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Antón Castro

LA ENTREVISTA, SEGÚN GONZÁLEZ-RUANO

LA ENTREVISTA, SEGÚN GONZÁLEZ-RUANO

César González-Ruano (1903-1963) adivinó su destino de ilustre olvidado cuando dijo: «Esta profesión lleva en el tuétano la maldición del olvido». Se refería al Periodismo, del cual es uno de los máximos representantes del pasado siglo XX. Sus artículos tenían a menudo el valor de una noticia y ocupaban un espacio de primera plana; eran piezas «bellas y gratuitas» como ha dicho Francisco Umbral, de una gran percepción que acumulaban detalles, sensaciones y paisajes. Estaban recorridas por cierta vaguedad melancólica, el constante barroquismo lírico del autor, y una mezcla de gracia, cinismo, ternura e ingenuidad. Uno de los textos más célebres de esta estética fue «Señora: ¿Se le ha perdido a usted un niño?», galardonada con el Premio Mariano de Cavia en 1932.

César González-Ruano fue algo más que un periodista el uso. Fue todo un personaje: paseador noctámbulo enamorado del viejo Madrid, dueño de una complicada vida íntima, iconoclasta, fantaseador de sí mismo, perseguido y aun amenazado de muerte en ocasiones. En 1933 inició un largo período de nomadismo espiritual y cultural que le llevó como corresponsal a Berlín y a Roma, donde coincidió con sus amigos Rafael Sánchez Mazas y Eugenio Montes; y también a Francia, concretamente a Vilefranche, junto a una impulsiva y patriota Raquel Meller recibió la noticia del Alzamiento Nacional. Y luego a París, tomado por los alemanes. Además de sus crónicas, y de algún incidente dramático como su confinamiento en 1942 en la cárcel de Cherche-Midi (al cual dedicó un impresionante poema largo: Balada Cherche-Midi), tras ser apresado por la Gestapo, aún tuvo tiempo de redactar algunas de sus mejores obras como la biografía de Mata-Hari o la novela Manuel de Montparnase, basada en la vida y la obra de Manuel Viola. Cuando todo el mundo esperaba que regresase a Madrid, se fue a Sitges, donde trasnochaba, sufría temblores que le llevaron a decir que «padecía una mala salud de hierro», mantenía tertulias con jóvenes poetas; parecía fuera de sí o exasperado por la embriaguez, los cigarrillos, las sombras de la noche y el perpetuo insomnio. O los fantasmas del pasado. Felizmente, volvió a la capital y así se recuperó al gran escritor que siempre había sido, al hombre que no había descuidado su vasta producción de narrador y cuentista en títulos como César o nada (Premio Café Gijón en 1951), Circe o Dos cuentos italianos; de poeta de mérito, ultraísta en sus inicios: Francisco Rivas recogió su Poesía en Trieste en 1983; gran memorialista en Mi medio siglo se confiesa a medias, que apareció por entregas en El Alcázar, y Diario íntimo, ambos de 1951, y varias biografías de Zola, Baudelaire, Oscar Wilde y Goméz Carrillo, a quien reconocía por maestro.

 

Entre noviembre de 1953 y junio de 1955 volvió a dar muestras de su gran calidad con constantes artículos ­Manuel Alcántara, amigo y discípulo, dijo que posiblemente habría escrito cerca de 30.000­ y con ochenta entrevistas a personalidades de la actualidad española e internacional, que fueron recogidas en Las palabras quedan (Conversaciones), volumen que en su tercera edición, tras las de 1957 y 1965 de Afrodisio Aguado y Fermín Uriarte, ha rescatado Mapfre, que está reeditando los libros mayores de Ruano. Igual conversaba con futbolistas como Kubala, Di Stefano o Samitier, que con toreros como El Litri, Domingo Ortega o Luis Miguel Dominguín, aunque se percibe que con quien se siente más cómodo es con los escritores (Azorín, Baroja, Pérez de Ayala, Agustín de Foxá, Fernández Flórez, Sánchez Mazas...) y con figuras universales como Orson Welles, Somerset Maugham, Maurice Chavalier, Dolores del Río, Josephine Baker, Gregory Peck y Jean Cocteau, entre otros.

