LA APARECIDA DE ALBARRACÍN
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En ella, en sus sótanos si los hubo o en su interior tenebroso, debió consumirse una especie de princesa aragonesa que iba camino del destierro y se detuvo en la villa. Allí se enamoró locamente de un noble o de un príncipe; éste la amaba con fervor (algún escritor le ha puesto nombre incluso: Razin), pero su padre no aceptaba a la muchacha, hasta tal punto que la confinó en el edificio, y allí se desesperó, enfermó y murió. Convertida en espectro o en poética sombra blanca, podía huir por un vano y alcanzar la amena ribera del río en el plenilunio de agosto. Allí, si se está atento y se cree en el más allá, es posible presentirla, quizá verla. Ahora, con la Torre de doña Blanca rehabilitada, que se alza como una sombra sobre el cementerio, sólo hay que encaramarse en los miradores y observar. Lo esencial es invisible a los ojos.
1 comentario
ana a. -
Gracias por Albarracín, Antón.