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Antón Castro

LA AMÉRICA DE NORMAN MAILER

LA  AMÉRICA DE NORMAN MAILER
Norman Mailer (New Jersey, 1923) es, para algunos, el auténtico creador de lo que se llamó “el nuevo periodismo”, acerca del cual teorizaron profesionales como Tom Wolfe, Gay Talese o Hunther S. Thompson, entre otros. Mailer aplicó a sus textos periodísticos, a partir de su debú hacia 1960 en la revista “Esquire”, las bellezas y las posibilidades de la ficción con un estilo único que une muchas cosas: la precisión,  la exactitud, la intimidad de los personajes, y ese río de pensamientos, conjeturas y cavilaciones que pautan su escritura. Algo que se percibe de manera increíble en uno de sus mejores reportajes: “El negro blanco: reflexiones superficiales sobre el ‘hipster”, donde aborda la figura del existencialista norteamericano capaz de convertirse en psicópata, en marginado psíquico, en defensor de la libertad sexual, en radical y reaccionario, casi a la vez. Éste es un texto complejo y especulativo, lleno de datos, que sólo puede escribir alguien que haya observado mucho a sus paisanos y que intente conocer a fondo el alma humana. La pieza está firmada en 1959: Norman Mailer tenía entonces 36 años.

 

        Este artículo integra la antología “América” que acaba de publicar Anagrama, con traducción de Marco Aurelio Galmarini. Son casi 600 páginas donde se evidencia, de entrada, que casi toda la obra de Mailer versa sobre Estados Unidos. Y su “América es tan real como casi todas las otras Américas”, dice. Al autor de “La canción del verdugo” -pudo redactar la historia de Gary Gilmore por su buen manejo de la realidad y de los usos del periodismo; y solventó la dificultad que tenía para escribir buenos diálogos-, le interesa todo: la política, los movimientos sociales, los toros, el boxeo (quizá sea uno de los autores que mejor ha escrito jamás de pugilismo), la literatura, algunos mitos del cine como Marilyn y, sobre todo, la propia historia del país. En uno de las espléndidas series de “América” se encuentra “Los papeles presidenciales” (de 1963), donde narra su asistencia a la Convención Nacional del Partido Demócrata y del Partido Republicano, donde aplica un finísimo bisturí de penetración y de descripción, casi perversa, de los hábitos políticos. Allí dice: “Estados Unidos fue también el país en el que más apasionada persistencia conoció el dinámico mito renacentista de que todo ser humano es potencialmente extraordinario. Simplemente, Estados Unidos era la tierra en la que la gente aún seguía creyendo en héroes: George Washington, Billy the Kid, Lincoln, Jefferson, Mark Twain, Jack London, Hemingway, Joe Louis, Dempsey, Gentleman Jim. Estados Unidos creía en atletas contrabandistas de alcohol, aviadores y, en la época en que murió Valentino, incluso en amantes. Era el país que había crecido gracias al salto de un héroe a otro”.

 

 

Esta serie está llena de detalles vinculados al hotel Biltmore, refugio de los homosexuales casados y con hijos; a la suite de Kennedy; a Eleanor Roosevetl, “bella, precisa, tallada a mano como marfil. Su voz era casi cautivadora…”; a Bobby Kennedy, que “parecía un cadete de West Point”; a Jackie Kennedy, que “era un gato intolerante y salvaje al que habían acariciado la piel en todos los sentidos”; o a los numerosos Holden Caulfield (inspirados en el personaje de “El guardián entre el centeno” de J. D. Salinger) que pululan por la Convención, a la que, por cierto, define así: “Después de todo, una convención política no es una reunión del consejo de dirección de una empresa, es una reunión medieval en la que hozan los cerdos, resoplan los caballos, tocan las bandas de música y gritan las voces, mientras se mezclan codicia, apetencia material, idealismo comprometido, progreso en la carrera personal, reuniones, enemistad, venganza, conciliadores, provocadores del populacho, peleas a puñetazos (como solía ocurrir) y ríos colectivos de sudor animal”.

 

 

En esta serie también se encuentran otros textos importantes como “Carta abierta a Fidel Castro” de 1961, que justifica al hombre que ha liderado la Revolución, un estupendo análisis sobre los “Periodistas” (“…sobre los periodistas pesa un gran sentimiento de culpa. Saben que contribuyen a mantener la ligera demencia de Estados Unidos”) o la impresionante crónica sobre “La muerte de Benny Paret”, el boxeador cubano que perdió la vida ante Emile Griffith, encorajinado éste porque su rival había hecho una alusión a su supuesta homosexualidad. Las primeras páginas son estremecedoras: la mirada minuciosa de una cámara de cine con alma, la prosa que construye una película de emoción y pánico. Aunque la obra maestra, al menos en cuanto a pugilismo, del conjunto es “El combate del siglo”, la narración de la gran pelea en Kinshasa, Zaire, entre Mohammed Alí y George Foreman, donde triunfó la estrategia inteligente y suicida del “Loco de Louisville”. Ahí hay una novela, un ensayo de sociología, el retrato de dos antagonistas, el denso universo de la corrupción, de la pasión, de la idolatría.

 

 

Hay muchas más cosas en “América”: se habla mucho de los Kennedy, de Nixon, de Kisinger, de Jimmy Carter, del triunfo y la caída en desgracia de Clinton, de Dole, incluso habla de un libro como “American Psycho”, al que no mira con la indulgencia global con que mira a Ernst Hemingway, al que le dedica un estupendo y dramático artículo sobre sus paradojas vitales. Dice Mailer: “No puedo pues perdonar a Bret Easton Ellis. En efecto, si defiendo al autor y hablo tan extensamente de él es porque nos ha obligado a considera un material insoportable, y ya son muy pocas las novelas que lo intentan (…) ¡Qué perturbadora esta obra! Es demasiado vacía, desde el punto de vista humano, como para ver en ella mal, pero aumenta tanto la apuesta inicial que ya no se sabe calcular su magnitud. Jugar a ciegas es una actividad vacía y esta novela gira en torno al centro de ese espacio vacío”.

 

 

“América”, con sus pinceladas de subjetivismo controlado, es un libro que refleja el talento de Norman Mailer y su visión radical del país contradictorio, cambiante e inagotable.

 

*Foto del dramático combate entre Paret y Griffith.  

 

1 comentario

Fernando Valls -

¡No te hagas ilusiones que a la saltadora de altura sueca la vi yo antes!