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Antón Castro

UN GENIO ATORMENTADO EN SU SIGLO

UN GENIO ATORMENTADO EN SU SIGLO EL CINE DE LUIS BUÑUEL

Luis Buñuel cruzó el convulso siglo XX de extremo a extremo. Primero en vida, durante 83 años, desde su nacimiento en Calanda hasta su fallecimiento en México; luego, extinto ya, merced a su fama creciente y a su reconocimiento cada vez más unánime. Ha recordado Carlos Saura, deslumbrado brutalmente por “Las Hurdes. Tierra sin pan”, que no hace demasiado tiempo su obra era bastante desconocida en España y que ha tardado lo suyo en ser observada con la carga de genialidad y de pálpito constante que posee. Ahora, el realizador figura en cualquier mapa del cine y encabeza la lista de los mejores directores de todos los tiempos, al lado de John Ford, Howard Hawks, Alfred Hitchcock, Carl T. Dreyer, Billy Wilder y Orson Welles.

Parece que Buñuel ha estado siempre donde había que estar. En contacto con la atmósfera medieval, de espiritualidad postergada, de Calanda, en cuyos descampados halló imágenes y escenas que se perpetuarían en su retina y en sus tímpanos: los tambores, el redoble de campanas llamando a muerto, los carnuzos hallados en los muladares de las afueras, el escepticismo de los campesinos que se oponían a los pesticidas y eran capaces de abrazar una escopeta con terquedad aragonesa, las diligencias, la enfermiza devoción por la iglesia, algo que volvió a vivir de cerca en sus estudios de Bachillerato en los jesuitas de Zaragoza y que, con todas sus pesadillas, le llevó a ser “ateo gracias a Dios”. Una de las pesadillas inevitables era el sexo: “una curiosidad sexual permanente y un deseo permanente, obsesivo”. En su ciudad, además de descubrir la figura de la joven pianista Pilar Bayona, que debió ser uno de sus primeros amores platónicos, también descubrió la opereta, la magia del cine en la barraca de El Farrusini, y luego en el cine Doré, en el Ena Victoria y en el Cinematógrafo Coyne.

La Residencia de Estudiantes fue algo esencial en la historia de la cultura española. Sin ella no entenderíamos la Generación del 27 ni la pluralidad estética de aquel periodo mítico. Concentró rebeldías, genios en potencia, una vasta curiosidad creadora y una tradición vinculada con la libertad promovida por el Instituto Libre de Enseñanza y la Junta de Ampliación de Estudios, en la que coincidió con un puñado de jóvenes que iban a escribir con él la historia artística del siglo: Lorca, al que admiró profundamente, “la obra maestra era él”; Salvador Dalí, que fue su gran confidente y cómplice hasta la aparición de Gala; Pepín Bello, Sánchez Ventura y tantos otros que conformarían el paisaje ilustrado de la República.

Buñuel nunca tuvo clara su vocación, fue errático al principio: lo mismo estudiaba Ciencias Naturales y Entomología, una de sus pasiones fueron las monografías acerca de los insectos de Jean Fabre, que se sentía inclinado hacia las Matemáticas y la Historia, que se disfrazaba de sacerdote, que formaba parte de una orden secreta, que usaba el ostentoso nombre de “El Léon de Calanda” como boxeador justito de cólera o que escribía una carta insultante a Juan Ramón Jiménez a propósito de “Platero y yo”. Asumió desde muy pronto el surrealismo –estuvo por vez primera en París en 1925: entonces “me parecía extraordinario y hasta de mal gusto que un hombre y una mujer se besaran en la calle”– e inició su modesta carrera de escritor, a veces en solitario, a veces con Pepín Bello, como sucedió con la pieza de falso romanticismo “Hamlet”, redactada en 1927, a menudo con Salvador Dalí, con quien ideó su primera y escandalosa película “Un perro andaluz”. En París, junto a Jean Epstein, había aprendido montaje y las técnicas del armazón secreto de una película.

Aquel “llamamiento al crimen”, tan vinculado al cruel e imaginario universo de Sade (al cual había leído en un volumen que le había cedido Robert Desnos, el mismo que habían usado Marcel Proust y André Gide), fascinó a los surrealistas con André Breton a la cabeza, quien siempre le tendría una gran admiración, pero también conviene recordar a Man Ray, por ejemplo, que le hizo sus mejores retratos a lo largo de casi dos décadas. Allí estaban la virulencia de los sueños, algunas propuestas oníricas y torvas emparentadas también con Lautréamont, que era un icono subversivo de primer nivel. “La Edad de Oro”, financiada por los vizcondes de Noailles, expulsados a raíz de la cinta del paraíso de los aristócratas, fue otro espaldarazo, que le supuso una llamada de Hollywood y un ocioso contrato para observar, para aprender tan sólo.

La experiencia tampoco fue maravillosa, a pesar de que conoció a la gran colonia española (Tono, Edgar Neville, Conchita Montenegro, López Rubio, Eduardo Ugarte, codirector con Lorca de La Barraca y coguionista de “Ensayo de un crimen”, etc.) y a dos genios: Eisenstein y Charles Chaplin. Una de las anécdotas más sorprendentes le ocurrió durante el rodaje de “Inspiración” con Greta Garbo; hubo un momento en que se miraron y ella, incómoda e incomodada, lo expulsó del set. Luego le hizo un desplante al todopoderoso Irving Thalberg y al parecer insultó a la actriz francesa Lily Damita, futura esposa de Errol Flynn. A Hollywood habría de volver para seguir aprendiendo y para vivir todo tipo de estrecheces, casado ya con la exdeportista Jeanne Rucar.