 

Tal como proponía Manuel del Arco, González-Ruano lo tenía claro: el buen entrevistador debe estar a la altura del entrevistado y dejarlo antes bien que mal. Y a ello se aplica en un admirable ejercicio de estilo de carácter impresionista. Desnuda a sus criaturas a golpe de intuición y ofrece así toda una variedad de recursos casi inagotables: su capacidad para descubrir los ángulos de trastienda de un personaje (pensamos, por ejemplo, en D’Ors y sus amores secretos como aquella enamorada imposible, Úrsula, la Bien Plantada; en la obsesión por la soltería de Fernández Flórez; en la joven Rosie, cuyo recuerdo pone «los ojos casi húmedos de hiedra remota» de Maugham), su facilidad para el retrato, el clima de confianza que sabía crear de inmediato que daba lugar a la confidencia, la atmósfera del diálogo o la ajustada descripción física y espiritual, su talento para la fisonomía. Así presenta a Azorín: «Está Azorín correcta, elegantemente vestido, con un traje gris cruzado, corbata azul, camisa blanca, nítida. Los años le han ido concretando físicamente, dándonos un Azorín sintético, estilizado, severo, un Azorín puntuado en párrafo corto: un misterioso sajonismo ideal ha emergido del levantino de ayer, y este Azorín de hoy parece el hermano aristócrata y lejano que ha vivido en Londres, soñando con la vieja España, tal vez con Monóvar y Yecla».

 

Casi todas las entrevistas son actas de un encuentro excepcional, con prodigiosas descripciones y preguntas inesperadas, formuladas a voleo. Aunque también hay una obsesión por trazar existencias y trayectorias completas como sucede con Agustín de Foxá o en la entrevista imaginaria a Ramón Gómez de la Serna, uno de los maestros de González-Ruano, llena de sugestivos matices como éste referido a Carmen de Burgos: «Con ella aparece en mí lo excepcional, el amor compatible con el ser literato. Ella vivía, aunque pobre, de sus artículos. Hermosa, andaluza, en la plenitud de sus treinta años. Ella de un lado y yo de otro de una mesa estrecha, escribíamos largas horas». Entrevistas, sí, pero también crónicas contemporáneas en las que se funde una admirable prosa de madurez con la percepción de vidas ajenas, es decir, literatura e historia, o friso de época, enriquecidas a veces con detalles inesperados del propio autor: «Yo tuve en alguna ocasión veinte mujeres a la vez, pero me daba miedo quedarme con una».

 

 

“Las palabras quedan”. César González-Ruano. Mapfre, 2000. Madrid.

 

4 comentarios

politzer -

Pardeza no dice casi nada y lo poco ue dice lo hace en tono exculpatorio para CGR.Tampoco se sabe nada (yo al menos) de porqué salía a la calle en sus primeros tiempos en Madrid tras la guerra ex-coltado por dos policías (lo cuenta el mismo en su libraco-diario).
Y Pons Prades no es un indocumentado. Se conoce al dedillo todo lo que pasaba cerca de nuestra frontera pirenaica tras la guerra y una cosa así no se inventa fácilmente.
Lo único que me hace dudar es lo relativamente libre que se movió CGR tras su vuelta a España y sobre todo el poco caso que parecen haberle prestado los servicios secretos judíos.

Sir Wilde -

Es inaudito el comentario del señor Alcaravan, ademas de falso en cada letra y alejado de toda realidad. Don Cesar ayudo a muchos Españoles y hay documentacion que lo aporta, se puede acceder a ella.
Lea usted su obra y deje la comedia de quien ha buscado fama pronta poniendolo verde. Eso lo aprendio de CESAR que dijo "Cervantes era manco, porque el Quijote esta escrito con los pies", lo dijo, consigio la fama y jamas creyo semejante tonteria... pero le valio salir en el ABC.
Gracias

A. C. -

Nadie es del todo lo que parece. Miguel Pardeza explica su complicada biografía, pero matiza mucho todo esto. Parece ser que este extremo no es exacto, aunque fuese un ser humano que dejase bastante que desear. Aunque aquí no se está valorando eso: se habla de él como escritor, como periodista. Y ahí sí que es poco discutible.

Durante años, hemos tenido a Picasso por un genio de izquierdas, noble yleal a sus compañeros, pero no hay más que leer a Pepe Cerdá para ver otro perfil.
Y qué podríamos decir de Alberti y de tantos otros \"comunistas recalcitrantes\".

Gracias por tu visita y tu comentario, Alcaraván. Confieso que González-Ruano es una debilidad mía.

alcaraván -

Pero ¿este tío no era un pedazo de traidor malvado que jodió miserablemente a montones de españoles refugiados en Francia tras la guerra, denunciándolos? ¿No era éste de quien da cumplida cuenta en sus libros Eduardo Pons Prades? Si es así, creo que no puede dejar de decirse. Los huesos de Paco Ponzán, de los miembros de la red de evasión que llevaba su nombre en la Francia de la resistencia, se estremecerían.