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Antón Castro

PEPÍN BELLO, POR FELICIANO LLANAS

PEPÍN BELLO, POR FELICIANO LLANAS

PERSONAJES
Pepín Bello, un muerto rezagado



En el año 1999 un grupo de aragoneses residentes en Madrid fundamos
la Asociación Cultural Conde de Aranda para difundir los valores más universales de la cultura aragonesa en la capital de España. Dada la amistad con que los hermanos Bello, José y Antonio, distinguían a mi familia, pedí a Pepín Bello que aceptará el nombramiento de socio de honor de nuestra flamante asociación. Pepín acogió con entusiasmo la idea, asistiendo a todos los actos que fuimos organizando mientras su salud se lo permitió. En una de nuestras tertulias le presenté a una joven profesora, quien se quedó tan impresionada ante la presencia del último componente vivo de la Generación del 27 que fue incapaz de hilvanar algunas palabras con coherencia. Sólo repetía: “Es que usted es... su generación, es que usted es?”. Pepín, comprendiendo perfectamente lo que el aturdimiento impedía expresar a su azorada admiradora, le respondió resignadamente: “Sí hija mía, sí, soy un muerto rezagado”. El nombramiento como socio de honor de la Asociación Conde de Aranda fue el 24 de Abril de 2001, en una entrañable tertulia en la cava del Café Gijón, donde también intervinieron el periodista Luis Carandell, el poeta Álvaro García y el médico escritor Venancio Díaz Castán (Está transcrita en la página www.acondearanda.com acto 9).

Para conocer quién fue Pepín Bello es imprescindible detenerse ante la figura de su padre, el ingeniero Severino Bello, gran intelectual, amigo de Costa y de Cajal, seguidor de Krause, que dejó una estela de importantes obras públicas en la provincia de Huesca a finales del siglo XIX. En esa Huesca nació José Bello el 13 de mayo de 1904, y en el ilustrado ambiente familiar que había propiciado don Severino se crió hasta su marcha a
la Institución Libre de la Enseñanza, donde por consejo de Costa fue a estudiar el bachillerato. Más tarde siguió los estudios de medicina con escaso aprovechamiento, sólo asistía a las clases de histología, pero en la Residencia de Estudiantes inició una curiosa forma de vida, que un periódico acertó a definir como: “Una vida dedicada a cultivar la amistad”. Entre sus amistades y relaciones se encontró lo más florido de la cultura, la política y la sociedad de la España del siglo XX.

Pepín Bello fue un caballero de finísimos modales, excelsa cultura, prodigiosa memoria y sobre todo un admirable conversador. No necesitó escribir, ni pintar, ni hacer cine para pasar a la historia como una referencia imprescindible de la generación del 27, se bastaba con la palabra, su mundo fue
la tertulia. Sólo llegar a Madrid, siendo todavía un niño para estudiar en la Residencia de Estudiantes vio a don Benito Pérez Galdós, muy mayor y ya ciego, descender de un tranvía. En su juventud conoció y trató con toda la generación del 98, del 14 y del 27. Cuando don Severino regresó desde Huesca a Madrid para ocupar el puesto de ingeniero jefe del Canal de Isabel II, y pudo constatar el poco interés de Pepín por los estudios reglados, lo envió a Sevilla a trabajar en la Exposición Iberoamericana que debía celebrarse en 1927. En un principio su cometido fue jugar al ajedrez con el gerente en su confortable caseta, en la que incluso disfrutaban del acogedor calor de una estufa chubesqui. Don Severino viendo pasar los días sin noticias de su hijo llamó para interesarse por los progresos de Pepín en el mundo del trabajo y la empresa. La respuesta fue taxativa: “Por aquí ya no viene, pero se le ha visto en la Real Maestranza sentado al lado del presidente”. En Sevilla disfrutó del esplendor cultural que se vivía por esas fechas, allí trató a Ravel, Rubinstein, Romero Murube, Villalón y sobre todo al torero Ignacio Sánchez Mejías, con el que fraguó una fraternal amistad.

Le tocó pasar las penalidades de la guerra civil en Madrid. Pepín siempre evocaba estos tiempos como años de horror, sufrimiento, frío y hambre. Tuvo que actuar como cabeza de familia, pues sus padres se habían refugiado en Burgos. Sufrió la pérdida de un hermano, y llegó a estar detenido en la checa de
la Marina. Como si no le faltaran preocupaciones, a su hermano Antonio, guasón donde los halla, se le ocurrió hacerse pasar por obispo en el Madrid republicano. Tan realista estuvo  en la actuación, a pesar de tener solamente 22 años de edad, que convenció a sus compañeros del laboratorio epidemiológico de Loheches que militaban secretamente en asociaciones católicas. Tomó la congregación tal auge que acabaron todos en la cárcel, tras riguroso consejo de guerra en el que se libraron del paredón por los oficios de Pepín ante el fiscal general de Madrid, Feliciano López. Fue Pepín movilizado con su amigo del alma Antonio Garrigues y Díaz Cañabate, pero no se presentó a filas. Sólo iba al cuartel a la hora del rancho, lentejas con gusanos. A pesar de lo miserable de la comida era tanta el hambre, que debía guardar una exasperante cola. Enterado de que el cabo había sido novillero, le ofreció incluirlo en la enciclopedia de los Toros de Cossio si le sacaba la comida a la calle. Dada su amistad con Díaz Cañabate y con Cossío el cabo, pasó al parnaso del arte de la tauromaquia y Pepín recibía el rancho sin esperar ningún turno. Iba una vez por semana a casa de Besteiro, donde tomaba un té con galletas, que dadas las escaseces le sabían a gloria.