En su búsqueda incesante, desembocó en el documental, fascinado por los estudios de Maurice Legendre, quien había viajado por las Hurdes durante veinte años. Con la ayuda del anarquista Ramón Acín (Buñuel vivía entre París, Madrid y Zaragoza y se encontraron aquí, a orillas del Ebro), que tuvo un golpe de suerte con la lotería, pudo rodar “Las Hurdes. Tierra sin pan”, una cinta de interpretación de la realidad y testimonio, puesta en escena y una intervención meditada del director y su equipo (compuesto, entre otros, por los operadores Eli Lotar y Pierre Unik), así como una muestra de compromiso político en toda la línea. La película no elude el surrealismo, es una prolongación inquietante a partir de hechos verídicos alarmantes de mortandad, miseria e incultura, aunque también establece paralelismos con la España que habían dibujado Valdés Leal, Goya en sus pinturas negras, Quevedo, Zurbarán, Gutiérrez Solana, Valle—Inclán y en algún momento su admirado Ramón Gómez de la Serna.

La etapa de Filmófono, en la inmediata posguerra, agigantó su experiencia artesanal y lo acercó a un cine popular de calidad, algo que en el fondo reaparece en la etapa mexicana, iniciada tras un doloroso periplo norteamericano a mediados de los años 40, que incluye la traición de Salvador Dalí y su distanciamiento para siempre. Durante años se creyó que esa era una etapa alimenticia, de películas irregulares que ayudaron a mejorar la cinematografía mexicana, pero el tiempo ha probado lo contrario: desde muy pronto, desde 1950 con “Los olvidados”, dirigió obras maestras en toda la dimensión de la palabra sin renunciar nunca a un mundo propio: la frustración del deseo (“los hombres de mi generación, españoles por añadidura, padecíamos una timidez ancestral con las mujeres y un deseo sexual que tal vez fuera el más fuerte del mundo”, escribió en “Mi último suspiro”), la muerte, el juego de la apariencia y la realidad, la fe, el fetichismo y el sexo.

“Los olvidados” era un documental y una película de ficción que deslumbró a Octavio Paz, Julio Cortázar y Breton. Le siguieron otras no menos memorables como “Ensayo de un crimen” o “El ángel exterminador”, y las nacidas de su colaboración (también trabajó con Luis Alcoriza, Max Aub y Juan Larrea, entre otros) con el oscense Julio Alejandro de Castro, un explorador del universo de la mujer: “Nazarín”, “Simón del desierto”, “Abismos de pasión”, “Viridiana” y “Tristana”; estos dos filmes supusieron su retorno a España y la recuperación de la patria interrumpida. “El reencuentro con España fue conmovedor. Soy muy sentimental, vivo mucho de los recuerdos. Reencontré tantas imágenes personales, de la infancia, la adolescencia, la juventud, que fue como cuando volví a París después de la Segunda Guerra. Paseaba solo por las calles, con lágrimas en los ojos”, dijo Buñuel.

En México inició también su colaboración con Jean—Claude Carrière, a quien le dictaría “Mi último suspiro”. Con él de guionista realizó varias películas, ahora de un surrealismo más sofisticado e intelectual que dio magníficos frutos como “La Vía Láctea” y “El discreto encanto de la burguesía”, galardonada con el Óscar a la mejor película extranjera en 1972. El trabajo con Carrière le llevó a Francia y a rodar en francés con actrices de la calidad de Catherine Deneuve (con quien mantuvo una relación de odio y afecto muy propio de alguien que detestaba a las estrellas) y Jeanne Moreau, antes lo había hecho con Simone Signoret en “La muerte en ese jardín”.

Luis Buñuel nos ha legado un poderoso cine de imágenes y delirios, de sombras y obsesiones (la pierna cortada, los crucifijos, el fetichismo sexual, la locura de los celos, la mujer casi siempre gélida y malvada, entre virgen y puta), muy coherente siempre, divertido e irónico, narrativo y paradójico; un cine culto, bordado de referencias y de inmensa cultura que nunca nos deja indiferentes y nos enfrenta al horror, a la poesía y al misterio en toda su arrolladora complejidad.

3 comentarios

Tausiet -

Buñuel condensado, magnífico, Antón.
Respecto a lo que apunta Almalé, os invito a "Buñuel nonato":
http://seronoser.free.fr/bunuel/

Almalé -

Siempre he imaginado como habria sido "Johnny Got His Gun" (Johnny cogió su fusil) rodada por Buñuel. El guión cinematográfico lo escribieron Trumbo y Buñuel, aunque al final la dirigio el propio autor de la novela.

Y creo recordar que tambien Buñuel escribio un guión de la novela de Juan Rulfo "Pedro Páramo".

en fin...

Cide -

¿por qué será que nunca nos cansamos de hablar de gente como Buñuel?

Hoy he visto un reportaje en la tele sobre Maradona, que contaba toda su historia desde que empezó en los juveniles de Argentinos Juniors. Me preguntaba cómo podía engancharme un documental sobre una vida que casi me sé ya de memoria. Lo mismo me ocurre con gente como Gracián, Cervantes, Buñuel,...

Supongo que los genios tienen eso, que su vida y su obra te sorprende aunque la hayas oído contar mil veces.

¡Qué grande es Buñuel! Gracias por el artículo.