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Antón Castro

JOSEF SUDEK: EL MUNDO PEQUEÑO. Por MARCHAMALO

JOSEF SUDEK: EL MUNDO PEQUEÑO. Por MARCHAMALO

 

Vuelvo a casa, tras atravesar la provincia nevada de Teruel y parte de Zaragoza. Me ha escrito Jesús Marchamalo, ese periodista y escritor del que aprendo siempre, el señor de las palabras y de los objetos. Me reenvía un artículo que publicó en ABC sobre el gran fotógrafo Josef Sudek y además me envía esta deliciosa foto. Aquí está todo: el texto, la foto y el cariño de Jesús Marchamalo, al que nada le es ajeno.

 

 

El mundo pequeño

Jesús Marchamalo

 

Debía resultar una figura imponente, algo irreal, fantasmagórica, en aquella Praga brumosa, nocturna, de parques y avenidas solitarias que con tanta intensidad supo captar en sus fotografías. Pelo ralo, a menudo despeinado, barba despeluchada, ojos risueños, vivarachos, solía vestir un amplio abrigo, oscuro, a veces un capote militar, y una enorme cámara cargada sobre el hombro. Una antigua Kodak de caja de madera, cuyo trípode utilizaba como contrapeso, sosteniéndolo con su único brazo.

A pesar de su aspecto inconfundible, llamativo, debió gozar de ese don que permite a los fotógrafos hacerse invisibles. No aparecen muchas personas en sus fotografías, pero cuando lo hacen, nunca nadie le mira, nadie parece reparar en él; como si no hubiera estado.

Tímido e introvertido –ni siquiera asistía a la inauguración de sus exposiciones-, minucioso y obsesivo en su trabajo, sus instantáneas, muchas de ellas positivadas como contactos, muestran una ciudad neblinosa, oscura y onírica; el poeta de Praga le llamaban.

Nacido en Kolín, Bohemia central, en 1896, huérfano de padre a muy corta edad, Joseph Sudek trabajó como encuadernador hasta que en julio de 1916, en plena Gran Guerra, fue movilizado y enviado al frente italiano, donde resultó herido. La explosión de una granada, disparada al parecer por su propio ejército, le provocó graves daños en el brazo derecho, que acabó perdiendo. De vuelta en Praga, tuvo que abandonar el taller de encuadernación, y la fotografía, que hasta ese momento había sido un mero pasatiempo, se convirtió en su nuevo trabajo.

En los primeros años veinte inició una serie de retratos en la Invaliodvna, el centro de veteranos e inválidos de guerra, al tiempo que abordaba su particular visión de la ciudad: gente caminando o esperando en una parada, estaciones oscuras, intensos contraluces, tranvías solitarios en el Puente de Carlos… Una de esas fotografías, de 1924, fue utilizada por Juan Manuel Bonet, uno de los comisarios de la exposición Una ventana en Praga, para ilustrar la cubierta de su libro La ronda de los días (Guillermo Canals, 1990). “Mi primer encuentro con la obra de Sudek debió ser a mediados de los años ochenta, cuando descubrí una monografía dedicada a él en el Centro Cultural Checo de Varsovia”, afirma. “Años después, en mi primer viaje a Praga, en 1989, compré en una galería una pequeña foto suya, un contacto de los jardines del Palacio Loblowicz”

En 1927 Sudek abrió su estudio en una especie de cobertizo de madera en un jardín en Malá Strada, el centro de la ciudad. Allí trabajó hasta su muerte, en 1976, y allí, durante la ocupación nazi, cuando las restricciones impuestas por el ejército alemán limitaban las posibilidades de salir a la calle, empezó a hacer fotografías en su estudio, que convirtió en un auténtico gabinete de curiosidades: su jardín, siempre descuidado, la rama de manzano, una nevada, el otoño… Registraba el cambio de las estaciones, la meteorología, a veces con largas exposiciones de minutos, y fotografiaba las fachadas de los edificios colindantes a través del pequeño cristal de la ventana, empañado y cubierto de vaho.

El  caminante se convirtió en un paseante interior, un observador de lo próximo. Comienza entonces a fotografiar muchas de las pequeñas cosas que tiene alrededor, haciendo composiciones que repite de forma obsesiva, desde distintos ángulos y con diferentes iluminaciones. Un mundo de objetos –vasos, floreros, platos de loza-, suyos o que pedía a sus amigos, a través de los cuales trataba de recordarlos, o explicarlos. “Son objetos cotidianos, un poco al estilo de Morandi: esponjas, botellas, una pluma de ave”, es de nuevo Bonet. “Es curioso porque hay elementos muy parecidos en sus mundos. Morandi vivía con sus dos hermanas, al igual que Sudek, cuya hermana era además su ayudante. Son entornos muy pequeños. De Sudek no se conocen fotos de acontecimientos oficiales o políticos. No se sabe mucho, casi nada, de su vida privada. No hay noticia de qué hizo más allá de lo que ha quedado de su obra: un personaje muy concentrado en vivir, pasear, y en mostrar su ciudad, como un topógrafo, casi, un notario, un poeta romántico”.

Durante años fue un paseante solitario, tolerado, extravagante. A su muerte, su estudio, descuidado y abandonado, se quemó en un incendio. Se perdió gran cantidad de papeles y documentos, nunca se supo cuántos. El fotógrafo de Praga, el de los muros, las farolas solitarias y las flores marchitas. La última rosa, se lee en una de las fotos de la exposición: un florero, una concha, dos chinchetas sobre el alfeizar de una ventana.

Un título profético.   

 

 

 

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