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Antón Castro

FERDINANDO SCIANNA, EN EL PARANINFO

FERDINANDO SCIANNA, EN EL PARANINFO

1. EL FOTOGRAFO SICILIANO PARTICIPA EN LOS 110 AÑOS DE "HERALDO"

2. EL REPORTERO DE MAGNUM HABLARÁ DE LOS SECRETOS DE SUS FOTOS

 

 

Ferdinando Scianna (Bagheria, Sicilia, 1943) se inclinó hacia la fotografía misteriosamente. Parecía impreso en el viento marino o en algún peñasco del campo próximo que iba a ser médico, arquitecto o ingeniero, como correspondía al hijo de una familia burguesa. De golpe, un día le anunció a su padre que quería ser fotógrafo. Al parecer, ninguno de los dos, ni el padre ni Ferdinando, sabían muy bien qué significaba esa decisión. El joven empezó a hacerse a la idea tras retratar a sus compañeros, en particular a una niña que solía decirle: “¡Qué bonito! ¿Me haces a mí también?”. Y Ferdinando le hacía fotos porque tenía la sensación de que era apreciado, reconocido en Bagheria. La fotografía era casi una estrategia de seducción y a la vez también era como una senda inesperada. Su padre, pese a todo, le regaló su primera cámara, y Ferdinando empezó a tirar fotos muy distintas de fiestas, pero también del paisanaje, de la vida en Bagheria, aquel lugar donde se recomendaba no dar de mamar a los niños tras los bombardeos por temor a que la leche “estuviese asustada”.

 

 

La idea era, con ese material, hacer una tesis de antropología, aunque luego, cuando Scianna tenía 20 años, se cruzó en su existencia el escritor Leonardo Sciascia, futuro autor de “El caso Moro”, “Todo Modo” o “El contexto”. Sciascia arriesgó un juicio esclarecedor: le dijo que esas fotos no tenían una voluntad etnográfica, sino claramente narrativa. Scianna definió aquel “encontronazo” feliz como “un amor a primera vista”. Poco después, hacia 1965, encontraron un editor en Bari, y una maravillosa acogida en Nueva York, por Album Photografic, que le remitió una carta con este mensaje: “Es el libro más impresionante del año”.

 

 

Luego, le encargaron un reportaje de la Villa Napoleón de Milán, y lo hizo en diez días “con una mentalidad política agresiva y expresionista. Yo era del pobre sur. Era un chico de pueblo en la capitalista Milán, así que le puse un poco de ironía”. Estaba en una librería con sus fotos y apareció Lamberto Vitali. A Scianna le gusta contar, como si se tratase de un cuento o de una novela casi fantástica, que es un increíble coleccionista, “el que trajo a Italia a Cartier-Bresson, autor de un libro sobre el fotógrafo Nadar, y poseedor de obras de Leonardo, Odilon Redon o Giorgio Morandi”. Aquel hombre vio las fotos y le encargó un reportaje “nada convencional” de la boda de su hija. El joven siciliano no salía de su asombro. Después en la revista “L’Europeo” de París, donde hizo el aprendizaje de fondo: reproducciones, fotos rápidas, reportajes de todo y de gentes de medio mundo: estuvo en la India, donde ha obtenido algunas fotos maravillosas, por ejemplo toda la serie de Benarés, en Japón, en Bolivia. “L’Europeo” fue una escuela permanente que se prolongó durante quince años, y fue entonces, por ejemplo, donde coincidió con Milan Kundera, del que es un buen amigo.

 

 

Cuando decidió reemprender su carrera en Italia, en Milán, con todo lo que sabía, con un impresionante bagaje (su bibliografía ya incluía “Il glorioso Alberto”, “Les Siciliens”, con texto de Dominique Fernandez y Leonardo Sciascia, que se publicó en París y Turín en 1977), tuvo otro encuentro fantástico: Henri Cartier-Bresson, que fue el embajador para que entrase a formar parte de Magnum. Es curioso: Lamberto Vitali le dio una carta de recomendación para el autor de “Los europeos”, que Scianna no utilizó, y entraron en contacto cuando le envió su libro “Les siciliens”. Desde entonces, el trabajo de Ferdinando Scianna ha ido evolucionando con una calidad constante y creciente, y con una estética que él define, a la manera de Cartier-Bresson o Catalá-Roca, entre nosotros, como “el testigo invisible”. Dice Scianna: “Entiendo la foto como un toreo con el instante. Eso me apasiona. El mundo está ante mí con sus significados y sus formas caóticas. Hay un momento en que tú te identificas con la misma rapidez con que las cosas pasan. Yo, como decía Picasso, no busco: encuentro”. Ferdinando Scianna busca siempre elementos concretos: miradas, grupos, atmósferas, ambientes, tensiones, paradojas, y después halla algo que, inconscientemente tal vez, tenía muy adentro. De ahí que diga siempre que la fotografía es “mirar intentando ver. Para mí el mayor logro que puede conseguir una foto es acabar en un álbum de familia, pero el álbum de familia de cientos, miles, de millones de hombres del mundo”.

 

 

En los últimos años ha publicados libros extraordinarios: “La Forme del Caos” (Udine, 1989), con textos de Vázquez Montalbán y Leonardo Sciascia, “Leonardo Sciascia, fotografiado por Ferdinando Scianna” (1989), “Jorge Luis Borges fotografiado por Ferdinando Scianna” (1999), “Dormire, forse sognare” (1997), el impresionante “Quelli de Bagheria” (2002), al que incorporan unos pies de fotos que tiene un efecto memorialístico o de novela, o “Mondo Bambino” (Niños del mundo) (2002), donde recoge su trabajo como fotógrafo de niños. En 1989, el año de la muerte de Leonardo Sciascia, publicaron en Italia y en España el libro “Horas de España” (Tusquets, 1989), proyecto que evoca así Sciascia: “Leonardo Sciascia y yo viajamos juntos en diversos momentos. Creo que la última fue coincidiendo con el cincuentenario del inicio de la Guerra Civil. Viniendo desde Madrid, paramos en Zaragoza e hice unas fotos del Tubo. Luego nos fuimos a Belchite: me impresionó muchísimo. Es como una Pompeya de la locura, de la tragedia europea. Es un raro monumento de lo que pasó y un escenario de una belleza trágica, tamizada por la rosada luz del día. Sciascia caminaba entre las ruinas y yo tenía la sensación de que el peso de la historia se le grababa dentro”.

 

 

Este hombre, este fotógrafo, este humanista radical y apasionado participa hoy, martes, a las 20.00 en el Paraninfo de la Universidad de Zaragoza en una charla sobre su trabajo, sobre sus paseos por el mundo. Scianna se identifica con el primer Eugene Smith, con Elliot Erwitt, con Inge Morath siempre. Trabaja en un libro, con textos suyos, sobre la comida. Y sigue creyendo que la fotografía es un acto misterioso gobernado por la casualidad.

 

 

 

*Foto de Ferdinando Scianna.

 

 

 

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