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Antón Castro

JULIO ALEJANDRO DE CASTRO CARDÚS /1

JULIO ALEJANDRO DE CASTRO CARDÚS  /1 UNA PAELLA PARA DOS: LUIS BUÑUEL Y JULIO ALEJANDRO (I. Notas para un centenario)

--¿Conociste a Rita Macedo?
--No, claro que no.
--Era una de las actrices favoritas de Luis Buñuel.
--Bueno, eso sí que lo sabía.
--Acaba de morirse. Me gustaría dedicarle un artículo, pero ahora, ante el mar, sólo tengo fuerzas para escribir poemas a mano. Era una mujer verdaderamente impresionante. ¿Sabes cómo consiguió el papel en Nazarín?
--No, Julio.
--Verás. Se enteró de que Luis Buñuel estaba preparando la película, basada en la novela de Galdós. Se disfrazó de manera maravillosa, con greñas, las ropas desarrapadas y un rostro que parecía un adefesio. Se plantó en su casa y le dijo que sabía que preparaba la película. Se arrodilló ante él, o al menos le suplicó, y le pidió el papel. Buñuel, verdaderamente conmovido, no se pudo negar. Y así fue como encarnó a Andara, la prostituta que se refugia en el cuarto de Nazarín tras una pelea sangrienta.

A Julio Alejandro de Castro (Huesca, 1906-Denia, Alicante, 1995) le encantaba relatar historias del mar, de rastros y chamarileros, y sobre todo de mujeres. María Félix, Jeanne Moreau, que se enamoró de él como Margarita Lozano, Mayrata O’Wisiedo, aquella modelo zaragozana que enloqueció al joven Alfonso Sastre y escribió un libro que a Julio le divertía: “Chico no sabe que es perro”.
--Rita Macedo era la mujer de Carlos Fuentes. Luego se separaron.
Fuentes –que es casi el hilo conductor del excelente y humanísimo documental “A propósito de Buñuel” de Javier Rioyo y José Luis López Linares, que presentaron en el año 2000— narra que rompieron luego y una de las razones del distanciamiento fue Jean Seberg, a quien el mexicano rinde un homenaje en “Diana o la cazadora solitaria”. Jean Seberg se enamoró locamente de Clint Eastwood tras el rodaje de “La leyenda de la ciudad sin nombre” de Joshua Logan (pegó su póster en el piso que compartía con Fuentes) y más tarde de Ricardo Franco, a quien inspiró su película póstuma: “Lágrimas negras”.
--También hizo un papel impresionante en “Ensayo de un crimen”. Era estupenda.
A Julio le sojuzgaba el universo femenino. De súbito contaba:
-- Dolores del Río tuvo un marido que le llenaba la cama y la bañera de gardenias y de joyas. Tenía unos tobillos preciosos. La trataba como una reina, pero en el fondo era un cursi. Con Orson Welles mantuvo una historia de amor clandestina.
En otro momento, se concentraba en Chavela Vargas y sus amores, y decía:
--Fui un gran amigo de Mercedes Barcha. Qué gran mujer. Era una heroína; gracias a ella, García Márquez pudo escribir “Cien años de soledad”. Se encargó de todo, de los niños, de las deudas, de la comida; aisló por completo a su marido, lo protegió como no puedes imaginarte. Por aquellos días le presté una bandeja de plata para una cena; luego García Márquez me pidió algunos muebles de mi casa. “Quiero los tuyos, Julio. Así estaré seguro de que no me equivoco”. De Chavela Vargas, qué te voy a decir. Daba un concierto y todas sus amantes estaban allí mirándola y mirándose: la densidad del aire se cortaba con un cuchillo. El aire no era aire ni humo: eran celos de mujer celosa de otras mujeres.
Julio, además de guionista de Simón del desierto, Nazarín, Viridiana y Tristana, fue director artístico de El ángel exterminador y de Pedro Páramo, realizada por Carlos Velo. En cada pieza que escribió para el realizador calandino retrató un admirable universo femenino, igual que había hecho en sus piezas de teatro que se estrenaron en España en la primera posguerra. Una vez que el casi ágrafo Buñuel leía y repasaba el texto, y exigía una última versión, Julio se enfrentaba a la estricta genialidad del cineasta y aceptaba su búsqueda de la originalidad: le daba la vuelta al texto como si fuese un calcetín. Extremaba aquel detalle, acentuaba la ambigüedad y la poesía, derramaba los elementos simbólicos o no de su mundo vinculado con el siglo de Oro y el lenguaje de las vanguardias.
Julio aceptaba con un gesto de admiración. Como Luis Buñuel renace a cada instante, la ausencia de Julio Alejandro de Castro se hace de tan evidente dolorosa. El año que viene el Festival de Huesca le rendirá un homenaje coincidiendo con su centenario. Si llamase por teléfono ahora desde la tumba, lo haría con su frase favorita: “Te quiero, cabrón”. En la obra de Rioyo & López Linares sólo le oímos reír casi de paso. Si la inmortalidad se puede compartir, Luis Buñuel y Julio Alejandro de Castro deben estar más juntos que nunca comiéndose una paella.
La inmortalidad, como tantas otras cosas, se sobrelleva mejor con una buena comida.

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