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Antón Castro

UN TEXTO DE GUILLERMO PARDO

UN TEXTO DE GUILLERMO PARDO

HOMENAJE BAJO LOS EFECTOS DEL OPTALIDÓN

Viró a la izquierda y se dio de bruces con el cartel: “Se busca. Yassucristo García. 5.000 €”. Lo despegó, lo dobló y se lo metió en el bolsillo después de mirar de reojo el letrero de la calle: Rancho Latino.

Buscó a un lado y a otro, alzó el brazo y silbó, pero el taxi siguió su camino, nilibre niocupado, en dirección a Islas Cíes. Contrariado, extrajo su Minoic 45, tomó im-pulso y se plantó en medio del asfalto justo en el instante en que el 4 cubría el último trayecto De la Mediterrània a l’Atlántic. “¡Al Barrio de los Rosales!”, gritó apuntando al atribulado conductor. “¿Cómo te llamas?”, le preguntó incisivo. “Castro, Antón Castro”, escuchó por toda respuesta. “Pues conduce rápido y con tiento, por si las moscas…”, escupió mostrándole el negro cañón.
Diez minutos más allá y varios puntos suspensivos después, ordenó: “¡Para!”. El frenazo le hizo perder el equilibrio y arañar, con la culata, la sien del chofer, ahora perfilada por un hilo de intenso rojo: “Mira que te lo tengo dicho… ¡con tiento!”. Sin pausa, abrió la portezuela, oteó los extremos de la calle y se mezcló entre nómadas somnolientos que lo llevaron hasta la entrada del Tíscar Express, a tan solo una manzana de Casa das Letras, en cuya quinta planta ajustaría cuentas.
Hizo sonar el timbre y, tras borrar la huella digital con aceite de Markota, respondió a la pregunta metálica: “¡Telepizza!”. La puerta se abrió, silenciosa, y él inició su viaje a la guerra. En el primer descansillo aparcó el astrolabio que colgaba de su cintura, consultó la otra agenda, anotó un par de reflexiones cívicas y sintió deseos de orinar: “A buenas horas…”, murmuró incómodo.
Apretó los dientes, echó escaleras arriba y golpeó la puerta con la pistola. Asomó entonces un rostro lunático que, en un abrir y cerrar de ojos, se encontró de improviso con dos nuevos cráteres entre ceja y ceja. Hecho el trabajo, fotografió lo que quedaba de aquellas facciones sanguinolentas y, de vuelta y media, volvió, veloz, sobre sus pasos.


Salió a la calle. Despejada. Tomó aire y caminó tranquilo. Instantes después, un rótulo de neón rasgaba la noche y un grito de mujer desesperada maldecía su desgracia…

 

  

  

  

*El escritor y periodista gallego Guillermo Pardo publicaba ayer este texto en su blog. Y por alusiones a uno de los Antón Castro que andan por ahí lo cuelgo aquí. Un abrazo. AC.   

2 comentarios

Etrenomadas -

Es genial el post que ha realizado Guillermo. A mí me parece muy difícil y original.
Yo he comprado muchos optalidones esta mañana para ver si se tengo también esos efectos creativos.
Besos

Magda -

Sí, lo leí ayer en su blog, y es un texto estupendo. Que bien que lo traes aquí. Creo que lo formó con casi todos losw nombres de sus enlaces. Estupendo, qué arte para manejar las palabras.