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Antón Castro

TERUEL. UNA HISTORIA DE AMOR

TERUEL. UNA HISTORIA DE AMOR

Tuve un profesor que se llamaba Mario Clavell que leía con pasión: entrecerraba los ojos y recitaba como si fuese un rapsoda o un actor dramático. Él nos introdujo en la literatura romántica, en la literatura epistolar y en el Poema de Mío Cid. Le entusiasmaban los grandes amantes. O yo me imaginaba que le encantaban y me aficioné a las grandes pasiones eternas: los romances de Píramo y Tisbe, Hero y Leandro, Dido y Eneas. Y luego Calisto y Melibea, cuya tragicomedia leí con dificultad: me parecía una ardua novela dialogada. Casi a la par descubrí una versión de Romeo y Julieta, traducida por Pablo Neruda, y me volví loco.

Para entonces, a mediados de los 70 ya había oído hablar de Los amantes de Teruel; un día encontré la tragedia de Hartzenbusch, publicada por editorial Juventud con un largo prólogo de Alcina Franch. Años después, viviendo ya en algún rincón de Teruel hallé aquel volumen rojizo con una paradoja inexplicable: la edición que yo recordaba no la podía haber leído entonces porque la primera impresión de Juventud apareció en octubre de 1979 y para entonces ya vivía yo en Aragón. No me inmuté: recordaba el tipo de letra, la extensa introducción, las referencias a Tirso de Molina, Pérez de Montalbán o Giovanni Boccaccio, cuyos Girolano y Salvestra podrían ser los antecedentes literarios de Diego Marsilla e Isabel de Segura.
        

Siempre me emocionó esa mortal locura de amor. Siempre me conmovió ese "Bésame que me muero", que pronuncia Juan Martínez de Marcilla hacia 1555, según los documentos. Y de todas las versiones, la que más me gusta es la de Hartzenbusch, la más depurada: Diego podría haberse sentido tentado por Zulima, la sultana de Valencia, pero vuelve a los seis años con la pasión intacta, con todo el fuego en el cuerpo. Lo más bello del drama es ver cómo tantos años después Teruel ha recuperado aquel episodio o leyenda de afecto y pureza. Y observar cómo la gente se identifica con los infelices amadores y los ha convertido en objeto de homenaje y de algazara popular, en elemento de identidad de una minúscula ciudad que se reconoce a sí misma a través de la fábula y envía así un mensaje de amor y de hospitalidad a todos los ciudadanos de la tierra. Dentro de algunos años, alguien mirará hacia atrás y dirá: "Teruel era una fiesta". 

[Leo en Diario de Teruel, lo leo a diario aunque con un día de retraso, que ya han sido elegidos los amantes de esta edición. La foto es de Jim Goldberd.] 

2 comentarios

Sebastián Roa -

La leyenda de Los Amantes de Teruel sigue floreciendo:

http://elcaballerodelalba.blogspot.com/

Nerea -

Siempre me ha fascinado su historia de amor, es preciosa. La tengo por casa en una edición de Yagüe de Salas que he releído muchas veces.
Un saludo.