Acabada la guerra se fue a vivir a Burgos donde montó un ruinoso negocio de peletería. Pepín recuerda estos años en Burgos como muy oscuros después de haber vivido el esplendor cultural de Madrid y Sevilla. Una vez que pudo resolver su “modus vivendi” regresó a Madrid, donde siguió cultivando la amistad de artistas y personajes de la vida social desde la posguerra hasta nuestros días.


Todos los años venía a Huesca, donde pasaba largas temporadas en casa de su hermano Antonio. Al igual que Buñuel era un agnóstico muy católico y disfrutaba con los ritos tridentinos de
la Iglesia. A finales de los años setenta iniciaba su temporada en Huesca el día 7 de Noviembre para poder asistir al Tota Pulchra en la Catedral. La tía Pilar Carderera con su Bentley igual que el de la reina de Inglaterra, el inquieto Silvio Kosti, Rafael Gil, médico y amigo de Cajal, el isotermo abuelo Campaña, el chofer Arenófago, el inefable Lasierrón, los socios del Casino La Peña que cantaban óperas wagnerianas acompañados de piano, trompeta y tambor, los incansables excursionistas Sánchez Ventura y Vicens, el ingeniero Blas Sorribas con su primitiva cámara fotográfica que necesitaba de hasta tres peones para sus desplazamientos y tantos otros personajes fueron los actores principales del mundo de Pepín Bello en la Huesca de su infancia, que protagonizaron cientos de anécdotas, que sus amigos hemos tenido el privilegio de conocer directamente de boca de José Bello, entremezcladas con las historias de Madrid y Sevilla que trataban de sus entrañables compañeros del 27, o de sus admirados intelectuales del 98, o de los más humildes y castizos personajes que han circulado por la rica historia del costumbrismo madrileño.
Tuve el privilegio de tratar a Pepín desde mi más tierna infancia -las familias eran muy amigas- tanto en sus muchas visitas a la casa de mis padres, como en las peculiares tertulias del Aereoclub. Recuerdo con especial cariño que, cuando yo tenía unos 18 años, venía todas las tardes de los domingos a la casa de la farmacia junto con su hermano Antonio. La tertulia era alrededor del tocadiscos, siempre el mismo programa, se comenzaba con Beethoven y se terminaba con Wagner, el tema de la muerte de Isolda y sobre todo Maestros. El toque surrealista lo daba su exigencia de que la televisión estuviera encendida, pero con el volumen bajo, a esas horas siempre había fútbol. No era extraño que fuera de programa pidiera la sicalíptica zarzuela de Lleó, Perrín y Palacios, La Corte del Faraón, muy apreciada por los surrealistas del 27, mis hermanos y yo nos la sabíamos de memoria. Cuando en 1996 vine a vivir a Madrid, además de vernos en las tertulias del Gijón, lo visitaba en su piso de Santa Hortensia, o en El Escorial, donde tienen casa sus sobrinos Teve y Rosa, e incluso venía a la mía, merendábamos chocolate con picatostes, en esa época me hablaba mucho de Galdós. Era tal el cariño que profesaba a toda mi familia, que enterado de que dirigía un ciclo de conferencias en La Morisma de Aínsa, a pesar de que no le gustaba nada prodigarse en público, no dudó en protagonizar una velada literaria el 11 de abril de 1992 acompañado del por entonces Justicia de Aragón Emilio Gastón.

En el año 2001 recibió
la gran Cruz de Alfonso X el Sabio en la Residencia de Estudiantes de manos del presidente de gobierno José María Aznar, con quien fraguó una gran amistad. Se trataban de tú y de José a José. En su primera visita a la Moncloa, Aznar le comentó que en momentos de mucha tensión política leía poesía para relajarse. Pepín me comentó: “Tiene los libros de poesía muy sobaos, se ve que los lee”.
Genio y figura ha mantenido su admirable memoria y total lucidez hasta el último momento de su dilatada vida. Falleció como él quería, en su casa de Madrid y asistido por su querida sobrina Rosa.


*Por Feliciano LLANAS VÁZQUEZ. Presidente de la Asociación Conde de Aranda 

[Feliciano Llanas me envía el artículo que publica ayer en el dominical del Diario del Altoaragón, que dirige esa estupenda persona que es Antonio Angulo, siempre afable y cordial, siempre entregado a su hermosa provincia, a sus moradores y a sus personajes con historia y leyenda.]

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