familia es oriunda del delta) y no es habitual la utilización de la palabra \\\"sirga\\\" en catalán y en su sentido real -excepto que seas del entorno del Ebro y ya estés entrado en años-
A partir de ahí, he ido leyendo casi toda la producción de Jesús Moncada.
La riqueza de su vocabulario es impresionante, pero lo más acertado es su manera de construir, aderezada en muchos momentos con una ironía apabullante.
Realmente siento la pérdida como escritor de Jesús Moncada, aunque nadie nos podrá escamotear sus obras.
Hace pocos días recibí un correo de un viejo amigo (¡60!) en el que me decía:
\\\"Per cert, estic gaudint de la lectura del llibre que em vas regalar,
realment és un regal literari\\\"
El libro es \\\"Camí de sirga\\\" y ya no estoy tan segura de haber encontrado a Jesús demasido tarde.
Pascual -
A Chorche y Roberto, y a todos. -
Roberto Serrano Lacarra -
Y otra cosa... la elegía de Antón es preciosa.
Chorche -
http://www.efe.es/includesasp/noticias.asp?opcion=20&id=8235104
UN saludo. Ya me ha dicho Félix que tenías que cerrar el suplemento y no podías venir.
antecillas -
Chorche -
ps. Casualidades de la vida, EFE me manda a cubrir su funeral.
picasarna -
xavier pons guillamon -
Creo que el mejor homenaje a Jesús Moncada sería que su idioma, el catalán de Aragón fuera oficial en su País, que por otra parte tantos autores está dando a la lengua de Verdaguer.
Fins a sempre,et tindrem present en el teu Camí de Sirga; gràcies.
José María Ariño -
Antonio -
Neus -
Es difícil pensar que no lo veremos más paseando por aquí, y muy duro de asumir. Pero es cierto, nos queda su espléndida obra.
Yo, digan lo que digan los críticos, de todo lo que ha escrito, me quedo con "Estremida memòria", una novela que hay que leer más de una vez para captarla en toda su profundidad, pero que luego te persigue con sus personajes y su atmósfera.
Siguis on siguis, un petó, Jesús.
supermaña -
mrc -
Descansa en pau, Jesús.
MEQUINENZANO -
ana a. -
Preciosa elegía, Antón.
Cide -
enric pastor -
Tan sólo he leido de él "Camí de sirga" en catalán (soy valenciano) y quedé prendado de la capacidad de creación del mundo (es decir de un mundo) que sentí en ese libro. La pereza y la mala promoción-distribución de libros en catalán por estas tierras valencianas ha hecho que no haya leído ahora ningún otro suyo, pero, desde ahora y gracias a la información de tu web, prometo leerlos. Es una promesa que no me costará nada cumplir, es más, seguro que será un placer hacerlo.
Descansi en pau