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Antón Castro

¿DÓNDE ESTÁ DANIEL, DANIEL MORDZINSKI?

¿DÓNDE ESTÁ DANIEL, DANIEL MORDZINSKI?

Daniel Mordzinski (Buenos Aires, 1960) es un caso único: es el fotógrafo de los escritores por excelencia, el perseguidor de esos seres raros y obsesivos, celosos los unos de los otros, tal como señala Enrique Vila-Matas. Y él aparece y a los domina o seduce de una manera especial: con respeto, con ironía, con ternura, con un infinito sentido del humor. Luis Sepúlveda dice que no ha conocido a un fotógrafo tan respetuoso como Daniel, pero a la vez “tiene el extraño don de hacerse invisible, transparente, casi incorpóreo, hasta que alguien pregunta ¿dónde está Daniel? Y entonces aparece tras una sonrisa, luego dice ‘tengo una idea’, y nos devuelve a los tiempos felices del juego, y con él jugamos a besar un pez, a sentarnos en un sillón de en medio de una carretera, a perdernos en un mar de ovejas, a trepar hasta las nubes si lo pide, o a sostener todo lo que fuimos detenido en un gesto”. Este perfil se completaría con otro rasgo que le atribuye Mario Vargas Llosa: el de la autenticidad, “que es un ingrediente de su belleza artística”. Juan Cruz señala que “él es la velocidad de la luz, en estado puro (…) Ese es el triunfo de Daniel, su silencio, su manera de mirar, que es una forma superior del amor a lo que hace. Retratar para que quede constancia interior de lo que vio sin ser visto”.

Daniel Mordzinski es un soñador de palabras. Le apasionan la literatura, los libros, los escritores, y quizá por ello sus fotos son también una forma de contar, un modo de desnudar y de fijar un rostro con su atmósfera o con su propia narración. ¿Acaso su foto de Jorge Amado, sentado con su camiseta y con sus zapatillas de playa con la palabra surf, no es el mejor acercamiento al escritor brasileño, a su desparpajo, a su jovialidad, a su alegría, a su amor a la vida, el cuento de una vida? ¿No es cierto que su foto de Bioy Casares, en su dormitorio y multiplicado por los espejos, define la elegancia y la melancolía de un seductor vencido? ¿Y su retrato de Javier Cercas, que lee de pie en una piscina portátil para niños? ¿Y el ámbito de Alicia Giménez Bartlett no remite al mundo refinado y tenebroso de su detective Petra Delicado?

Daniel Mordzinski quería ser muchas cosas, entre otras realizador de cine, pero en 1978, mientras se rodaba un documental, se vio cerca de Jorge Luis Borges en la posada de San Telmo de Buenos Aires, y lo retrató con una cámara que le había cedido su padre para un momento tan especial. Vivió algunos años más en Argentina, residió siete en Israel y en 1988 se asentó en París. Desde entonces, no ha parado de viajar, de recibir a los escritores en su nueva ciudad, de estar atento a todo lo que ocurría con la literatura española e hispanoamericana. Ha captado a un sinfín de escritores: desde los maestros del “boom” –Cortázar vino después de Borges, más tarde Sábato, García Márquez, Álvaro Mutis, Cabrera Infante…- hasta los más jóvenes, y muchos, muchísimos, de distintos grupos y generaciones, han pasado ante su cámara: clásicos y modernos, poetas y narradores, ensayistas, solitarios, hombres y mujeres, españoles y latinoamericanos. Y entre los 500 más o menos que recoge el libro-catálogo, están varios aragoneses como Javier Tomeo (se tumba en un sofá en una instantánea insólita en él), Félix Romeo (que ofrece su mirada honda y penetrante, su ojo de cíclope en un potente claroscuro), Martínez de Pisón (que posa en una estupenda y tierna foto con Santiago Roncagliolo) y Manuel Vilas, que aparece en un retrato de grupo.

 Daniel Mordzinski es ingenioso, sutil, posee una curiosidad increíble, una vocación de atrapar lo hermoso, lo sentimental, lo literario, y logra lo que ansía: la configuración de un universo personal, el dibujo de un carácter. Mordzinski lo aprovecha todo: es antidogmático, es juguetón y osado, es imaginativo, conoce a sus personajes y sabe mirar hasta el fondo del alma, hasta el hervor de la sangre. “30 años. Fotógrafo entre escritores” (CasAmérica, 2008) es un libro y una exposición, que se ha expuesto en la Casa de América, y es, ante todo, un documento excepcional sobre esa correspondencia entre la escritura y la vida. O mejor aún, sobre la interferencia inefable entre la palabra y el “aliento invisible de la vida”, tal como escribe Rosa Montero, que redacta un bello texto, igual que Imma Turbau, Enrique Vila-Matas, Mario Vargas Llosa, Luis Sepúlveda, Antonio Sarabia, José Manuel Fajardo, Pablo de Santis, Juan Cruz y Víctor Andresco.

*Daniel Mordzinski retrató así a Juan Gelman y Luis Sepúlveda. 

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