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Antón Castro

JOSÉ LUIS CANO, CANO, CANICO

JOSÉ LUIS CANO, CANO, CANICO

José Luis Cano (Zaragoza, 1948) es uno y multitud. Por eso siempre es difícil saber quién es el hombre que firma José Luis Cano, Cano a secas, Canico como también se le conoce porque hace “canicos”: libritos casi minúsculos donde encierra en pocas páginas, poca letra y muchas ilustraciones vidas ilustres, ilustradas e iluminadas. Es el tipo que posee la risa más estentórea del mundo probablemente, sonora como un torrente que se desmelena, indócil como un potrillo sin desbravar. Algunos dicen de él que tiene algo de hermano gemelo de El Roto, pero les diferencia, sobre todo, que Cano ríe mejor y más constantemente. Tiene una risa casi salvaje, que es el anverso de una timidez tan abrupta como bien llevada. Y como Andrés Rábago El Roto es lúcido, radical, pesca la vida al vuelo y la resume en un bocadillo que parece un pensamiento de Cioran.

 

         José Luis Cano -que no debe ser confundido jamás con Rocky Kan o con el poeta y crítico José Luis Cano, aunque podría ser cualquiera de los dos- empezó a hacer viñetas de humor a principios de los 80. Artista expresionista, creó unos hombrecillos con unas trompas inmensas, que era su aproximación personal a la caricatura cubista, y unas abuelas que apenas eran algo más que un triángulo de luto y que “un borrón negro con nariz y patas”. Los unos y los otros hablaban, con sujeto y predicado, como filósofos: ellos ponían en órbita eso que se ha dado en llamar el humor somarda, esa mezcla de acracia natural, cazurrismo y sabiduría popular que provoca estragos. Dice las cosas como si no quisiera decirlas y te deja escocido en el estómago y en la inteligencia. Más tarde, hacia los 90, Cano eligió otros dos personajes: un anciano rural de la tribu, más bien amargado con todo (incluso con el capricho de las estaciones), abrazado a una oveja, y una mujer con una radio que vomita noticias sin parar. La radio exaspera a la oyente o le ayuda a entender el mundo. En el fondo, Cano siempre ha estado preparando la puesta en escena de su gran sentido del humor, que tendría su proyección absoluta hacia un vasto puñado de personajes aragoneses marcados por una característica: la esquizofrenia.

 

         A este asunto le ha dedicado un libro reciente, y algunos de esas criaturas reaparecen aquí, en este viaje en el tiempo a Zaragoza: desde San Lamberto al dibujante Gutiérrez, que retrató a Gregorio Calmarza; desde Engracia y Avempace a Francisco Marín Bagüés, que quiso pintar un mural en el Pilar y todo quedó en agua de borrajas. Desde el charco Goya seguía diciendo: “Que en acordarme de Zaragoza y pintura me quemo bibo”. Aunque mi personaje favorito es el menos conocido: María Luisa Cañas, Marisica: “Hija de Celedonio, honesto alfarero de la Bozada, gozaba de tan poca salud que falleció de un soplo a los doce años. Días más tarde, la Marisica volvió del más allá para revelar a su padre la fórmula secreta de una piedra esméril llamada a revolucionar el mercado. La piedra, llamada Ferrisa, fue la ruina de la familia Cañas”. Esta es una anécdota real que a Cano le viene como anillo al dedo. Odia las historias felices. Jamás podría ser un best-seller.

 

         Zaragoza es una de las ciudades con más personajes ilustres y raros por metro cuadrado. Cano es uno de ellos y aquí los mira a todos como a iguales. Como antepasados con un aire de familia, como hermanos, cómplices y cabecitas locas. A algunos les había dedicado monografías completas en el sello Xordica (Buñuel, Goya, María Moliner, Gracián, Sender, Ramón y Cajal, Fernando el Católico...), pero no se repite. Y además, logra algo admirable: convierte a Zaragoza en el centro de vidas ilustres, en el escenario de anécdotas, rebeldías, gestos surrealistas o crueles como la muerte de Santo Dominguito de Val, pero también sabe convertir un instante aislado, como el retrato de Luis Mompel a Ava Gardner, en un relato, en una aventura con valor en sí misma, en una leyenda de amor a primera vista forjada en una plaza de toros. José-Carlos Mainer dijo una vez que el escritor José Luis Cano estaba próximo a la erudición y al espíritu de Borges. Cano es un contador de historias, un poeta visual, un alquimista de los trazos, el pariente español de David Levine. Sólo una persona así puede pensar que Eusebio Blasco merece la inmortalidad por haber inventado el término suripanta.

 

*Nota para un libro de José Luis Cano que aparecerá  en Media Vaca próximamente. Gira en torno a Zaragoza.

10 comentarios

ANTONIO -

La verdad es que me emociono cuando oigo hablar de esta familia ya que fuí alumno de José Luis Cano-Padre- admirándo todo lo que hacen. ¡Lástima no ser verda lo del tunel del tiempo y rescatarlo!Personas como estas no mueren nunca pporque lo pasan ancestralmente como las aves y vuelan. Desde las alturas nos dicen como hay que hacerlo. Un poco cursi me he puesto pero los quiero.

Anónimo -

...que le dejen, por favor
dibujar también a dios...

Anónimo -

...que le dejen dibujar
a la virgen del pilar...

a.c. -

Gracias a todos.
Querido Enrique: gracias por tus visitas y tus comentarios.Lamento no haberte reconocido el otro día en Los portadores de sueños.

Un abrazo.AC

Rafa -

Que pasen el porrón para brindar con/por ellas. ¡Aúpa!

ENRIQUE -

Dice Antón que José Luis Cano no debería ser jamás confundido con el poeta y crítico José Luis Cano, aunque podría ser él...
Hace unos años, cuando era adolescente, acudí a una Feria del Libro en la Gran Vía de Zaragoza con mi queridísimo ejemplar de los poetas del 27 de la editorial Austral, en la edición de José Luis Cano, ante el anuncio en el Heraldo de que allí iba a estar él. Yo le pedí que me firmara el prólogo y él se resistía con modestia. Yo le decía: \\\\\\\\\\\\\\\"Sí, ya sé que los poemas no son suyos, pero quisiera -por favor- que me firmara el prólogo\\\\\\\". Yo insistía y él, azorado, se resistía. Al final, amablemente, José Luis Cano me tuvo que explicar que ese José Luis Cano no era él, que era un viejo poeta amigo y cercano al Grupo del 27. Yo quería que se me tragara la tierra... Mis amigos aún me toman el pelo con esa historia.
Años después le pedí en la Librería Antígona que dedicara su libro sobre Buñuel en Xordica, para regalárselo a mi hermano. Dibujó un divertido rostro con un parche y, bajo él, unas tibias a la manera de una enseña pirata. Esta vez ya sin errores...
¡Un abrazo para Cano y otro para Antón!

Oveja -

Bravo por Cano!

víctor -

Y yo quiero que funcione ya 2canos.com.

¡¡Viva Cano!!

jcuartero -

¡Queremos una escultura pública con alguno de los personajes de su viñeta! Yo voto por el baturro con su oveja

Cide -

posiblemente tenga más influencia en la opinión pública aragonesa la viñeta de Cano que todos los editoriales juntos.

Fantástico Cano.